¿Le ha pillado por sorpresa el intento de golpe de estado bolsonarista en Brasil?

—No. A los pocos minutos vi claramente que respondía al esquema de Donald Trump. Bolsonaro dirigió el ataque a la democracia, pero calculó mal la reacción del ejército. Su reunión de última hora con los jefes militares no le funcionó y solo le quedó la huida del país. Hay que tomarse en serio la advertencia.

¿La legitimidad de Lula saldrá reforzada, pese a todo?

—Espero que sí. Bolsonaro ha ido muy lejos y quedará aislado. Estoy seguro que Brasil tiene mucha resiliencia democrática. Confío que la derecha más civilizada habrá aprendido que es peligroso jugar a dar golpes de estado.

¿Cómo ha podido adquirir tanta fuerza, no solo en Brasil, el populismo violento de ultraderecha?

—La ultraderecha crece en las urnas, también en Europa. Está creando un archipiélago mundial de espacios fascistas. El siguiente paso es crear una Internacional. De momento funciona en red. Utiliza el resentimiento extendido hacia un neoliberalismo sin alma. La mayoría de la gente que vota a Vox no es neofascista, simplemente está enfadada. Otra cosa son sus dirigentes, a los que llamo los mensajeros del mal

¿Es adecuada la respuesta de la izquierda?

—En el caso del estado español, la primera trinchera es defender la Ley de la Memoria Histórica. Creo que la izquierda y las fuerzas progresistas están en ello.

¿Son iguales todos los gobiernos de izquierda de América Latina?

—Hay al menos dos izquierdas. La de los partidos comunistas latinoamericanos que siguen celebrando la revolución soviética de octubre y una renovada izquierda que busca honestamente su espacio en el mundo de hoy. Gustavo Petro, Gabriel Boric, Pepe Mujica y el Frente Amplio de Uruguay, y la gran referencia Lula da Silva.

Supongo que a usted le duele especialmente lo que está haciendo Ortega en Nicaragua.

—Claro. El golpe de estado que dio Ortega ha destruido el tejido social y concentrado en él todos los poderes del estado. Ha ilegalizado a más de un millar de asociaciones, ONG locales y extranjeras. Hoy no hay prensa en Nicaragua. Hoy, Ortega es igual a dictadura con más de 200 presos políticos,

¿Habría esperado solo hace un año la invasión rusa de Ucrania?

—La invasión es un acto criminal. No la esperaba. Pero siempre me llamó la atención que Henry Kissinger, en 2014, dijera: “Ucrania no debe entrar en la OTAN”. George Kennan, el artífice de la guerra fría, pensaba igual. Putin es el responsable primero, pero hay también otros.

¿Hay una solución realista más allá de lo militar?

—Una de las causas por las que el mundo está enfermo es por el desplome de la diplomacia internacional. Esta es una guerra geopolítica necesitada de diálogo y pragmatismo. Me desespera la convicción de que al final tendrá que haber una mesa de diálogo y negociación. ¿Por qué retrasar ese momento y seguir sumando muertos?

Y mientras, casi no miramos a otros lugares, como Palestina...

—Con setenta años de ocupación, en soledad, Palestina demuestra que no es verdad que la Unión Europea y Estados Unidos (gran protector de Israel) se ocupen de resolver de verdad el conflicto.