LA continuidad es la seña de identidad que ha elegido el nuevo secretario general de ELA, que viene a ser lo mismo que pretender que todo ha estado bien hecho en el sindicato que carece de interlocución con instituciones y patronales y que reprocha a todos los demás actitudes autoritarias. Debe de ser cosa grande eso de saber que uno tiene siempre la razón pero quizá sería momento de dar el paso valiente de someter esa convicción al criterio democrático del conjunto de la ciudadanía elaborando un programa electoral y optando a su ejecución. El movimiento político-sindical que hoy se considera ELA a sí mismo vive del respaldo de 100.000 afiliados, que es un valor brutal y una fuerza de la naturaleza pero que puede llevar a perder la perspectiva de la representatividad real en un entorno, el de Hego Euskalherria, con tres millones de ciudadanos y 1,25 millones de trabajadores inscritos en la Seguridad Social. Mitxel Lakuntza se estrenó el viernes reivindicando su voluntad de contrapoder sin que haya elementos que acrediten el perfil democrático de esa vocación. Se agradecería una aclaración en ese sentido en la medida en que, en democracia, a los gobiernos se les cuestiona legítimamente en las instituciones, pero un contrapoder no barnizado de representatividad política no es sino una quinta columna contra el sistema. Cuando el sistema es una corrupta dictadura puede tender hacia la democracia. Cuando el sistema ya lo es, con sus imperfecciones, el contrapoder puede ser excusa o actor principal precisamente del deterioro social y de las libertades. Hubo gulags que lo acreditan.