Al regresar de Moscú me tocó en el avión el asiento contiguo a Javier Rupérez. Me hizo una confesión. Él y Fernando Álvarez Miranda habían sido enviados a Alemania, Bélgica, Venezuela y Estados Unidos en 1979. Suárez no estaba dispuesto a admitir la Disposición Adicional del Estatuto de Gernika y consideraban la posibilidad de enfrentarse frontalmente al PNV y debían explicarlo a estos países donde se suponía teníamos amigos y entrada. La Disposición es la que dice que "la aceptación del régimen de autonomía que se establece en el presente estatuto no implica renuncia del Pueblo Vasco a los derechos que como tal le hubieran podido corresponder en virtud de su historia..." No era admisible. Sin embargo, tras quince días viajando por el mundo, al llegar a Barajas compraron en la terminal El País que decía con grandes letras en su portada que Suárez había aprobado el proyecto de ley estatutario con Disposición incorporada. Casi les da algo. Un dato para la historia. Como lo que me dijo Suárez delante de Benegas. "Solo cuando estuve dispuesto a dimitir abordé la devolución del Concierto para Gipuzkoa y Bizkaia. Hoy no sería posible". Otro dato.

Pasado el tiempo conocí personalmente a Vladímir Putin y lamento hoy haber dado la mano a este gran criminal de guerra. No hay jabón Lagarto para limpiar este hecho. Curiosamente, este exespía de la KG8, el tipo aparentemente más hermético que pueda presidir nada, en sus dos visitas, una en el Congreso y otra en el Senado, quiso someterse, sin restricción alguna, a las preguntas de los diputados y senadores, como Rabin y como Thatcher. Viví las dos, pero constatamos un cambio de actitud. Muy dialogante la primera, junio de 2000, más despótico en la segunda.

En la sala de Ministros, tuvimos una reunión con él, flanqueado por el ministro Ivanov y el jefe de la oposición, Primakov. Nos habló por encima de la situación rusa. Ese día era noticia la detención de Gusinki, presidente de un importante grupo mediático. Cuando tocó hablar a los portavoces, todo fue obsequiosidad. Luis de Grandes, PP, le felicitó por preservar la unidad política de Rusia; Martínez Noval, PSOE, le agradeció su presencia; Trías, CIU, le ilustró sobre los seis millones de catalanes, el de IU no dijo nada. Cuando me tocó el turno, le saqué la palabra maldita en aquel momento: Chechenia. Un temblor sacudió la sala. Me miró fijamente con sus penetrantes ojos azules y me soltó todo un tratado diciendo que él no quería vencer a los chechenos, pero que se había producido un vacío de poder llenado por islamistas y extremistas, que habían propiciado la intervención armada rusa porque los chechenos querían llevar sus propuestas a otros estados limítrofes. Hizo hincapié en que había nombrado a un rnufti, antiguo colaborador de Dudadiev, etc. El hombre se empleó a fondo en la respuesta. Y terminó de forma curiosa. Me dijo: "Ayer estuve hablando con Aznar de los vascos. Y usted debe saber que no tengo nada contra los vascos. Todo lo contrario. Yo nací en San Petersburgo. Viví y estudié en San Petersburgo y voy siempre que puedo. Y allí, siempre, he vivido en una calle que se llama "de los Vascos". Le pregunté a Aznar si sabía por qué. ¿Lo sabe usted?". "Pues no —le contesté—, pero si usted no lo sabe habiendo sido jefe del KGB, entienda que yo no lo sepa". Se rio.

En la despedida le dije que trataría de averiguar y si alguien conocía algo de esto, se lo haríamos llegar. A la salida, el ministro de Exteriores, antiguo embajador durante doce años, a quien había conocido durante el colapso de la URSS, me dio recuerdos para gentes del PNV. Luego, en otra oportunidad y no siendo embajador, contactó conmigo, ya que su mujer representaba asuntos culturales y artísticos varios. Le puse en contacto con el alcalde de Bilbao.

