El Athletic es campeón de Copa. De nuevo. Y cómo. Si la espera de cuatro décadas se le había hecho muy larga al club y a la afición, el partido de anoche se reveló como una experiencia realmente difícil de asimilar. El ansiado título llegó al fin, pero por la vía del sufrimiento. Tras más de dos horas de fútbol vulgar e incertidumbre, con una tensión creciente que se acumuló hasta límites insoportables, el logro se materializó en la fase que nadie desea, desde los once metros. Un trámite ineludible que producía terror después de consumir los 120 minutos de un pulso exento de calidad e inspiración por parte de los dos equipos. Y es que nada bueno auguraba la tanda de penaltys, básicamente porque quien menos mereció el triunfo era el más interesado en jugársela ahí. El Mallorca persiguió ese episodio definitivo con especial ahínco, en la confianza de reeditar lo vivido en Anoeta, que le valió para obtener el billete para la final. Pero el fútbol quiso reconciliarse con el Athletic, otorgarle la gloria tercamente negada en años recientes. Los lanzadores de Ernesto Valverde y Agirrezabala, que detuvo uno, estuvieron más atinados. Firmaron un pleno de aciertos que liberó toneladas de nervios y lágrimas, muchas lágrimas.

Sí, el Athletic es campeón otra vez, pero se confiaba en que lo fuese de una manera más placentera. Por momentos pareció que impondría su ley, que cumpliría el pronóstico porque buscó la victoria con mayor decisión que el cuadro isleño, pero en términos generales su comportamiento no estuvo a la altura de tal señalada ocasión. La final le vino un tanto grande, no se vio al Athletic de la presente temporada y sí, en cambio, al Mallorca que se preveía. Durante largas fases todo discurrió al gusto de la tropa de Javier Aguirre, incluso el resultado, pues cogió la delantera y aún complicó más la existencia a los rojiblancos, impotentes, sin poder soltarse y desarrollar su plan como acostumbran. En este sentido, se ha de admitir que el Mallorca fue más reconocible, más fiel a su guion, mientras el Athletic emitió pocos indicios del potencial que atesora. Por eso las pasó canutas.

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Entre los diversos escenarios que cabía contemplar, el más indeseado sin ningún género de dudas consistía en que el Mallorca cobrase ventaja en el marcador. La reconocida capacidad defensiva de los hombres de Javier Aguirre alcanza su expresión más eficaz en el repliegue, propuesta que ejecutan con la mayor naturalidad y suele causar auténticos quebraderos de cabeza a los adversarios. El Athletic puede dar fe de ello.  

Resultó bastante evidente que el Mallorca entró mejor al partido, básicamente porque hizo aquello que le convenía y no halló una réplica sólida. Con el simple recurso del envío en largo hacia su pareja de delanteros desactivó la presión alta característica del Athletic y además ganó metros para incomodar su salida de pelota. En esas circunstancias, ante la ausencia de asociación entre líneas, Nico Williams se convirtió en la única baza para generar algo decente. Emparejado con Valjent, se iba por piernas, aunque careció de temple para finalizar sus incursiones. 

Más decisivo fue el grave error del extremo que permitió por vez primera al Mallorca instalarse en campo rival, chutar Muriqi y provocar un córner. El lance animó a los isleños que poco después forzaron un nuevo saque de esquina, origen del gol de Dani Rodríguez. La acción al completo retrató el desbarajuste del conjunto de Valverde, pues se registraron hasta tres remates, uno repelido por Prados y el segundo por Agirrezabala. El tercero acabó en la red, gracias a la visión del centrocampista, que tiró a colocar en medio de una maraña de jugadores.

El gol no hizo sino acentuar las prisas, la sensación de que había varios rojiblancos excesivamente tensos y torpes. Menudearon las imprecisiones. Un panorama preocupante que se prolongó casi hasta la conclusión de la primera mitad. Cada minuto consumido constituía una pequeña victoria de los de Aguirre, que no obstante respiraron profundo camino del descanso porque en ese tramo se contabilizaron tres intentos con cierto peligro: un gol anulado a Nico Williams por fuera de juego, otro remate del mismo al lateral de la red, solo ante el portero tras magnífico servicio de Galarreta, y un derechazo cruzado de Guruzeta.

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El segundo acto arrancó con un gran susto al superar Larín en la carrera a Vivian, pero Agirrezabala respondió con agilidad. Fue un espejismo, pues a continuación Sancet culminó con enorme calidad una pelota filtrada por Nico Williams, estableció la igualada y el Athletic se hizo con la iniciativa, se movió mejor y amenazó con voltear la final en un par de aproximaciones. El Mallorca reaccionó y sus cambios fueron paulatinamente equilibrando las cosas, sobre todo porque el cansancio ya se dejaba sentir en ambos lados. El desgaste físico y el influjo de la tensión en la mente de todos los protagonistas, el peso de la responsabilidad.

Un rato antes del 90, el fantasma de la prórroga ya planeaba sobre La Cartuja. Faltaban fuerzas y claridad de ideas para eludir el tiempo extra. Que prácticamente estuvo de más. Hubo dos ocasiones por equipo, la más nítida con la firma de Nico Williams. No cristalizó porque Maffeo desvió lo justo con Greif batido. Poco bagaje en medio de una impotencia generalizada, con el personal muy machacado y un montón de suplentes o poco habituales en las formaciones. Athletic y Mallorca carecieron de argumentos de fuste para evitar someterse al inquietante destino que se esconde tras la tanda de penaltis.

Y fue precisamente en dicho trance cuando sacó el Athletic a relucir las virtudes que previamente se echaron de menos. Tranquilidad, seguridad y buen pie. Raúl García, Muniain, Vesga y Berenguer alojaron en la red los cuatro lanzamientos, igual que Muriqi y Antonio González, pero Agirrezabala le adivinó la intención a Morlanes y Radonjic ni halló portería. Listo. Sin brillantez y con mucho padecimiento, el Athletic redondeó su itinerario copero y ya cuenta con un trofeo más en sus vitrinas. Un premio al tesón mostrado en su competición favorita.