Durante años hemos oído que el queso engorda, sube el colesterol o “no es para todos los días”. Pero como pasa con muchos alimentos, generalizar lleva a errores. El queso no es el malo de la película. Al contrario: si eliges bien, puedes beneficiarte de un alimento que aporta proteínas completas, calcio fácil de absorber y un sabor que alegra cualquier comida. Eso sí, no vale cualquiera.
Para empezar, hay tres cosas que conviene mirar: la grasa, la sal y las calorías. Y no hace falta volverse loco. En general, cuanto más curado está un queso, más grasa y sal contiene. Y cuanto más fresco, más ligero suele ser. Pero no es una norma estricta: hay quesos curados que, en pequeñas dosis, son nutricionalmente muy interesantes.
También influye el tipo de leche: vaca, cabra, oveja... o incluso versiones vegetales. Cada una tiene sus propiedades.
Quesos frescos
Si buscas un queso fácil de digerir, bajo en grasa y que no te dispare las calorías, los quesos frescos son la mejor opción. El clásico queso tipo Burgos, el ricotta o el queso cottage son ligeros, versátiles y bastante saciantes. Aportan proteínas de buena calidad sin cargas exageradas de grasa.
Otro que está ganando puntos es el quark, muy usado en países del norte de Europa. Tiene una textura cremosa, se parece a un yogur espeso y va bien tanto en recetas dulces como saladas.
Mozzarella y feta
La mozzarella, sobre todo si es baja en grasa o está hecha con leche parcialmente desnatada, es una opción muy equilibrada. Tiene buena cantidad de calcio y proteínas sin pasarse con las calorías. Eso sí, mejor evitar las versiones ultraprocesadas de supermercado que vienen con mil aditivos.
El queso feta, típico de Grecia, también es interesante. Tiene sabor potente, se digiera bien (sobre todo si es de cabra u oveja) y no es excesivamente graso. En ensaladas o con verduras asadas va de maravilla.
Hay margen para el queso curado
Si te gusta el queso con carácter, tranquilo: hay opciones razonables. El parmesano, por ejemplo, es un concentrado de nutrientes. Sí, tiene grasa y sal, pero también una dosis altísima de calcio, fósforo y proteínas. La clave es la cantidad: con un poco rallado sobre la pasta o una ensalada ya sumas beneficios sin pasarte.
Otro ejemplo es el manchego semicurado, que servido en raciones pequeñas puede tener hueco en una dieta equilibrada sobre todo por lo saciante que es y por lo que ayuda a adherirse a una dieta.
Cuidado con los quesos vegetales
Cada vez hay más opciones sin leche animal, pero conviene mirar con lupa. Muchos quesos “veganos” están hechos a base de almidones, aceites refinados y saborizantes. O sea: poco nutritivos. Los más recomendables son los elaborados con frutos secos fermentados, como los de anacardo, que sí aportan algo más que textura y sabor.
Si eliges bien y no te pasas con las raciones, el queso puede estar presente a diario en tu dieta sin remordimientos. Lo importante es saber qué variedad va mejor contigo y con tus objetivos de salud. Porque no es lo mismo comer un poco de queso fresco con frutas por la mañana que cenar media cuña de curado cada noche.
El queso no es solo placer: también puede ser nutrición con sentido común. Solo hay que mirar más allá de la etiqueta… y de los mitos.