Ni para ti ni para mí. El desgastado recinto vallecano acogió un empate sin goles, un marcador que en las previsiones no figuraría entre los más esperados porque allí, entre aquellas paredes parcheadas e irregulares, el fútbol es sinónimo de entretenimiento y vivacidad, al menos por la parte que le corresponde al conjunto anfitrión. Sin embargo, este domingo ese Rayo que destaca por el dinamismo con el que gira en torno al balón, recibió un visitante que no estaba dispuesto a permitirle ni la más ligera alegría. Esta vez le rindió visita un grupo concienciado para desplegar una actuación sobria y sólida, un Athletic con ganas de enmendar la inercia de las últimas semanas que fue capaz de desactivarle en diferentes fases y orientar el choque hacia donde le interesaba.

Pudo suceder de todo, ocasiones no faltaron y se fueron produciendo de manera alternativa, de modo que no resulta sencillo cuestionar la justicia del reparto de puntos. No obstante, desde la perspectiva del Athletic cabe que el 0-0 dejase un poso amargo porque, mientras fue capaz de emular una versión muy competitiva de sí mismo, pareció que el Rayo, en cambio, rendía por debajo de sus posibilidades, que no era ese equipo que avasalla en cuanto coge la onda y sus tres o cuatro piezas de ataque se sueltan el pelo. Sin duda que buena culpa de esto último se ha de depositar en el haber de los hombres de Ernesto Valverde, particularmente mentalizados para demostrar que componen un bloque fiable, además de laborioso; que no son blandos ni dubitativos, que saben desenvolverse con personalidad y dejar constancia de que atesoran suficiente poderío para habitar en la parte alta de la tabla.   

De antemano, las tres derrotas consecutivas, dos de liga y la más reciente de Copa en Iruñea, situaban algo más que un gran interrogante sobre el desplazamiento a Vallecas. A quién podía extrañar que la gente tuviese la mosca detrás de la oreja coincidiendo con una fase del calendario teñida de episodios negativos y un ambiente enrarecido además por las noticias paridas por el resto de los estamentos del club. Ciñendo la cita al ámbito deportivo, por tratarse de un duelo directo, su dimensión no era simbólica precisamente. Una cosa es codearse por una plaza europea con el humilde Rayo y otra bien distinta que este ponga tierra por medio en la clasificación en contexto tan poco gratificante.

Sabedor de cómo se sienten realizados los chicos de Iraola ante su gente, saltó el Athletic dispuesto a impedirlo. La verdad es que las experiencias propias recientes (Cádiz, Valencia o Girona) aconsejaban asimismo aplicarse a fondo en tareas sin balón. Convenía recuperar la imagen de firmeza y valentía en lo posicional; o sea, morder con sentido y coordinación, hacerlo preferentemente lejos de Agirrezabala. Defendiendo siempre hacia adelante y en bloque para impedir que Trejo se enchufase o que Isi y los García en la banda opuesta pisasen el acelerador. El detalle que reflejó con fidelidad cuál era la idea fue la posición de Dani García. Quien en teoría era el medio de cierre, en la práctica presionó como si fuera un interior o un media punta, sabedor de que a su espalda los demás le secundarían como un solo hombre.

Meter a media docena de jugadores en terreno madrileño impidió casi siempre que el Rayo dispusiera de una salida limpia, algo que le desconcertó bastante. No, no le hizo gracia al anfitrión comprobar cómo se las gastaba el Athletic. Su intensidad se tradujo en múltiples robos y alimentó la expectativa de que con unas dosis de atrevimiento e inspiración el plan daría frutos. Pudo en efecto haber ocurrido así, pero omitir las oportunidades de los madrileños sería engañarse. En número y calidad el balance de llegadas fue parejo, al igual que la contabilidad de las intervenciones comprometidas de los porteros, ambos concentrados y ágiles para reaccionar en situaciones peliagudas.

También la madera de ambas áreas cobró su particular cuota de protagonismo, aunque doliese más la que se le fue a Nico Williams por ser en el minuto 92, sin margen para la réplica. Claro que diez antes, Agirrezabala impresionó a la concurrencia con un rectificado increíble para desbaratar un desvío venenoso de Raúl de Tomás a disparo de Álvaro desde la frontal. Estas dos, un derechazo de Álvaro estrellado en un poste y sendos cabezazos a la salida del mismo córner, a cargo de Guruzeta y Sancet, o un zurdazo de Berenguer con todo a favor que dirigió contra la red por fuera, resumen someramente la emoción o la incertidumbre que embargó al espectador de una batalla en la que tampoco faltaron patadones a seguir, despejes a ninguna parte y un afán por no dejar nunca de correr, ya fuese detrás de un contrario o del pelotón.

Para la ocasión, Valverde retocó la pizarra de inicio, con Lekue en lugar de un De Marcos algo apagado de un tiempo para acá; Vivian e Iñigo repitieron y el segundo recordó mucho al tipo que pone el candado y se queda con la llave. En la media, Dani García volvió a actuar de salida y bien que lo agradeció, también el grupo por su enorme decisión para impulsar la estructura e imponer su ley en cada disputa. A su lado estuvo Zarraga, discreto con balón, pero que cubrió muchísimo terreno en beneficio del equilibrio que ha de observar el centro del campo, donde Sancet puso su rúbrica característica a unas cuantas acciones cargadas de mala intención. Menos solvente fue el trabajo del trío de arriba, aunque a nadie le faltaron balones para hacer bueno el desgaste a nivel colectivo.

A quien se lamente por el marcador final, convendría recordarle que no estaba el horno para bollos y que en ese campo es habitual pasarlas canutas. No es que esta vez el Athletic se lo pasara bomba, pero desde luego el Rayo sintió lo que significa cruzarse con un enemigo áspero, que no se achica y deja claro que quiere más.

Contenido ofrecido gracias a la colaboración de Rural Kutxa, siempre cerca.