Sin faltar a la verdad y tras asistir al último ensayo veraniego del Athletic, es posible explicar lo presenciado y el marcador aludiendo a la calidad del adversario. Una reflexión que permite asimismo mirar al futuro inmediato con cierta tranquilidad: los próximos rivales, ya en el contexto de la competición oficial, poseen un nivel bastante inferior al del Arsenal.
Y siguiendo el hilo, también son peores que el Liverpool. Poca duda existe sobre la consistencia de esta manera de enfocar el asunto, que viene de perlas para elevar la moral, que probablemente a estas horas no esté por las nubes.
Es la pura verdad que Sevilla, Rayo, Betis, Alavés, Valencia o Girona, por enumerar los que se cruzarán con los rojiblancos en las primeras jornadas de liga, carecen de la prestancia mostrada por los equipos ingleses. Es que ni se acercan al potencial de Arsenal y Liverpool.
Claro que del Athletic habrá que decir lo mismo. A ver si va a resultar que la planificación de la serie de amistosos no ha sido la más adecuada. Desde luego, si el objetivo era calibrar el estado de forma y los recursos del grupo de Ernesto Valverde una vez enfilado el tramo final de la pretemporada, las conclusiones a extraer no invitan a mirar el futuro próximo con una actitud complaciente, serena, de confianza, optimista.
Se supone que estas pruebas se programan pensando, ante todo y sobre todo, en uno mismo; se organizan con la intención de desarrollar sin la urgencia del resultado aquello que interesa a fin de que la plantilla adquiera el punto físico y la coordinación que le harán falta cuando haya puntos en juego.
Si, como ha ocurrido, el equipo se ve abocado a lo largo de los 90 minutos a correr persiguiendo una pelota que apenas huele y a unos jugadores que les desbordan individualmente y en el plano colectivo, cuesta encontrar los beneficios que se obtienen de semejantes duelos.
El Athletic, lo que se dice disfrutar, no lo ha hecho prácticamente ni un solo minuto en Anfield o ayer en Londres. Es que no ha gozado siquiera de una fase en la que pueda decirse que ha actuado como se espera, exhibiendo los argumentos que le hacen reconocible, no le ha alcanzado ni para tutear a los anfitriones al menos en un arranque de inconformismo, de orgullo.
Ha funcionado como un bloque apocado, temeroso, nervioso, transmitiendo la sensación de que ya desde el comienzo suspiraba por escuchar el dulce sonido del pitido final del árbitro. ¿Por qué? Porque no se veía con fuerzas ni creía en su propuesta, prefiriendo actuar en función del otro, esperando, no arriesgando un ápice. En definitiva, sin nadar y guardando la ropa.
La única certeza que cualquiera albergará es que el Athletic ha parecido un conjunto del montón, vulgar, sin relieve alguno, siempre a merced del quehacer ajeno, hasta el punto de que ni Liverpool ni Arsenal sintieron la necesidad de apretar el acelerador para contentar a sus aficiones. Ayer, por ejemplo, su construcción de fútbol se redujo a los saques en largo de Simón, todos perdidos.
Así que se limitó a lanzar un tiro, tirito en realidad, a portería. Fue en el minuto diez. Y para de contar. Acciones ligadas, profundas, desborde, llegada arriba, cero. El esfuerzo estuvo enfocado a aguantar la iniciativa del Arsenal y sus embestidas. Demasiadas con marchamo de gol para las pocas que acabaron en la red.
Además de resaltar la fortaleza del Arsenal queda lo de refugiarse en la precariedad que afecta a la línea defensiva. Notar se nota, estaría bueno, pero se antoja un argumento pobre, que va en detrimento del grupo. Todos defienden, todos atacan, esta era la fórmula mágica del Athletic que se mete dos años seguidos en Europa.
El déficit de centrales afecta, pero no puede ser la razón para que muchos de los titulares pasen absolutamente desapercibidos, incluso parezcan desconectados, tan alejados de su imagen que se diría que son sombras de sí mismos.