El Athletic está obligado a remontar un gol en la vuelta si quiere disputar la final de Copa. La cita de El Sadar no fue determinante, no es sencillo que lo sea el primer encuentro, tampoco de alto voltaje como se presumía, pero Osasuna marcó, en un lance aislado. Esa ventaja mínima tampoco puede catalogarse como el reflejo de una superioridad, más bien, aunque suene contradictorio, fue al revés: perdió el conjunto que transmitió mayor poderío, el que mejor mantuvo la compostura y desde luego el que terminó más entero de los dos. El Athletic pareció un equipo mejor organizado y más potente que Osasuna en amplias fases de un partido bastante decepcionante para quien esperase espíritus ambiciosos y alternativas.

La batalla existió, pero estuvo protagonizada por dos bloques más preocupados de guardar el orden y no cometer errores. El vértigo, la vistosidad, la imaginación, los remates, solo colorearon instantes sueltos. Hubo alguna acción esporádica, aunque nada de entidad como para alterar una dinámica presidida por el rigor, la disciplina, la seriedad. Puede que en su plan original Osasuna pretendiese arriesgar de veras, forzar sus opciones, pero enseguida sus futbolistas comprendieron que anoche el Athletic no estaba por la labor de hacer la más mínima concesión y que si se empeñaba en sorprenderle a costa de dar espacios, acaso le podía acabar pasando factura. Esto último quizá fuese mucho decir, puesto que en la faceta creativa el rasgo dominante entre los hombres de Valverde fue la timidez.

El gol de Abde, nada más reanudado el partido, supone un premio excesivo para Osasuna y, por añadidura, una penitencia para un Athletic que escuchó muy atentamente el análisis que hizo su técnico días atrás para recuperar la consistencia que había extraviado de un tiempo a esta parte. Por este lado, el de la actitud en la contención, poco hay que reprocharle, pues redujo a muy poquita cosa la propuesta con balón de Osasuna y fue perseverante, estuvo concentrado de principio a fin. 

La idea del Athletic fue la que prevaleció casi desde el arranque y durante toda la primera mitad. El primer objetivo de los hombres de Valverde era impedir que Osasuna rentabilizase su condición de anfitrión, que con la colaboración de una grada volcada diese continuidad al estado de gracia que exhibió unos días antes en el Pizjuán. Por lo presenciado era la consigna prioritaria y, para qué engañarse, tenía mucho sentido, pues además de que el escenario y el rival infundían cierto respeto por sí mismos, tampoco podía olvidarse lo ocurrido en San Mamés el fin de semana.

Tocaba pues pasar página y reaccionar, aparcar dudas, transformar en firmeza cualquier indicio de fragilidad, actuar como un grupo compacto y agresivo. La clave era no verse supeditado a lo que plantease un adversario lógicamente muy interesado en explotar a fondo la cita copera. Y a ello se aplicó un Athletic reforzado en la media con la presencia de Dani García y que asimismo agradeció el regreso de Iñigo Martínez al eje de la zaga. Salvo un remate de Abde en el inicio que Iñigo desvió a córner, no hubo sensación alguna de peligro en los dominios de Agirrezabala. 

¿Jugará el Athletic la final?

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Osasuna apenas pudo construir juego. Se empeñó en conectar con Abde ante la manifiesta imposibilidad de progresar por el resto de las zonas, pero tampoco el marroquí sacó nada en limpio. Chimy y Budimir eran dos naúfragos en medio del océano; Moi Gómez y Aimar, dos sombras. El paso de los minutos dejó en evidencia la escasez de recursos en el bando de Arrasate para cuestionar la seguridad de los rojiblancos, incluso en el balón parado. Curiosamente y sin exteriorizar un interés desmedido, el Athletic llegó más veces a posiciones de remate, tres. Una que Iñaki Willimas embocó a la red y fue anulada por fuera de juego, un chut alto dentro del área de Muniain y un avance de Berenguer que forzó la salida del marco de Herrera.

En realidad, muy poca cosa pudo degustarse en ataque y es que el partido derivó bien pronto en una pelea de desgaste mutuo, donde el Athletic, como se ha subrayado, se mostró muy aplicado, en lo táctico y en cada disputa. Con las áreas vedadas, aquello cogió pinta de un poco lo que vino, de que el Athletic iría minando la moral del cuadro local. Luego, habría que ver si exprimiría tan situación o se conformaría con el empate pensando en la vuelta. Y en plena elucubración, Balde despertó a El Sadar, que ya empezaba a impacientarse.

Apuntar que es posible que en el gol coincidieron lo que apariencia fueron un par de los contados fallitos registrados anoche en defensa. De Vivian, por picar fácil en el uno contra uno con que le retó el goleador; de Agirrezabala, este más dudoso, porque el balón cruzado a la red le pasó muy cerca, demasiado de la mano izquierda, o esa impresión dio. Pero bueno, fue un chispazo, nada previsible ni que tuviese prolongación. Qué va, el Athletic ganó en posesión, avanzó metros y, si se exceptúa su triste balance rematador, ejerció un control más y más intenso. El problema fue que ni sin cambios ni con cambios mejoró la calidad de las combinaciones.

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El Athletic impedía todo acercamiento de Osasuna, pero no sabía rentabilizar un dominio incesante. Trataba de percutir y ni imprimía profundidad a los avances ni lograba trazar una finalización nítida. Los futbolistas locales, derrengados, suspiraban por escuchar el pitido final y solo Guruzeta, en el 94, contó con una pelota propicia para establecer la igualada. Herrera anduvo listo y dejó el marcador como estaba. ¿Oportunidad perdida? Puede decirse que sí. Lo de anoche no hizo sino corroborar la bondad del sorteo de las semifinales.

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