A vacunación, la movilidad y el repunte en las reservas vacacionales nos han situado en una rampa de salida algo temible. No tanto por los contagios, que se equilibran por el número de vacunados, sino porque hace nacer otra epidemia: la del ansia viva. Después de años oyendo hablar de él, supimos que el síndrome posvacacional no existe y ya nos hemos agenciado otro, el de demandar irnos de vacaciones como el que necesita comer y beber después de arrastrar esta fatiga pandémica, de teletrabajo, miedo y la imposibilidad de desconectar, porque hay un imperativo urgente de pasar página y poner distancia de esa nueva normalidad que nos contaron llena de alertas y precaución. Llega el verano y se instaurará otro marco de actuación, pero en los chiringuitos más llenos que hace un año, igual que las calles de nuestros destinos. A mí esto me genera un estrés tremendo porque son muchos los que ya ven el panorama inmediato como un descorche estival mientras otros lo viviremos con más miedo si cabe, ahora que el paisaje se ve distinto al de hace un año pero con más asintomáticos dentro. Un volcán de expectativas, diferente pero no igual a lo que acostumbrábamos. La estación veraniega siempre es la misma pero ni nosotros lo somos ni tampoco esta epidemia sin finiquitar. Y al final solo estamos saliendo de una pista de ansiedad para ponernos a inaugurar otra.susana.martin@deia.eus