Hegoalde, verano de 1936. En los primeros días tras el estallido del golpe de Estado fascista contra la República, se sufrió con crudeza la represión de las fuerzas sublevadas. Arrestos masivos, venganzas selectivas y un clima de miedo marcaron las primeras semanas. En ese contexto, una historia sucedida entre Sara, Etxalar y Oiartzun pone rostro humano a la violencia política, y desvela cómo un gesto solidario estuvo a punto de costar la vida a un médico de Iparralde que en aquella época era muy querido en Donostia.

El protagonista fue el doctor euskaldun Michel Hyacinthe Leremboure Dihursubehere, médico y vascófilo labortano, nacido y muerto en Sara (1874-1959). Cirujano de prestigio, ejerció durante décadas en Donostia, donde fundó en 1907 la Clínica del Perpetuo Socorro, en colaboración con los hermanos Rodríguez del Castillo. Años después impulsaría también el Dispensario Médico de Santa Isabel, donde ofrecía atención gratuita a personas sin recursos. Su práctica abarcaba tanto a familias humildes como a sectores aristocráticos con los que incluso emparentó por matrimonio.

Durante la Primera Guerra Mundial se alistó como médico militar en el ejército francés. Esa experiencia marcó su estilo quirúrgico, preciso y forjado en la cirugía de batalla. En 1929 fue elegido vicepresidente de la Sociedad de Estudios Vascos, cargo para el que sería reelegido en 1932. También presidió el Colegio Médico de Baiona y ejerció durante cerca de 20 años como alcalde de su pueblo natal, Sara, donde mantenía una casa familiar y vínculos constantes con ambos lados del Bidasoa.

En julio de 1936, cuando las tropas sublevadas tomaron Donostia, el doctor Leremboure se encontraba en Sara. Tras conocer que algunos amigos suyos habían sido detenidos, entre ellos el abogado Rafael Heriz, aceptó mediar por su libertad. Su nombre todavía tenía peso. Decidió presentarse en el puesto de mando en Etxalar, territorio ya bajo control fascista, con la intención de hablar directamente con el general Emilio Mola, jefe de las divisiones golpistas en el norte.

La anécdota fue recogida años más tarde por el periodista tolosarra Germán Iñurrategi, exiliado a México, quien reconstruyó con detalle el relato de aquel suceso en el que, según sus propias palabras, el espíritu de ciertos hechos “muestran con caracteres que estremecen, cuál fue el afán de exterminio que nubló el corazón de los generales que dirigieron la rebelión militar española”.

Al llegar a Etxalar, Leremboure fue recibido por un capitán golpista que había sido paciente suyo años atrás. El trato fue amable. El médico no tardó en plantear el motivo de su visita: “Traigo una súplica para el General Mola, con quien le ruego me ponga inmediatamente en comunicación”. Aquel militar, tras maniobrar los hilos de una centralita de campaña, le dio paso de la siguiente manera escrita por Iñurrategi:

— “¡Buenos días, mi General! Le habla el Doctor Leremboure.”

— “¿Cómo está usted doctor? ¿Dónde se encuentra?”

Con serenidad, explicó que estaba en Etxalar y que hablaba en nombre de varios amigos suyos detenidos, solicitando “su generosidad en canje”. Añadió: “Como amigo de ellos, no he podido negarme a su requerimiento.”

Mola escuchó en silencio. Luego respondió: “Muy bien. Estudiaré su petición. Antes de abandonar el aparato, haga el favor de decir al Oficial de Guardia que se ponga al teléfono.” Cuando este se puso al aparato, la orden fue directa: “Ordeno a Usted que en ese mismo puesto de mando fusile al doctor Leremboure”.

Siempre según la versión de Iñurrategi en Euzko Deya, el oficial quedó “lívido, abrumado por el peso de aquella terrible e inesperada responsabilidad”. Colgó el auricular y se volvió hacia el médico: “Huya antes de que confirmen la orden”. Leremboure escapó por sus propios medios. Subió a su automóvil, todavía incrédulo, y consiguió atravesar de nuevo la frontera. El oficial que lo dejó marchar, según el testimonio recogido, moriría pocos días después en el frente. Aquel acto de desobediencia salvó la vida del médico. “Ese primer acto –escribiría Iñurrategi– le salvó al doctor de una muerte segura en campaña”.

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El doctor labortano se retiró entonces definitivamente a su hogar en Sara. Su clínica en Donostia fue incautada por las nuevas autoridades franquistas, y continuó brevemente al frente el doctor Ángel Jaén, que más tarde se exiliaría a México. En 1948, Leremboure participó en el VII Congreso de Estudios Vascos celebrado en Biarritz, presentando una comunicación titulada La chasse à la palombe au Pays Basque, donde describía con detalle la caza tradicional de la paloma en Sara y Etxalar, una práctica viva desde al menos los siglos XIV o XV.

Murió en su casa en 1959, a los 85 años aquel que le había contado el suceso a Iñurrategi, que, en tiempos de terror, incluso un gesto puede ser una sentencia: “Aquellos generales fascistas lo perdonaban todo, menos que les pidieran humanidad”.