es la economía, estúpido” fue el célebre mantra de la victoriosa campaña electoral de Bill Clinton de 1992. Después, la frase ha sido utilizada como resumen de ideas fundamentales en la política, tanto para justificar la gestión de los gobernantes, como para argumentar la postura de la oposición. La economía, o mejor dicho la macroeconomía, es un factor fundamental, pero se ha convertido en el vehículo con el que navegar en un océano de conceptos y propuestas tan variadas que muchos optan por describir la realidad mediante el lenguaje simbólico de la metáfora de tal forma resulta difícil distinguir la realidad de la ficción.

Clinton supo aprovechar la recesión económica en las potencias occidentales provocada por la caída del comunismo en Europa, para poner en valor la economía como eje de la vida política y del bienestar social. Casi cuatro décadas después, el Gobierno de Pedro Sánchez dice querer mejorar la protección de los trabajadores y acabar con los abusos de horas extras no abonadas mediante la obligatoriedad de un registro horario que entró en vigor el pasado domingo día 12. A primera vista, es loable semejante propósito si tenemos en cuenta que se estima en cerca de 3 millones de horas extras semanales que no son abonadas ni cotizadas en la Seguridad Social.

Poco más se puede añadir. Siempre es positivo y oportuno corregir el mercado laboral cuando, como parece que es el caso, presenta serios e injustos indicios de precariedad, irregularidad y fraude. Claro que, bien mirado, la utilidad de una medida viene reflejada en su eficacia. En este sentido, los expertos y analistas no se ponen de acuerdo respecto a la posibilidad de que semejante medida pueda combatir la precariedad laboral española, cuyo mercado presenta serias deficiencias, irregularidades y desequilibrios que no pueden solucionarse con fichar cuando empieza la jornada laboral y cuando finaliza.

LENGUAJE SIMBÓLICO Los datos macroeconómicos señalan y publicitan un crecimiento continuado durante los últimos meses y han permitido que algún político hable, incluso, del milagro español. Es el lenguaje simbólico al servicio de intereses partidistas que oscurece el escenario hasta el punto de no poder distinguir la realidad de la metáfora. Saben, pero ni lo dicen ni lo proponen, que no habrá solución a los graves problemas de la economía española en tanto no se hagan reformas estructurales y se frene la caída de la productividad.

En este contexto, conviene recordar que buena parte de ese crecimiento económico registrado en los últimos meses se debe, en parte, a la devaluación del mercado laboral tanto en salarios como en calidad del empleo, mientras que las previsiones señalan que la productividad seguirá cayendo en los próximos meses. La pregunta es ¿se resuelve el núcleo del problema con el registro horario? Evidentemente, no. Se necesita poner en valor la productividad que es el vínculo entre lo producido y los medios empleados para conseguirlo (mano de obra, conocimiento, materiales, energía, etc.). La productividad suele estar asociada a la eficiencia en el trabajo y al tiempo: cuanto menos tiempo se invierta en lograr el resultado anhelado, mayor será el carácter productivo del sistema.

Pero en modo alguno se dice que registrar el horario garantice una mayor productividad que se convierte, por tanto, en el eje fundamental del crecimiento económico sostenible y con capacidad para financiar el estado de bienestar social, máxime en un momento tan delicado que empresarios e inversores temen la llegada de una nueva recesión.

ÉTICA Pero hay otro factor igual o más importante que la productividad. Se trata del conjunto de valores y normas por las que debe transitar el comportamiento humano y que los gobiernos deben ser garantes y ejemplarizantes. Es, en definitiva, la ética. Dicho así, sin adjetivo alguno. La ética, por ejemplo, frente al fraude fiscal. De aplicarse con la misma diligencia que se pretende controlar a los trabajadores, posiblemente estaríamos ante un menor déficit público y una situación menos agobiante para las pensiones públicas.

Claro que, para ello, quizás lo primera fuera criticar la concesión de la más alta distinción de la Generalitat de Catalunya a Messi, condenado por defraudar millones de euros, “por unos atributos sociales tan primordiales como la humildad, la honestidad, el aprendizaje, la creatividad, el sentido de equipo y el respeto”.

Lo dicho, no es la economía, estúpido, es la productividad? y la ética.