El efecto balsámico del triunfo resulta incontestable. Si encima vale la clasificación para una semifinal de Copa y llega en medio de un contexto marcado por las urgencias, entonces puede que hasta, además de procurar alivio y tranquilidad, ejerza de reconstituyente para un equipo que no estaba para bromas. No es cuestión de detenerse ahora en las consecuencias que hubiera tenido un revés en el seno del Athletic, pero cómo obviar que dicha posibilidad condicionaba totalmente la cita de Mestalla. Desde esta premisa, se ha de reconocerle el mérito que entraña establecer una neta superioridad en cada faceta del juego, incluso en aquellas donde el rendimiento dejó bastante que desear. Pero tampoco hay que engañarse: el estado ruinoso del Valencia tuvo un peso determinante en el desarrollo del partido y en el desenlace.

Sobre el papel, no era plato de gusto acudir al lugar donde un año antes se consumó la eliminación en el torneo, pero esta vez prevaleció la lógica, factor que no siempre hace acto de presencia en la competición. Bastaba con analizar la trayectoria del rival para concluir que una versión seria del Athletic le otorgaba grandes probabilidades de éxito. Y a la hora de la verdad, se confirmó que el galimatías que tiene montado Gennaro Gattuso facilitaría muchísimo la empresa. Como se ha apuntado, la fragilidad ajena se combinó con la firmeza que caracteriza al Athletic, que saltó convencido de que su plan le conduciría a donde quería.

Si se repasan las rondas de la vigente edición de la Copa, esta última en absoluto sería la más compleja que ha gestionado el Athletic. Sí, tenía lugar fuera de casa y ante un adversario de su categoría, además de que la trascendencia del premio era incomparable, aunque sin resolver los envites previos todo esto sería mera utopía. Objetivamente, el desplazamiento a Las Llanas, que cualquiera catalogaría de trámite, le generó al conjunto de Valverde mayores problemas. Venció por la mínima, nunca estuvo cómodo y necesitó esforzarse al máximo para frenar a un Sestao River que, al contrario que el patético Valencia, expuso sus argumentos colectivos sin complejos, estableció la pauta en diversas fases y no bajó los brazos hasta que se retiró a la caseta. De hecho, los minutos finales fueron un pequeño calvario para los rojiblancos.

Lo expuesto no rebaja el valor de lo ocurrido en los cuartos de final, pero conviene no dejarse seducir por la euforia, esa tentación que arraiga con excesiva frecuencia en el entorno del Athletic. Nunca se sabrá cuál hubiese sido el comportamiento o el resultado contra un Valencia decente, pero carece de sentido plantear esta hipótesis. No es culpa de Valverde y sus jugadores que delante hubiese una caricatura de equipo, un grupo desnortado, caótico, agarrotado por la responsabilidad de agradar a una afición que está hasta el gorro. El Athletic se centró en lo suyo, fue a lo suyo, nadie le puede discutir que fue mejor, que incluso en una noche discreta aventajó en un montón de traineras al contrario táctica y físicamente, en agresividad y en acierto.

Cinco aproximaciones de entidad se contabilizaron en el área de Mamardashvili, no más. Tres transformadas en gol y una cuarta, de Muniain con 1-2, que pudo asimismo incrementar la cuenta realizadora. En la noche del jueves, el Athletic no botó quince córners ni percutió en docenas de ocasiones poniendo balones en el área, una tónica bien conocida que le viene rindiendo nulos beneficios. Las facilidades concedidas por el Valencia, que incurrió en múltiples pérdidas, favorecían una ofensiva de ese estilo, pero faltó inspiración y tacto para crear fútbol, y acaso sobró cierta prevención por aquello de que había que asegurar la clasificación a toda costa. El entrenador habló luego de precaución, como un elemento que se dejó sentir en el ánimo de los protagonistas y en sus evoluciones.

El Athletic fundamentó su propuesta en la acreditada fiabilidad que transmite en labores de contención; la zaga al completo y Vesga edificaron una estructura que impidió respirar siquiera a las piezas de ataque del Valencia. El resto colaboró en una labor gris e ineludible para desactivar posibles transiciones orientadas hacia Agirrezabala, que solo tuvo que mancharse los guantes con el pescado vendido. Y la inercia, propiciada en gran medida por el desbarajuste del anfitrión, ayudó a redondear la faena. Iñaki Williams dispuso de dos balones en una zona donde normalmente carece de incidencia, cortesía de los centrales de Gattuso, y sacó petróleo con un par de cesiones sencillitas para que el Athletic rompiese la baraja.

Falta por comprobar si la victoria, al margen de su carácter balsámico, posee propiedades revitalizantes. Mañana, en la visita a un Celta apurado, convendría que así fuese. El tren que conduce a Europa no espera.