ACUDIÓ el lehendakari a rendir cuentas al pleno de política general y se encontró a sus señorías de campaña. Era difícil sustraerse al momento y el propio Urkullu dedicó unos minutos a describir y tomar distancia de las riadas de tensión que ha traído tanta política líquida en el Estado. Fue consecuente y acertó a instalar un tono sosegado que sostuvo todo el día. Habló de autogobierno. Del que se aspira y del que se ejerce. Para cuando citó el primero había dedicado tres cuartos de hora a desgranar el segundo. Pero era día de sacarse espinas. La que tiene EH Bildu metida con Urkullu le pincha cada vez que se mueve. Así que Iker Casanova salió pidiendo que deje la política quien les ha ganado dos elecciones cuando la coalición surfeaba la cresta de una ola de la que, como canta Fito, solo le queda la espuma. Por la tarde, Maddalen Iriarte bajó el pistón y describió las limitaciones a la soberanía sin atreverse a decir cómo eludirlas ahora que la unilateralidad está escarmentada a la vista de todos en barretina ajena. Antes, Alfonso Alonso llevó al atril la espina que el PP reprocha al PNV: la censura a Rajoy. A lo mejor debería dejar de recordar a los votantes que una sentencia por corrupción de su partido lo descabalgó. Elkarrekin Podemos se pidió la paternidad del discurso social de Urkullu. Pero si su buena disposición exige el giro radical de las políticas del Gobierno, ¿aspiran sus 11 escaños a virarle el presupuesto a los 37 del Ejecutivo? E Idoia Mendia, que cerró la herida autoinfligida por la precipitación de la campaña en ciernes sonó tensa. Sabe que es pronto para escenificar la desconexión preelectoral con el PNV a cola de legislatura. Qué menos que esperar a 2020.