Todavía habrá quien dude, cuestione o directamente discrepe ante la afirmación de que el Athletic se halla en una situación delicada en el ámbito deportivo. En el plano económico le irá bien o mejor que hace un año, pero los partidos con resultado adverso que colecciona desde el verano son mayoría. Dato este que por sí solo refleja la existencia de un problema que el discurrir de las semanas ha venido a ratificar. No verlo o no querer verlo sería comprensible hasta cierto punto porque el retroceso constatado en todas las estadísticas no se ha traducido en un descalabro clasificatorio en la liga, al menos no en lo que a la posición que ocupa se refiere.

Resulta innegable que desde agosto y salvo en semanas contadas, el equipo se ha mantenido colocado entre los ocho primeros, lo cual ha servido para atenuar las sensaciones negativas. Similar efecto al que logra esa característica resistencia íntima del hincha a admitir la caída en desgracia del equipo. También habrían contribuido a rebajar la preocupación los mensajes que emite constantemente el club (técnico, jugadores, dirigentes, la página web, las incontables campañas de marketing, de autobombo…), orientados a contemporizar, maquillar reveses y en definitiva a hacer más llevadero el declive. Se trataba de mantener encendida la llama de la reacción que, cómo no, acabaría produciéndose y transformaría el decorado por completo.

Somos testigos de varios amagos en este sentido, partidos sueltos que sugerían el punto de inflexión, el mágico regreso del fútbol intenso y eficaz presenciado antes del verano. El exponente más reciente se situaría en esa semana tremebunda con Madrid, Atlético y PSG visitando San Mamés. Pero en los compromisos posteriores, una vez más afloró la inconsistencia del equipo. Inconsistencia es el rasgo que le distingue, define e impide corresponder a las amables expectativas que baraja el entorno. El déficit de solidez o de competitividad que muestra el Athletic contrasta poderosamente con la personalidad, el orden o la agresividad que le catapultaron a Europa.

Clasificación en LaLiga

Volviendo al tema de la clasificación, fijarse en la misma es un recurso accesible y orientativo, pero no necesariamente el más fiable ni el único si se quiere conseguir una composición de lugar realista. Así, ser octavo pudiera estimarse interesante porque, de entrada y sin profundizar, equivale a estar colocado en la antesala de acceso a la zona noble. Sin embargo, en el caso del Athletic dicha ubicación a fecha de hoy posee un sesgo negativo: no oculta que las plazas de Champions ya son prácticamente inalcanzables o que colarse en la próxima edición de la Europa League se ha ido encareciendo de modo preocupante.

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Asumido que el contexto no acompaña y siendo muy conscientes de que el objetivo primordial de la temporada está en riesgo (Europa está en juego, si se prefiere, que suena menos dramático), compensa el hecho de que aún debe celebrarse toda la segunda parte del calendario. Esa proyección quizá ayude a cultivar la esperanza, aunque conviene no olvidar, y además es imposible porque está al caer, que el Athletic compagina en su agenda cuatro frentes: el que da de comer, la Supercopa, la Copa y la Champions. En enero le toca picotear en todos ellos, realidad que se antoja contraproducente para sus intereses.

La dimensión de semejante reto acaso obligue a enfocar de manera distinta la gestión de esfuerzos. Centrarse en lo prioritario y dejar en segundo plano algunas citas parece una propuesta que atenta contra el espíritu y la vocación de los profesionales, pero el estado de forma y de la autoestima del equipo invitan a dejarse de historias y ser prácticos. Es probable que de haberse abrazado esta visión tiempo atrás, hoy los comentarios girarían en torno a temáticas más agradables. La tentación de querer estar por encima del nivel que a uno le corresponde, de creérselo, acarrea episodios  incómodos como los actuales. Y reflexiones enojosas en vísperas de enero.