corren malos tiempos para el patio del colegio. El Estudiantes, que siempre ha hecho gala de su origen en el Ramiro de Maeztu como rasgo de identidad, atraviesa los peores momentos de sus ya más de 70 años de existencia. Uno de los tres clubes que ha disputado todas las temporadas en la máxima categoría se ve ahora lastrado por graves problemas económicos que se añaden a su mala situación deportiva. En las temporadas 2011-12 y 2015-16 ocupó plazas de descenso, no consumados por la falta de ascensos desde la LEB; en la pasada acabó en el decimosexto puesto, solo una victoria por encima de quienes perdieron la categoría; y después de 15 jornadas del ejercicio 2919-2020 visitará mañana Miribilla con solo cuatro triunfos y de nuevo en los puestos que conducen a la división inferior.

El equipo estudiantil ve muy lejos aquellos puestos que antes de esta década le eran habituales y le convirtieron en la última década de siglo pasado en un simpático modelo a seguir por su apuesta por la gente de casa. El Estudiantes que ganó la Copa en 2000 en Gasteiz tenía diez jugadores de su cantera. Ahora, ese patio de colegio ya no da frutos y no los da en número suficiente para asentarse en el primer equipo. El club arrastra una deuda de siete millones de euros que ahoga cualquier previsión y hace que los jugadores más destacados marchen pronto, como ha ocurrido recientemente con Darío Brizuela, fichado por el Unicaja en plena temporada.

Al margen de sus equipos senior, el Estudiantes mantiene dieciséis equipos en sus canteras masculina y femenina y sendas escuelas que requieren unos recursos que cada vez son más escasos, pese al apoyo de Movistar. Esas categorías de formación, lo mismo que el conjunto femenino que lidera su grupo de la Liga Femenina-2, funcionan, pero es el equipo de Liga Endesa el que, como tractor de toda la estructura, más preocupación genera entre los seguidores colegiales, cuyo número también ha decrecido por la acumulación de decepciones.

En este sentido, resulta significativo que al frente de las estadísticas históricas del Estudiantes en la ACB aún figuren nombres míticos del club como Nacho Azofra, Carlos Jiménez, Alberto Herreros o John Pinone. Pensar que ahora un jugador pueda pasar ocho o diez años en el equipo parece una quimera y, así, en la plantilla que dirige esta campaña el serbio Aleksandar Dzikic y tras la salida de Brizuela la presencia de la cantera en el primer equipo se limita a los 143 minutos que ha disputado Edgar Vicedo, un jugador de proyección estancada. Adams Sola y Khadim Sow tienen licencia también en la ACB, pero apenas participan, y otros chicos con ficha EBA como el chileno Nacho Arroyo o el lituano Dovydas Giedraitis, dos muestras de que tampoco el club ha podido resistirse a la globalización, han aparecido fugazmente.

Los rasgos identitarios del club han desaparecido y el pívot conquense Víctor Arteaga, que se crió en la cantera de Real Madrid, es el único jugador nacional con un rol importante en los planes de Dzikic. El resto es una mezcla extraña e imprevisible de americanos y balcánicos. El técnico serbio ya ha manejado antes grupos similares y trata de dotar de cierto orden al juego colectivo, pero de momento no encuentra la tecla correcta y el Estudiantes solo lleva un triunfo en los últimos nueve partidos. Los responsables del club mantienen la confianza en que el equipo remontara en lo deportivo, mientras tratan de encontrar manos amigas para tapar las vías de agua y salvar la delicada situación económica. Cuesta pensar en que el Estudiantes pierda su lugar en la élite, pero hace mucho que el romanticismo fue devorado por la dictadura de los resultados.