Hace más de tres años que se detuvo el reloj de Berri Txarrak. La banda de Lekunberri se despidió de los escenarios con un masivo concierto celebrado en el recinto Navarra Arena de Pamplona el 23 de noviembre de 2019. Desde entonces, el mundo solo ha ido a peor. Es una evidencia que de vez en cuando recuerdan los seguidores de la banda, como si su marcha estuviera misteriosamente conectada con la deriva social, política y medioambiental. Antes del cataclismo del coronavirus, la escena vasca había perdido a uno de sus grandes aristócratas del rock, un verdadero power trío salido de los circuitos alternativos, con pegada y público, y que terminó conquistando a oyentes variopintos.

El documental ‘Dardara’ (Marina Lameiro, 2021), concebido como un precioso mapamundi de su impacto emocional, nos desvela el rostro de algunos fans incondicionales de una punta del planeta a otra. Literalmente. Desde México a Japón, Berri Txarrak ha sido uno de esos grupos de culto que ha dejado huella en una pequeña pero fiel legión de seguidores, cada vez más numerosa, durante un camino ascendente en lo comercial que no por ello ha restado calidad y credibilidad a su música. El largometraje de Lameiro, el segundo de su trayectoria, rebasó la barrera de los 10.000 espectadores gracias principalmente al boca a boca. Otro pequeño gran hito.

Canciones como ‘Katedral bat’, ‘Ikusi arte’, ‘Denak ez du balio’ o ‘Bueltatzen’, todas ellas por encima de los dos millones de reproducciones en Spotify, son una muestra de la poderosa musculatura de la banda, himnos de estadio que funciona igual de bien al calor de un gaztetxe. En el microcosmos de Berri Txarrak todo era posible, lo grande y lo diminuto, las victorias y las derrotas, en una carrera inteligente de la que solo ellos fueron dueños y que, 25 años después (1994-2019) decidieron parar en seco. Ya lo habían dicho todo. O eso creían.  

Con todo, el trío siempre ha mantenido los pies en el suelo. El éxito no le cambió a Gorka Urbizu, su alma máter, autor de unas letras evocadoras, poéticas, muy trabajadas. Fueron humildes en el inflado negocio musical, donde los egos suelen imponerse con asombrosa facilidad. Se hizo viral la vez en la que tocaron ante una sola persona en Nantes, Francia, en 2017. “Es algo que puede ocurrir… y no pasa nada. Hoy lo daremos todo en París, tal y como lo hemos hecho esta noche. Ese fan de ayer se lo merecía todo. Merci”, dijeron en su cuenta de Facebook. El gesto engrandeció la leyenda de un grupo que acumulaba una longeva carrera musical con cientos de conciertos a sus espaldas y una sólida discografía que, en la última etapa, se había abierto a postulados más melódicos desde el metal, el hardcore, el punk-rock y el pesado muro sonoro de los inicios. 

Salvando las distancias, Berri Txarrak han sido nuestros ‘Foo Fighters’ particulares. Echaron mano de productores de prestigio, como por ejemplo Steve Albini (‘Nirvana’, ‘Pixies’), Ross Robinson (‘The Cure’, ‘Korn’) y Bill Stevenson (‘Black Flag’, ‘Lemonheads’). En la nómina de colaboradores internacionales de sus discos se encuentran Tim McIlrath (‘Rise Against’) y Matt Sharp (‘Weezer’, ‘The Rentals’). Durante la primera mitad de su carrera funcionaron como cuarteto: Gorka Urbizu (voz y guitarra), Aitor Goikoetxea (batería), Mikel Lopez ‘Rubio’ (bajo) y Aitor Oreja (guitarra) completaron la formación hasta 2004. Con la salida de Oreja se reconvirtió en trío ya con David González al bajo y, más tarde, Galder Izagirre a la batería. Urbizu ha sido el único miembro fijo. 

Estandarte del rock en euskera

Desde el principio apostaron, sí o sí, por una lengua minoritaria hasta el punto de convertirse en el grupo bandera del rock vasco con un total de nueve álbumes de estudio cantados íntegramente en euskera. Traspasaron fronteras demostrando que el idioma no es el factor determinante del éxito en la música; son las canciones, la actitud, la coherencia artística de una banda que merece ser reconocida por ello. Atributos que escasean en el universo del rock y que se echa de menos en estos tiempos tan atropellados.  

Como casi siempre, el reconocimiento institucional llegó a las puertas del adiós. En 2019 obtuvieron el Premio Adarra, el galardón que entrega el ayuntamiento de Donostia desde 2014 “a la trayectoria y la labor de artistas o grupos vascos en el campo de la música”. Su despedida ha provocado un notable efecto rebote y no son pocos los que piden su regreso a la actividad. La banda también ha alimentado la maquinaria nostálgica con las reediciones del LP ‘Haría’, coincidiendo con su décimo aniversario, y de ‘Eskuak / Ukabilak’, su tercer trabajo. Desde el pasado diciembre está disponible por primera en vinilo el segundo disco del grupo, ‘Ikasten’. Berri Txarrak no faltó a su cita a la última Azoka de Durango con un stand propio entre el 7 y el 11 de diciembre.