De todas formas, aquel viaje evidenció que había sido una auténtica vergüenza el doble rasero internacional del gobierno Aznar ante los hechos ocurridos en Chechenia. En ese momento y a pesar de las barbaridades que estaba cometiendo Putin en Chechenia, le consideraban un moderado comprendiendo los argumentos de Moscú al hablar de la existencia "de terrorismo y de movimientos separatistas" por lo que el gobierno Aznar apoyaba su derecho a "combatir a los terroristas en defensa de la integridad territorial de Rusia". La famosa "unidad de destino en lo universal" de Primo de Rivera. A eso se le unía el deplorable servicio diplomático español que había sido un desastre con la Perestroika. Cuando fuimos a Moscú en la primera delegación, los diplomáticos españoles se habían rebelado contra el embajador José Cuenca por su absoluta incompetencia y falta de realismo al informar que a pesar de las tensiones no pasaba nada. Al muy poco cayó todo el tinglado. En el segundo viaje de Putin, el servicio diplomático español asimismo se lució. Había que confiar en Putin porque "a diferencia de Yeltsin, me dijeron, Putin no bebe" y Aznar minimizó cualquier reproche sobre los derechos humanos cuando en Chechenia se estaba produciendo todo un genocidio.

En ese viaje oficial y en el Senado tuvimos otra reunión con él. Me lo recordaba recientemente el entonces presidente Javier Rojo, tras los graves sucesos de Ucrania con un Putin invadiendo el país en febrero, me llamó para recordarme la pregunta que le volví a hacer sobre Chechenia y lo mal que me contestó. Ya no era aquel Putin simpaticón y escuchador sino un chuleta autoritario, nada que ver con la primera vez. No acabamos a mandobles de milagro, lógicamente con la buena paliza que seguramente estuvo tentado de darme, él, cinturón no sé qué color de sus artes marciales.

Era evidente que el tipo era todo menos un demócrata pero occidente le seguía dorando la píldora. Ante aquello, le hice la prueba del algodón hacia esas moderaciones que nos anunciaban los diplomáticos españoles y le hice la clásica pregunta para sacarle de quicio y conocer de verdad si era de verdad ese demócrata pasivo que nos decían. Por eso volví a recordarle la situación de Chechenia y su devastación, algo que no tenía nada que ver con lo que me había dicho en la reunión en el Congreso hacía seis años.

Terminada la traducción, no se puso de pie de milagro y me contestó enfurecido de muy mala manera, diciendo que el gobierno español hacía bien en aplastar el terrorismo vasco y poco menos que no sabía qué hacía yo allí y que él lo tenía muy claro. Siempre actuaría contra cualquiera que pusiera en peligro la unidad de Rusia. Ante aquello, Rojo trató de calmarle y no me dio la palabra para replicarle porque veía que de allí no salíamos por nuestro pie. Y eso que como me dijo el diplomático español, Putin era un moderado y no bebía.

Javier Rojo al comentar todas estas vivencias con Putin recordaba que le tocó representar al gobierno español en los actos conmemorativos del 60 aniversario del cierre del campo de exterminio de Auschwitz con presencia del presidente Reagan y de Putin y también del líder ucraniano Viktor Yushchenko, que fue envenenado con dioxina y se le quedó la cara hinchada y marcada por grandes cicatrices en un atentado donde seguramente la larga mano de Putin dio la orden. Recordaba Rojo la tensión que había en aquella cena oficial donde bajo el mismo techo, con el motivo de un genocidio, se vieron de lejos víctima y verdugo.

Occidente, y en particular Europa, por un análisis equivocado de la figura de Putin y su régimen de oprobio han dado alas a este criminal de guerra y no me refiero solo a Alemania comprándole el gas y enfeudando su compra de energía a un país con semejante dictador sino la ejemplar España que ha sido asimismo culpable viendo en la inmensa Rusia un gran mercado al que vender de todo. En mi caso y ante aquellas dos experiencias y viendo cómo el entonces Rey Juan Carlos se entrevistaba continuamente con Putin y éste le invitaba a cacerías y a saraos varios me hinché a preguntar al gobierno sobre este tipo de relación y de que hablaban. Siempre me contestaban que el Rey era inviolable y por tanto no objeto de control parlamentario. Ante aquello, preguntaba por sus acompañantes, ministros, embajadores, escoltas, secretarios que si son objeto de control parlamentario pero me contestaban lo mismo y ante la incomodidad de las preguntas, me silenciaban.

De ahí que cuando decimos que España tiene una democracia de baja calidad nos referimos también a esto, sin meter ahora en el saco la cloaca del Cesid y del CNI, que se las trae y que Margarita Robles perpetuará.

La unidad de Rusia y de España ante todo. Pero Putin no bebe. l

* Diputado y Senador de EAJ-PNV (1985-2015)