Bilbao - Nada más finalizar el homenaje a Fermín Monasterio, un trueno puso el colofón a un acto en el que la incesante lluvia fue el reflejo de la emoción que se desbordó por momentos en la carpa ubicada en el parque de Doña Casilda. La convocatoria de ayer en Bilbao fue especial por varios motivos: tras numerosos homenajes colectivos, fue la primera de carácter individual impulsada por el Gobierno vasco, con el lehendakari, Iñigo Urkullu, a la cabeza, que trasladó a los allegados la “empatía que os faltó hace 50 años”. La ocasión lo merecía, al recordar la figura de Monasterio, tercera víctima mortal de ETA y primer asesinado civil de la banda. El 50 aniversario de su muerte a manos del etarra Miguel Echevarria Mecagüen y el expreso deseo de la familia se erigen en los principales factores que podrían llevar a promover un nuevo acto de esta naturaleza.

El 9 de abril de 1969, Echevarria huía tras ser herido en un enfrentamiento con la Policía en el Casco Viejo. Montó en el taxi de Monasterio y le pidió que le llevara hasta Burgos. Tras resistirse al ver las heridas del etarra, este lo asesinó de cuatro disparos, lo sacó del vehículo y dejó su cuerpo mientras huía al volante. Natural de Burgos y con 38 años de edad, Fermín Monasterio estaba casado y tenía tres hijas.

Su viuda Rosario y sus hijas Dori, Charo y Mari Mar ocuparon un lugar preferencial en el acto presidido por un gran retrato del que fuera su marido y padre. Tomó la palabra Dori Monasterio, integrante del Foro Municipal para la Paz y la Convivencia del Ayuntamiento de Bilbao, y recordó a “la persona que más queríamos”. En ese momento paró, emocionada, y prosiguió espoleada por el aplauso de los presentes. “Era un hombre alegre, cariñoso, trabajador, honesto, lleno de sueños”, dijo. Agregó que “estaría muy orgulloso de sus hijas y de su mujer, mi madre, a la que también arrebataron sus sueños y que, sin embargo, ha sabido educarnos para vivir sin odio y en el respeto, como mi aita hubiera querido”. Tras finalizar, recibió el abrazo de su hermana Charo, de nuevo entre aplausos.

Entonces el lehendakari entregó un recuerdo a la familia, un retrato de Fermín que su viuda besó. Durante el aurresku de honor la hija menor, Mari Mar, lloró desconsolada y, al finalizar el dantzari, Rosario se secó asimismo las lágrimas. Urkullu evocó “con pesar el silencio e incluso el rechazo que en los años posteriores al asesinato os tocó vivir como familia”. Aseguró por ello que “intentamos expresaros la empatía que os faltó hace 50 años” y les trasladó “nuestra cercanía, afecto y solidaridad”. Subrayó el “drama que ha supuesto el terrorismo” y calificó este crimen de “injusticia que nunca debió producirse”.

Una ofrenda floral puso fin a un acto al que acudieron miembros de todos los partidos del Parlamento Vasco, el portavoz de Moncloa en la CAV, Jesús Loza; el secretario general de Derechos Humanos, Jonan Fernández; la presidenta de Gogora, Aintzane Ezenarro, y numerosas víctimas, incluyendo a representantes de Aserfavite y la AVT.