Con una victoria en el bolsillo, el análisis del partido tiende a destacar los aspectos positivos y a minimizar los que no lo fueron. O sea, hacemos, pero a la inversa, eso que tanto molesta a los entrenadores. Ellos sostienen que los juicios se emiten en función del resultado y que tras una derrota son más severos e injustos. Los futbolistas suelen coincidir con la visión de sus jefes, se rebelan ante el signo de las opiniones ajenas cuando pierden.
A la terminación del partido con el Sevilla fue difícil captar entre los protagonistas opiniones que censurasen el comportamiento general o parcial del Athletic. Las decisivas aportaciones de Nico Williams y sus gestos de cara a la galería, besos al escudo y demás, así como la firmeza del portero, el debut inimaginado de Robert Navarro y los estrenos de Jesús Areso y Alejandro Rego, consiguieron monopolizar valoraciones y comentarios.
Ninguno de los profesionales reconoció que el juego fue igual de inconsistente que el observado en los amistosos de julio y agosto. Nadie se detuvo a reflexionar en torno a los desequilibrios y los errores que condicionaron el desarrollo del encuentro, tanto que se pasó de adquirir una ventaja desproporcionada a vivir al garete en una segunda parte, sin saber cómo frenar a un rival que cerca anduvo de darse un auténtico festín. Ahí permanecen grabadas para quien no se lo crea, pero hasta siete opciones nítidas de gol en un cuarto de hora hubo en el área de Simón, bendito él; lógicamente con el equipo defendiendo como gato panza arriba sin que se articulara ninguna medida, un torniquete en la media o en los costados, que frenase la hemorragia. Los cambios, una vez más, tardíos. Marca de la casa.
Déficit físico
El reconocimiento más explícito a la decepcionante puesta en escena salió de Ernesto Valverde, quien en varias respuestas aludió al déficit físico de los suyos. Nada nuevo respecto a la pretemporada, con el agravante de la presión que ejercían los tres puntos en juego. Sí, acabaron muertos la mayoría de los rojiblancos, varios con problemas patentes o reclamando directamente la sustitución. Sin duda esto indica que se vaciaron en el empeño, pero asimismo que hay un margen de mejora en dicha faceta y conviene abordarlo pronto porque es sabido que la propuesta del equipo exige buenas piernas y mejores pulmones.
“Creemos que ya sabemos cómo funciona esto y no, para que funcione hay que ponerse las pilas”. La frasecita se escuchó coincidiendo con el empate a uno registrado un año atrás, en la jornada inaugural de la liga. Entonces, igual que ahora, la cita tuvo lugar en San Mamés y también contra un adversario disminuido que no pudo completar la convocatoria con gente de Primera; de hecho, viajó sin un solo delantero. Entonces fue el Getafe el encargado de encender la alarma, porque tal cosa se desprende del entrecomillado que abre este párrafo, pronunciado por un disgustado Valverde.
El marcador señaló un empate a uno, Sancet y Uche, en ese orden. El rendimiento del Athletic osciló entre malo y pésimo. Padilla, que debutaba en la élite, fue casi el único que se salvó de la quema. Nico Williams se sumó al portero en los veinte minutos de que dispuso para poner unas dosis de sal a un fútbol plano, insuficientes para arrebatar a los chicos de Bordalás un punto ganado a pulso. El equipo jugó de pena ante un grupo muy mermado, enfadó a una afición que ya se frotaba las manos pensando en las noches europeas y luego, qué cosas, todo fue sobre ruedas para completar una campaña inolvidable.
El pasado fin de semana la imagen proyectada fue mediocre nada más, no como para disgustarse, pues además el personal ya venía advertido y con la mosca rondándole la oreja; por todo lo cual, quizá lo procedente sea eludir una reprimenda bien merecida. Al calor del triunfo es más fácil, ¿verdad?