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Rojo sobre blanco

Dulce aperitivo

Al Athletic le cabe el mérito, y aquí no se le discute, de haber rentabilizado al máximo tanto lo mal que ha jugado en muchos de los 180 minutos que aparecen en su contador

El Athletic - Rayo Vallecano, en imágenesOskar González, Borja Guerrero

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El domingo termina lo que podría considerarse como el aperitivo del interminable banquete en que han convertido la temporada oficial. Y será en La Cartuja, en principio un escenario preferible al Villamarín si, como es el caso, se trata de visitar al Betis.

Lo de aperitivo tiene su sentido porque a estas tres primeras jornadas de liga le sigue un paréntesis y cuando el campeonato se reanude, a mediados de septiembre, el Athletic ya no se limitará a cruzarse con Alavés, Valencia y los que vengan después, sino que también deberá dejar hueco en su agenda y dedicar los martes o los miércoles a verse las caras con los clubes inscritos en la Champions.

La cosa se pondrá seria entonces, bastante más que ahora. No es por hacer de menos al Sevilla y al Rayo o por infravalorar las victorias logradas a su costa en partidos que no han generado grandes noticias si se descuenta el marcador y su traducción clasificatoria. Siendo esto muy cierto, al Athletic le cabe el mérito, y aquí no se le discute, de haber rentabilizado al máximo tanto lo mal que ha jugado en muchos de los 180 minutos que aparecen en su contador, como lo poco bueno que ha enseñado en su puesta en escena. Ha sido capaz de acaparar el premio al completo sin conseguir quitarse de encima la imagen de que va corto de rodaje.

Una impresión que sería aplicable a la mayoría y si no basta con realizar un rápido repaso por lo ajeno para comprobar que, aparte del Villarreal y del sorprendente Getafe, nadie ha dado la talla que teóricamente se le podría adjudicar. Seguro que las apreturas económicas que acucian a unos cuantos clubes también contribuyen a que el nivel global del torneo no dé ni para un aprobado raspado. Esta cuestión concreta no afecta al Athletic, pero desde luego que los desajustes en su fútbol no han pillado a contrapié al seguidor medio, ese que asistió a los sucesivos ensayos veraniegos con las cejas permanentemente enarcadas.

Los chicos de Valverde quieren y aún no pueden. Ante el Sevilla les salvó los guantes mágicos del portero, la velocidad de su extremo izquierdo y la escasa ambición del adversario. Para desactivar la osadía del Rayo resultó crucial esa voluntad colectiva a la que se ha aludido. Todos a una y un extra: la puntualidad del que luce el número ocho para colocar la dosis exacta de gracia a un marmitako que iba camino, por espeso, de parecer un patatako.

La importancia del chico estriba en que propios y extraños reconocen que con él todo es posible porque lo que hace es distinto y, como le sale de manera natural, se diría que no se da importancia alguna. Pathé Ciss le birló limpiamente los dos primeros balones que tocó y se pudo imaginar que acusaría la inactividad, que no la olería, echando por tierra la maniobra correctora de Valverde. No es que su aportación posterior fuese copiosa, pero sí quirúrgica, muy limpia, una simple anticipación que le costó recibir una caricia y que automáticamente, VAR mediante, le otorgó la responsabilidad que una figura asume con convicción: chutar con el portero a once metros y dejarle con las ganas, claro.

Iñigo Pérez dio en la tecla en sala de prensa al explicar la razón de que su Rayo se marchase de vacío. Dijo que si sus jugadores no llegaron más y mejor a zona de remate se debió al cansancio que genera la altísima exigencia que impone el Athletic para quien pretende superar sus líneas e ir ganando metros en dirección a Simón. En efecto, en ese detalle que pasa inadvertido a ojos de muchos, aunque suela plasmarse en prácticamente cada actuación de los rojiblancos, se fundamentó el éxito y la relativa tranquilidad con la que se obtuvo. Quizás, sea la garantía de que el domingo, al acabar el aperitivo, en el paladar quede impreso el dulzor de una nueva victoria.