En el Congreso, hoy puede pasar de todo. Nadie se atreve a asegurar qué ocurrirá en una sesión constitutiva tan atípica, pero en el ambiente flota la fundada sensación de que algo se mueve. De entrada, esas gotas de morbo por saber el color político de quienes se sientan al lado de los cuatro soberanistas procesados en el Tribunal Supremo cuando aún no están asignados los escaños. En paralelo, el carrusel de las fotografías insaciables buscando desesperadamente el encuentro entre Oriol Junqueras y Pedro Sánchez. Este saludo de cortesía exasperaría a un centroderecha que deambula indignado estos días posiblemente más por culpa de las funestas previsiones electorales del domingo que por la mediática presencia de los encausados.

Ya no queda una alcantarilla sin levantar en el perímetro de las Cortes. El impresionante despliegue policial supera cualquier operativo de seguridad por la presencia de los reyes. La llegada desde la cárcel de Oriol Junqueras, Jordi Turull, Jordi Sànchez y Josep Rull constituirá por segundo día constitutivo un espectáculo nada edificante para la imagen democrática de España. Los periodistas europeos se frotan los ojos ante semejante desatino, cuestionándose una y otra vez porqué. Desde luego, no se lo han preguntado a la derecha unionista, tremendamente irritada por la concesión de un acta de diputado a personas encausadas que, como decía Albert Rivera ayer a cien metros del Parlamento, vienen a romper una nación que detestan. El PSOE quiere que el trance pase rápido, esperando que llegue el lunes para empezar a hablar de lo suyo con ERC y pulsar las expectativas reales de una investidura sin demasiados rasguños.

En el cocidito madrileño hay muchos recelos de distinto color. Los socialistas temen que el independentismo ponga muy cara la abstención. Unidas Podemos sigue desconfiando de Sánchez porque en La Moncloa no son ajenos a la inquietud empresarial que provocan las intenciones socioeconómicas de Pablo Iglesias, cada vez más crecido. Incluso Vox advierte de que está dispuesto a impedir un posible gobierno de Ciudadanos en Madrid si no se atienden sus reivindicaciones de depuración del gasto superfluo y la desaparición de chiringuitos económicos.

La crispación queda en exclusiva para el PP. El más que previsible batacazo en la Comunidad de Madrid puede acelerar el acoso y derribo de Pablo Casado, cada día más frágil. Su responsabilidad directa en la elección de Isabel Díaz Ayuso, la candidata más patética que se recuerda en un partido con responsabilidad de gobierno, arrojaría al precipicio al presidente popular. Los memes se multiplican sobre esta nimia aspirante, ninguneada incluso por los suyos a causa de un carrusel de errores. En esta comunidad tan influyente para el devenir político, todo se reduce a un mano a mano entre Ángel Gabilondo e Ignacio Aguado, la nueva oposición a la izquierda. La corrupción y los inconcebibles vaivenes ideológicos han cavado la tumba del PP para demasiado tiempo.