Quien haya visto el partido del domingo en el Benito Villamarín, habrá tomado nota. En pocas ocasiones desde el verano, el Barcelona ha mostrado su poderío como hizo contra el Betis (2-4). No fue una actuación redonda y, sin embargo, la impresión general, así como el resultado, estuvieron a la altura de lo que se espera de un equipo de prestigio y aspiraciones máximas.

El azar quiso que fuese en vísperas de visitar San Mamés cuando el Barcelona evocase al bloque intratable que, aunque solo sea por lo realizado en el presente siglo, permanece grabado en la memoria de cualquier aficionado al fútbol. Y por supuesto, en el entorno del Athletic, que se prepara para vivir una noche crucial en la temporada. Si mantiene ese nivel mañana, el acceso a semifinales de Copa estará carísimo.

La primera reacción al sorteo fue de alegría: el factor campo multiplicaba las opciones rojiblancas y el contundente desenlace de la Supercopa estaba aún caliente. El Barcelona cayó con estrépito ante el Real Madrid, dato que mermaba la ya maltrecha credibilidad del proyecto encabezado por Xavi Hernández. Una mala fama labrada en demasiados partidos donde la imagen de los catalanes en absoluto se ha correspondido con el potencial que atesora la plantilla.

La valoración no es caprichosa, ni el fruto de un prejuicio o fobia, sencillamente el Barcelona no convence. A menudo, su forma de competir ha rayado la mediocridad. Incapaz de disimular sus debilidades, en especial en lo concerniente a la faceta defensiva. Sin embargo, pese a desenvolverse en una versión poco fiable, el repaso de su trayectoria rebajaría la dureza del juicio.

En primer lugar, hay que detenerse en los resultados. En efecto, no habrá convencido, pero sí vencido. El balance de los 30 partidos oficiales que acumula en cuatro frentes (Liga, Copa, Champions y Supercopa), dice que ha ganado veinte y empatado cinco. Por tanto, solo acumula cinco derrotas. De estas, descontada la de la Supercopa, solo dos fuera de su estadio, ambas en Champions, ninguna en liga.

El frío cómputo de estos datos aconsejaría rebajar la severidad de las críticas. Una pretensión vana, pues al Barcelona, además de ganar, se le exige espectáculo, lucimiento, buen juego y la pura verdad es que en muchos partidos ha ido con el gancho, dejándose girones sobre la hierba; en definitiva, sufriendo más de lo que los culés están dispuestos a soportar.

Plaga de lesiones

La batuta de Xavi está en entredicho. Al margen de que sería interesante discernir la procedencia de muchas de las censuras de que ha sido objeto, no es de recibo obviar que la gestión del técnico se ha visto absolutamente condicionada por la disponibilidad de jugadores. Que cuenta con un grupo plagado de estrellas, no se discute, pero el número de lesiones ha planteado trabas constantes. De hecho, no puede hablarse de un once tipo, de una alineación estable que haya gozado de continuidad y menos todavía, integrada por los teóricos titulares, que en pura lógica existen, como en cualquier equipo.

Sirva como exponente la última formación, que por fin reunió en la medular a De Jong, Gundogan y Pedri, este recién salido de la enfermería. Faltaba Ter Stegen, pieza capital en un conjunto donde el portero suele afrontar situaciones límite. El alemán lleva años siendo una garantía de eficacia, un seguro de vida, Iñaki Peña se halla a otro nivel. En Sevilla, tampoco comparecieron Joao Cancelo, Marcos Alonso, Chistensen e Iñigo Martínez, el líder de la zaga por el que el entrenador ha confesado que suspira.

Otro elemento diferencial, Gavi, se rompió una rodilla dos meses atrás, se calcula que su regreso se producirá la campaña venidera. La relación de bajas incluyó asimismo a Raphinha. Hasta aquí un parte médico con siete afectados. El panorama ha sido de similar alcance desde agosto, con estos u otros nombres.

Esgrimir esta cuestión concreta en clave de excusa, acaso no sea de recibo para según quién, pero sin duda ha mediatizado el comportamiento de un Barcelona que creía haber completado la radical renovación del vestuario abordada en año y medio. Al respecto, apuntar que únicamente siete hombres permanecen desde que Xavi accediera a la dirección hace un par de inviernos.

Se antoja pues razonable transigir que, al menos hasta cierto punto, la estabilidad del proyecto ideado por el de Terrassa ha sido inviable. Entre salidas y entradas de jugadores y la plaga de contratiempos físicos, por no mentar el tremendo y permanente barullo institucional en Can Barça, el Barcelona atraviesa una época complicada. No obstante, el cúmulo de factores negativos no fue impedimento para que el Barcelona se alzase con el título de liga del ejercicio anterior.

Claro que con esto no basta para satisfacer las apetencias internas y externas. A Xavi se le reclama protagonismo en el concierto continental, pese a que dé la impresión de que no se halla preparado para un reto de semejante altura. La peligrosidad del Barcelona, pensando en el encuentro que en pocas horas acogerá San Mamés, se puede calibrar a partir de las expectativas que genera. Consumida media temporada, todo apunta a que debe concentrarse en ganar la Copa. Está obligado, dado que arrastra una desventaja importante en la clasificación liguera. Sin olvidar que, por múltiples razones, el club catalán necesita disputar la próxima edición de la Supercopa y, sobre el papel, tiene más crudo el acceso a una plaza vía liga.