Cuando el sol está directamente sobre el trópico de Capricornio, en el hemisferio sur, llega el solsticio de invierno. Este tiempo significa detener el sol. Pararse ante los pálidos rayos que han llegado al día 21, el más largo del año. Creo que mientras las brujas y astrólogos hablan de conjuros y rituales, es el momento de abrazarse. Abrazarse a uno mismo y decirse te quiero. Será la más sincera declaración de amor de su vida.

Fue en solsticio de invierno cuando Kennedy aceptó la presidencia de EE.UU. Ese día sus votantes esperaban paz, estabilidad y esa colección de palabras vacías que rodean el mundo de la política. El nuevo presidente, en ese momento memorable, dijo: “Exigimos de nosotros la misma generosidad de fuerza de sacrificio que nosotros les pedimos a ustedes”. Nosotros no éramos norteamericanos, pero este mensaje nos llegó volando por el aire y se quedó, como una estrella de Belén, colgada en un pesebre que era una cuadra, aunque queramos pintarla con pastorcillos que cantan y ángeles que mueven diminutas alas. En el portal de Belén, sí pasaron los minutos como los imaginamos. Olía a estiércol de vaca y buey y no cantaban hosannas seres celestiales

Estoy un poco cansada de ver a los políticos, rodeados de perfectos abetos, con perfectas decoraciones y luces que se encienden y apagan en el momento oportuno. Delante de ese árbol tradicional, que ellos no han puesto, esos políticos hablan y se desgañitan sobre temas que nos dan igual, porque hemos visto que los deseos cotidianos, son verdaderos, pero no les interesan.

¿Qué me puede decir de nuevo un señor de un partido determinado sobre mi economía particular? No tienen ni idea y sobre la educación, menos. Un caballero que vive en la Moncloa no sabe qué es la cesta de la compra. ¡Qué despropósito! ¿Cultura? ¿Y eso qué es? No ha ido nunca a una exposición de pintura solo. ¿Leer un libro? Mejor, hágame un resumen, que no tengo tiempo.

Nos hemos acostumbrado a recibir indolentemente, sin pararnos a pensar qué recibimos. La mayoría de las veces, nada.

Heródoto hablando con un amigo o un filósofo -no sé- decía: “Somos libres de creer, porque creer es un ejercicio de la fantasía intocable”. Creer es soñar que va a pasar lo que queremos o lo que imaginamos, al margen de los dioses. Según discurren los años, ves que eso de la fe es como un amuleto mágico que sirve para quitar el miedo. Se puede creer igual en los ángeles que en los elfos, en las hadas, como en los unicornios. Ninguno existe en la realidad palpable, pero podemos poner fe y decir que sí. Fe es creer lo que no vimos. Creo en los duendes y en las sirenas, en los héroes griegos que mataron a Medusa y en los hijos de los dioses que se enamoraron de una mujer y se convirtieron en cisnes.

Todo es posible para la fantasía y más asequible a la fiebre de nuestra imaginación bulliciosa de sorpresas. Fin de año, tiempo de recapitulación, tiempo de principios y finales. ¿Por qué? Estamos acostumbrados a vivir con calendarios. Calendarios lunares o solares. Nos hemos acostumbrado a acotar el tiempo en días, instantes que, a veces, son tristes y otros los envolvemos con polvo de oro de Campanilla.

Es el tiempo en que la luz gana a la oscuridad. Podemos elegir ser fuego o pasar apagados.

Vamos a soñar. Vivimos en un mundo en que no soñamos. Vivimos y perdemos, parte de nuestra imaginación, en esa realidad ambigua que nadie nos ha explicado cómo es.

Si usted ha empezado a leer este artículo con el firme convencimiento de que lo terminará, tengo que contarle algo excepcional para que no se cambie de página.

He empezado con el solsticio de invierno y, cuando usted lea este artículo, ya se han colado unos días en nuestro calendario. Pero quiero decirle que no siempre la imaginación suple la realidad.

La luz -es una verdad- gana a la oscuridad. Con tanto turrón no se había dado cuenta -cada vez miramos menos el cielo- de que el día 21 de diciembre, todos los años, los rayos del sol atraviesan el monumento megalítico de Stonehenge, en Gran Bretaña, y sus rayos rozan las piedras para posarse en el altar. No podemos calcular ese fenómeno de la naturaleza. Pasa porque le da la gana, también ilumina la estatua de Ramsés en Abu Simbel. Nadie dirige esos rayos. Van porque quieren. ¿Qué rituales ancestrales se vivieron en torno a aquel circulo de piedras y delante de un rey de reyes? Por mucho que imaginemos, es imposible llegar a un segundo de aquel tiempo. 

En el norte de Europa, el día 21 de diciembre, metían un árbol dentro de la casa y sacrificaban una cabra en honor a Thor, dios del tiempo. Con los años, esa costumbre se ha ido transformando en el abeto navideño y la cabra terminó siendo Papa Noel. Poco romántico.

El solsticio de invierno es un tiempo de silencio frío. Deseas que pase y deseas que llegue. Es el solsticio mágico de invierno. Sol-sistere, detener el tiempo. Pausar para estar con uno mismo. No podemos desear lo que no se puede alcanzar. La felicidad -dicen los sabios- no es un punto de llegada. La noche más larga del año podemos desear, como en una fogata de San Juan -siempre hace falta fuego y madera-, que quieres saltar y a dónde quieres llegar. Despacio, día a día. “Intenta complacer a todos y no complacerás a nadie. No pretendas que los sucesos sucedan como quieres, sino quiere los sucesos como suceden y vivirás sereno. Los hombres no se ven perturbados por las cosas, sino por las opiniones sobre las cosas. Como la muerte, que no es nada terrible, es parte de la vida, sino que la opinión sobre la muerte, la que es algo terrible, eso es lo terrible”.

Estas palabras se escribieron en el siglo II, después de Cristo por el pensador Epicteto. Nunca supe que existía este filósofo y me he quedado pegada a sus palabras. Sé quién es, gracias a un regalo de Navidad, elegido despacio.