HACE unos días califiqué el desplome de Ciudadanos como el fin de la alerta naranja que ha pasado por la política como un fenómeno meteorológico extremo. Era motivo de alerta la pretensión del partido naranja de liquidar la especificidad vasca y resolver la crisis territorial catalana organizando un Guantánamo para los rebeldes, sediciosos o simplemente discrepantes. Esa borrasca ha sido profunda y deja heridas en la orografía política del Estado. En su deriva, ha desprendido un frente asociado que puede hacer saltar el barómetro social de la convivencia. Sobre nuestras cabezas suena ahora la alerta nacional que difunde con altavoces Vox y de la que ni Pablo Casado ha sabido separar al PP ni Pedro Sánchez acaba de evitar que le condicione el discurso. Es una alerta sobre la integridad del Estado que alimenta el “a por ellos” con el que las bases de la ultraderecha celebraron su impresionante crecimiento electoral. El mismo “a por ellos” con el que se despedían en distintos rincones del Estado a las huestes de la Policía y la Guardia Civil que se emplearon contra le referéndum catalán del 1-O. Ha calado en cierta sociología popular, lo que no significa que en España haya 3,6 millones de nostálgicos del franquismo ni de fascistas, pero sí que hay un caldo de cultivo de fobias -xenofobia, homofobia, misoginia e intolerancia- que les convierte en carne de cañón de esa alerta nacional. Ocurre que, si bien hay una mayoría abrumadora que no sigue esa retórica con paso de ganso, tampoco parece consciente aún de que a la alerta nacional habrá que responder con una alerta democrática. Su nación o nuestra democracia. Ese es aún el pulso aunque haya gobierno.