El Athletic se retiró a la ducha con una enorme sensación de alivio. Logró estrenarse en liga con una victoria amarrada muy cerca del final, fruto de un ataque aislado en la que sería última aportación de Nico Williams, el hombre del partido por su influjo. El extremo estuvo en los tres goles que acabaron por tumbar a un Sevilla de fuertes contrastes que resucitó en la segunda parte y convirtió la tarde en un vía crucis. Al final, hubo motivos para celebrar y perderse en el ambiente de la Aste Nagusia, pero previamente no resultó nada fácil encontrar razones para la fiesta.
Los malos augurios que había sugerido la pretemporada se plasmaron con absoluta crudeza. A los hombres de Ernesto Valverde les falta rodaje, lo que se manifestó en la poca chispa y precisión que exhibieron en ataque o en la fabricación del juego, así como en el escaso fuelle que mostraron para encarar una batalla que se enredó de mala forma y a punto estuvo de desembocar en un disgusto serio. Más serio incluso que el empate que el Sevilla certificó a falta de veinte minutos escasos, con los rojiblancos desbordados, expuestos a un severo correctivo.
Ni siquiera haber encauzado con un margen de dos goles un pulso que nació presidido por las dudas en ambos bandos, permitió al Athletic soltarse y realizar un fútbol más aseado. En el intermedio la cuestión radicaba en tirar de manual: con el resultado decantado y el contrario alicaído, valía con no exponer y estar firmes en la contención. El objetivo era que el Sevilla se fuese derritiendo en su impotencia. Bueno, pues nada de esto sucedió.
En realidad, lo que se observó fue que ninguno estaba para florituras, pero las limitaciones que acuciaban a la plantilla andaluza no impidieron a Matías Almeyda diseñar un once bastante reconocible. Igual que el de Valverde, a quien por cierto también le faltaba alguna pieza relevante. De modo que San Mamés acogió un duelo equilibrado sobre el papel, como cualquier otro de liga. El favoritismo que, acaso y por ser norma cabía conceder al cuadro local se veía mediatizado por la imagen ofrecida durante todo el verano. Y hubo que armarse de paciencia para ver confirmada esa pretendida superioridad rojiblanca.
Media hora larga transcurrió hasta que Nico Williams cayó en el área, víctima de un pisotón de su par que el árbitro apreció enseguida. Él mismo ejecutó el penalti y en ese preciso instante dio la impresión de que el Sevilla sacaba bandera blanca. Así se explica que al de poco el propio Nico Williams, que previamente no había sido capaz de rentabilizar ni una sola de sus internadas, se fuese de dos defensas en un palmo de terreno y chutase para que Maroan empujase a la red. Un desvío en el cuerpo de Castrín le puso la pelota en bandeja al ariete.
En ese preciso momento, cómo no pensar que semejante renta antes del descanso equivalía a la sentencia. Fue un premio que surgió básicamente del tesón, de la honradez de un Athletic que confirmó lo que se presumía: aún está lejos de alcanzar un rendimiento acorde a su nivel y a sus deseos. En efecto, los temores que generaba la imagen estival no tardarían en verse corroborados.
De hecho, la incertidumbre no dejó de sobrevolar el césped desde el minuto uno. El dominio ejercido por el Athletic desde el comienzo, donde la voluntad no compensaba el déficit de fluidez y de continuidad, no impidió que el Sevilla se apuntase las dos acciones más peligrosas: Simón abortó la primera, a bocajarro de Adams, y la madera frenó un desvío de Jauregizar que había dejado clavado al portero. El empuje ejercido hacia el área opuesta se tradujo en un alto número de córneres y vanos intentos de remate. La omnipresencia de Galarreta no bastaba para disimular las deficiencias colectivas, tampoco las subidas de Areso tapaban la nula aportación de muchos de sus compañeros, además de que dejaban un boquete en el lateral derecho.
La cosa es que saltó el Athletic en la reanudación a gestionar el botín y Nico Williams estuvo en un tris de hundir definitivamente al Sevilla, pero su zurdazo a romper se estrelló en la madera, con Nyland vendido. Tres goles hacen una goleada, son una garantía de éxito, pero dos se transforman en una amenaza si por lo que sea el rival acierta. Y por ahí fueron los tiros. Simón ya intervino para frustrar a Gudelj, pero nada pudo oponer a la rosca de Lukebakio, que en cuanto despertó de su letargo cambió el panorama. Entre el 2-1 y el 2-2 transcurrieron doce minutos, en los cuales el Sevilla fabricó hasta cuatro oportunidades de libro. Simón sacó dos y las otras se marcharon cerca del marco. La afición asistía incrédula al desbarajuste. Valverde cambió a la pareja de ataque, pero persistió la oleada de Lukabakio y compañía.
El gol de Agoumé sentó como un rayo, pero era la consecuencia lógica visto el cariz que había tomado el partido. Es posible que el Sevilla se conformase con el punto, desde luego al Athletic no se le intuían resortes para volver a opositar al triunfo, pero Guruzeta, el que mejor entendió lo que se necesitaba en esa fase crítica, montó una jugada que implicó a los Williams y el más joven sirvió el pase de la muerte para que Navarro empalmase de volea a la red. Remate salvador y baja de telón. Fin de la función. Ahora, con tranquilidad, toca aprovechar la semana para ir adquiriendo tono porque con estos sobresaltos es complicado llegar lejos.