Existe consenso en la valoración de lo que ha supuesto la salida a Vallecas. Aunque no haya colmado, el empate y el rendimiento general se han recibido con agrado o, al menos, con comprensión. Esto obedece, no solo a que el equipo respondiese a la exigencia que plantea el Rayo Vallecano ejerciendo de local, sino a que desde hace un tiempo se arrastraba una necesidad, y no solo en el plano deportivo, de asistir o de recibir una noticia positiva.

Casi sin darnos cuenta, la temporada enfila su último tramo y casi todo está en el aire. El Athletic mantiene sus opciones en los dos frentes competitivos, pero lo mismo que puede dar la sensación de que se encuentra en el camino correcto, es legítimo dudar de que vaya a ser capaz de confirmar la expectativa optimista. No puede olvidarse que la película que se está viviendo hoy guarda enormes similitudes con algunas presenciadas estos años atrás. Ese punto de frustración que ha ido calando en el ánimo de la afición, cual gota malaya, solo se difuminará el día en que el Athletic supere sus límites y, mientras no se demuestre lo contrario, Ernesto Valverde no tiene una varita mágica.

A finales de verano o en otoño pudo extenderse la impresión de que el entrenador pulsabas las teclas correctas. Ahora, la música que llega a los oídos de la afición no es que suene desafinada, porque eso equivaldría a catalogar de desastrosa la actualidad y no es para tanto; pero el atractivo de la melodía se ha resentido. Ya no seduce, puede que a ratos evoque una etapa que se antojaba esperanzadora, pero carece de la armonía y del ritmo con los que se identifica el auditorio.

Está el Athletic en tiempo para lograr tanto el acceso a otra final como un puesto de privilegio en la tabla. Sin embargo, al revisar los acontecimientos más recientes se comprueba que la empresa entraña una dificultad objetiva porque los jugadores acusan la exigencia, no responden como antes. Empatar a domicilio, en el feudo de un adversario incómodo donde los haya, podría significar un salto cualitativo en relación al comportamiento que, en general, ha brindado el Athletic desde que se reanudó el calendario a finales de diciembre. Falta hará que tal cosa se confirme en jornadas sucesivas, de lo contrario va a resultar imposible colocarse entre los siete mejores de la categoría.

Si se deja a un lado la Copa, torneo donde por cierto se ha roto una inercia positiva coincidiendo con la disputa de la semifinal soñada, la Liga se revela como una cuesta demasiado empinada. Menudean los malos resultados, los diversos indicadores que condensan el rendimiento se han resentido. A Valverde se le atribuía el mérito de haber diseñado una propuesta que transmitía más alegría que en campañas pasadas, una mayor producción ofensiva sin que la solidez de la estructura se hubiese debilitado, al menos no como para tomarlo en consideración.

En general, lo que han dado de sí enero y febrero viene a cuestionar la solidez del proyecto tal como arrancó. Seguro que la exigencia del calendario, con más partidos y una serie de rivales de superior nivel a la media, se ha dejado sentir, pero es que el Athletic ha tenido problemas para aguantar con entereza varias segundas partes; su puntería ha bajado enteros, con nombres propios muy poco afortunados en esta faceta; se han repetido las apreturas en el aspecto defensivo y no ya ante los poderosos, también frente a conjuntos de segunda fila ha aflorado una fragilidad que se creía absolutamente superada.

Si se rebuscan las claves del último compromiso, lo primero a resaltar sería la actitud del grupo y que hubo una preparación específica para impedir que el Rayo estuviese en su salsa y forzarle a que invirtiese un enorme esfuerzo en aquellas tareas que menos gracia le hacen. No fue casual que dentro del buen tono general, sobresaliesen Iñigo Martínez y Dani García, los dos especialistas defensivos de la plantilla con más horas de vuelo. Fueron de lo mejorcito en El Sadar y en Vallecas subieron la nota. Y se trata de gente que por circunstancias diversas no ha gozado de continuidad.

Tampoco extrañó que Sancet, al que le suele costar más asumir responsabilidades lejos de San Mamés, diese un recital de conducciones y servicios en ventaja que por sí solos deberían haber bastado para decantar el resultado. Además de la omnipresencia de Dani García, cinco semanas después Zarraga volvió a la titularidad. No fue el medio dinámico que rompe líneas e incide en el último tercio del campo, solo faltaría, pues bastante tuvo con realizar un despliegue constante para colaborar con Dani García y, de paso, liberar parcialmente a Sancet de responsabilidades defensivas. También se vio que Lekue puede ser muy útil y descargar de trabajo a un De Marcos al que tanto tute le ha pasado factura.

Por último, cómo no comentar la observación de Valverde sobre el infrautilizado Vencedor. Lo de “tiene mucho nivel técnico y nos puede ayudar mucho”, sobraba a estas alturas del ejercicio.