ENÍA la piel oscura, lucía un pequeño bigote y monóculo, y vestía con ropa y calzado oscuros. Así le describen quienes le vieron en el viejo hotel Excelsior de la calle Hurtado de Amézaga. Se fijaron porque no convenía perderle de vista. No en vano, el judío (sí, judío...) Josef Hans Lazar fue enviado a España por Joseph Goebbels, ministro de propaganda del Reich, con la misión de organizar “un gran servicio de noticias en la Península ibérica”. Era empresario y agregado de prensa de la embajada alemana, un austríaco como el principal representante de los intereses del Tercer Reich en la España franquista.

El motivo principal de la presencia militar alemana en Euskadi lo constituyó sin duda alguna el tráfico de wolframio y la necesidad perentoria de que los cargamentos de este mineral siguieran llegando a Alemania, sobre todo después de que la suerte de las armas se volvió desfavorable para el Reich. El wolframio, también denominado tungsteno, es un elemento químico descubierto a finales del siglo XVIII. Su primer estudio riguroso fue hecho por los hermanos Juan y Fausto de Elhuyar en los laboratorios de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País.

No sé si debiera pedirle consejo al escritor británico John le Carré para seguir contándoles porque esta crónica tiene un toque propio de los relatos de espías. No en vano, el hotel Excelsior de aquel entonces, hoy reconvertido en la sede administrativa en Bilbao de las Juntas Generales de Bizkaia, fue, según algunas voces, nido de espías entre la primera y la segunda guerra mundial. Vistas las diversas versiones que hay al respecto, habrá que deducir que algo de todo ello hubo. En 1914 este hotel, propiedad de Otto Meisner, pasaba por ser uno de los centros de conspiración alemana durante la Primera Guerra Mundial; al parecer, alojaba y daba cita a numerosos espías alemanes que no dejaban rastro a su paso por Bilbao. El edificio de la calle de Hurtado de Amézaga fue construido en 1888 con objeto de acoger la razón social de las entidades: Unión Minera y Compañía Marítima Trasmediterránea hasta que en 1939 fue reconvertido en hotel. El Excelsior era propiedad de la familia Areilza; en sus últimos años de vida (más o menos en los días en que Julio Salinas, el padre de los futbolistas, trabajaba como empleado de la recepción...) era la condesa de Rodas -hermana de José María Areilza- su propietaria; ésta, al no permitir ninguna obra de modernización de sus deterioradas instalaciones, provocó la clausura definitiva el 30 de noviembre de 1988. Pero detengámonos un momento. Hemos corrido demasiado porque páginas y páginas singulares de la historia de Bilbao más vibrante se han escrito en esa par de manzanas de edificios.

El Excelsior contaba con sesenta y cinco habitaciones y ciento trece plazas de alojamiento, algunas equipadas con cuartos de baños de uso individual y la mayoría de uso colectivo; de manera que en cada piso existía un excusado general al que se accedía previa solicitud de la llave en la conserjería. En los años cuarenta, el restaurante del hotel Excelsior llegó a ostentar una de las primeras estrellas concedidas por la Guía Michelín a un restaurante de la Villa. En verano, el magnífico bar de este hotel, ocupaba una terraza elevada sobre la acera de la calle Hurtado de Amézaga y ahí reinaba la esposa de Pablo Klinkert, María Luisa Ania. No era la única reina de la calle. No en vano, allí, bien cerca, hizo nombre y leyenda Andere Jaureguizar. El restaurante Alcazaba fue un inexcusable punto de referencia en la vida de Bilbao, desde 1921, fecha en la que debió inaugurarse, hasta su clausura, a comienzos de la Guerra Civil. Tenía su sede en Hurtado de Amézaga, 4, portal correspondiente al inmueble que hizo famoso su alias más popular: Casa de la Petaca. A la mesa de aquel distinguido sitio de comidas acudió con frecuencia Félix Garci-Arcelus, más conocido de todos por el heterónimo de Klin Klon. Precisamente, su famosísima composición El roble y el ombú, zortziko que emociona desde su primera nota cantada, estuvo dedicada a la jovial Andere.

Digamos también que Indalecio Prieto y su gran amigo el arquitecto nacionalista Ricardo Bastida se reunían con frecuencia en el comedor o en la terraza, y cuentan que éste fue el marco donde concibieron y dibujaron la Estación Intermodal, que cincuenta años después el diputado general José María Makua quiso ejecutar basándose en el proyecto de Stirling.

¿Han visto? Ese fue un espacio singular en el Bilbao de hace un siglo. Hoy no le falta vida, aún sin espías, wolframio, zortzikos y planes descomunales de un Bilbao para el futuro. Si bien la sede oficial de las Juntas Generales es la Casa de Juntas de Gernika, donde se celebran los plenos, la institución cuenta con una sede administrativa en Bilbao ubicada en este edificio singular en la calle Hurtado de Amézaga número 6. En esta sede se desarrolla la actividad diaria de las Juntas: comisiones, reuniones de los grupos junteros y preparación de los plenos. Asimismo, cuenta con una sala de exposiciones y un salón de actos, utilizado por diferentes colectivos sociales vizcainos para reuniones y conferencias.

Recuperadas en 1979 tras un paréntesis de más de cien años provocado por la abolición de los Fueros en 1876, las Juntas Generales de Bizkaia han sido protagonistas destacadas del proceso de institucionalización de la Comunidad Autónoma Vasca y la recuperación de los derechos históricos de los Territorios Vascos. Hoy en día en la sede bilbaina de la que les hablo existe una sala donde se reúne la mesa de las Juntas Generales. Cuentan que fue Antón Aurre, segundo presidente de la institución, quien inició la impresionante colección artística que hoy alberga, con firmas de Lazkano, Ibarrola, Oteiza o Chillida. Fue un hombre muy sensible al arte y quiso apoyar a artistas, hoy consagrados, que entonces eran desconocidos, adquiriendo sus obras. Es uno de los grandes tesoros de la casa, sin lugar a dudas. Hoy en día, por medio de un acuerdo de colaboración con la Facultad de Bellas Artes de la UPV/EHU para mostrar el trabajo de la joven cantera de artistas vascos, la pequeña galería de arte de la sede bilbaina se valora como un lugar de referencia para los artistas emergentes del territorio.