LA comunicación es un indicativo muy fiable del funcionamiento de un ente de la dimensión social del Athletic. Al igual que anteriores directivas, la que preside Jon Uriarte proclamó sin recato su afán por la transparencia en su política informativa. A punto de cumplir el primer año de mandato, puede afirmarse que el concepto de transparencia en que se inspira dista muchísimo del ideal que supuestamente pretendía plasmar. El mutismo en torno al estado físico de Jon Morcillo, desvelado por él mismo, sería la enésima muestra de un proceder inaudito que refleja la consideración que a la directiva le merecen los profesionales y los aficionados.

De entrada, resulta paradigmático el rol de Uriarte. Habitualmente fuera de escena, ausente, missing en el argot institucional vigente, ha eludido comparecer en todo trance que reclamase un mensaje o una explicación. En el colmo del oscurantismo, llegó a organizar un acto donde impuso restricciones insólitas al prohibir a la prensa la reproducción literal de sus palabras.

La exposición pública, si implica realizar declaraciones, produce algún tipo de alergia en el presidente. Eso sí, no tiene pegas para figurar en actos promocionales, ni exhibirse vestido de corto en un césped o aparecer junto a representantes políticos. Siempre que esté a salvo de la intromisión de las molestas grabadoras. Completa su modus operandi con el recurso de la delegación, prefiere que dé la cara el director general. Jon Berasategi lo mismo expone el estado financiero del club que lanza una convocatoria al socio a fin de llenar San Mamés en horario nocturno. Por no mentar la abusiva utilización de un tal José Ángel Iribar en toda clase de iniciativas, sin reparar en su calado. Al director deportivo, ya ni se le espera.

Del repaso de un puñado de episodios se obtiene una foto nítida del estilo comunicativo del Athletic actual. Por ejemplo: hubo que esperar al 24 de abril para enterarse de que el club “trasladó una queja formal a LaLiga”, que anunció los horarios de los cruces con Sevilla y Betis el 10 de abril. Dos semanas de silencio. Mientras afición y profesionales se posicionaban, la directiva callaba.

Tampoco tiene desperdicio el anuncio de que la firma de ropa deportiva Castore vestirá al Athletic a partir del próximo curso. Se leía que ambas partes “han firmado un acuerdo multianual” y cómo Uriarte mostraba “su satisfacción por el acuerdo… una muestra más de la intención del Club por estar a la vanguardia de la innovación…”. Daba a entender que se trata de una gestión propia, cuando corresponde a la directiva de Aitor Elizegi. De hecho, DEIA adelantó la noticia el 10 de julio y la junta de Uriarte no estuvo operativa hasta el 27 de junio.

Merece un aparte la estrategia empleada en la renovación de Sancet. En concreto, la omisión de la cláusula del jugador, clave para interpretar la auténtica dimensión del acuerdo. Informar de que asciende a 80 millones, hubiese desinflado el éxito que la directiva quería apuntarse, ambientado al más puro estilo yankee con el episodio del micrófono tras un partido en San Mamés. Con el mencionado dato, que el vínculo venza en 2032 pasa de promesa a mera hipótesis y corrobora que en la negociación Ibaigane cedió por completo a los deseos de la otra parte.

Por seguir el hilo, qué fácil es subrayar que “Lekue tiene una estructura salarial con un componente de variable por objetivos” cuando este prorroga su contrato. Más allá de la distancia abismal en las formas, conviene reflexionar en torno a los agravios que, por interés propio, la directiva fomenta en el seno del vestuario.

Una muestra más de su talante se plasma en la despedida de uno de sus miembros. La nota del directivo saliente no se limita a dar razón de su marcha, sino que adopta el formato de publirreportaje ensalzando la figura de Uriarte y su labor. Ración gratuita de autobombo compartida con el socio. El asunto tendría un pase si no se produjese en un contexto marcado por el estruendoso silencio que marca el día a día del Athletic. El socio no se entera de la misa a la media y asiste perplejo al aislamiento de una directiva que se retrata cada vez que saca la patita.

A Uriarte y compañía solo parece preocuparles cubrir el aforo del campo. Al respecto de esto, aparte de los choques con las peñas o el fracaso del amistoso con el Chivas, haber priorizado la asistencia a San Mamés a la antigüedad del carnet en el reparto de las entradas de la final de Copa frustrada, es un exponente más de que antepone la imagen al sentido común, a la fidelidad al club y al espíritu de los estatutos.

El empleo de la clásica fórmula “donde dije digo, digo Diego” para contar cómo se gestó la contratación de Ander Herrera, es para nota. Encima, luego va el jugador y deja en evidencia al presidente. Como acabará ocurriendo en el escandaloso caso de Iñigo Martínez. Pero el desdén hacia el entorno alcanza su culmen en el abandono del Bilbao Athletic: la elección y cese de Arostegi, su relevo con el amigo del jefe de Lezama, el calvario de la plantilla semana a semana y la pasividad más absoluta.

Como remate, el epitafio tras consumarse el histórico descenso del filial. Así rezaba: “decepción para el Club, inmerso en una profunda reflexión iniciada ya hace meses con su línea de autocrítica y decisiones fallidas”; “contextualizar los resultados en una estrategia a medio y largo plazo, algo imprescindible en un club de cantera”. Indignan las nueve líneas del comunicado oficial, cuando ningún responsable ha dicho esta boca es mía con el equipo en caída libre, exceptuando las depresivas ruedas de prensa de Pallarés.