LA ley es rotunda en su descripción: un hurto consiste en la sustracción de un bien ajeno sin emplear violencia, fuerza o intimidación. No lo es tanto a la hora del castigo, habida cuenta que el artículo 234.2 del Código Penal estima que si el montante de la sustracción no supera los 400 euros, se presenta un delito leve de hurto y la pena prevista sería de multa y prisión de uno a tres meses. Sin castigo de cárcel, salvo alguna excepción propia de la gravedad de las consecuencias.

Hasta aquí le damos voz a la ciega dama de la Justicia. Pasemos ahora del detalle a la generalidad, el delito. Ahí entra en juego todo tipo de maldad o trampa. Y, sin embargo, no siempre la calle lo juzga así. Incluso en según qué casos hay menos reproches sobre este tipo de crímenes que en torno al hurto. Ya lo dijo Honoré de Balzac: detrás de cada gran fortuna hay un delito. Y el oropel de esa gran fortuna eclipsa los crímenes que le dieron forma.

Con todo, va siendo hora de que uno y otro se castiguen con mano severa si queremos que todo fluya como en una balsa. No castigar los delitos es un delito en sí mismo. Y hay ciudades que se desangran hasta la muerte por la cantidad de delitos que han pasado por alto. Solo con ver esos ejemplos, uno intuye la necesidad: es hora de ponerle un torniquete a esa herida.

Cómo, quién y cuándo, se preguntan los gestores de Bilbao y los aspirantes a serlo. No quiere decirse que el botxo haya llegado a esas sangrantes latitudes, pero sí parece claro que el efecto llamada a la comunidad internacional no ha funcionado solo con artistas, científicos, estrellas del rock y de los fogones o jugadores de rugby. También han acudido, al parecer, los tres estrellas del club de Golfos Apandadores, Habrá que mantener los ojos bien abiertos y la ley bien afilada para cortarles el paso.