bilbao. ¡Cruzad los dedos!, escribía Gerlinde Kaltenbrunner (Kirchdorf an der Krems, Austria, 13 de diciembre de 1970) el pasado 21 de agosto en su web. Dos días después, hacía cumbre en el K2 y cerraba el círculo de los catorce ochomiles sin oxígeno embotellado y sin porteadores de altura. Habían pasado casi 25 años desde que Reinhold Messner escribiera su nombre en la historia al ser en primer hombre en firmar tal gesta, y más de dos años desde que Edurne Pasaban se convirtiera en la primera mujer en coronar todas las altas cimas del planeta. Pero Kaltenbrunner nunca ha querido correr esa carrera femenina. Ella va a otro rollo. Ayer, la austriaca estuvo en la Semana de la Montaña de BBK y, junto a ella, en Bilbao, se encontraba su marido, el también montañero Ralf Dujmovits, que hace amablemente de traductor a la par que toma parte también en la entrevista.

¿Siente algo especial por ser la primera mujer que conquista los catorce 'ochomiles' sin oxígeno embotellado?

Para mí nunca ha sido importante ser la primera mujer en hacer algo. Siempre lo he dicho, aunque nadie se lo crea. Pero siempre he pensado de esa manera. Ahora estoy muy alegre por haber conseguido los catorce ochomiles sin oxígeno, sin porteadores, en estilo alpino... pero nunca fue lo más importante hacerlo en primer lugar. Era un reto personal, no vivo mi pasión para el público sino para mí misma. Pero también me da mucha alegría cuando la gente viene a mis conferencias y disfruta de las proyecciones y las presentaciones. Me siento satisfecha porque me gusta transmitir mi pasión a los demás.

Usted, desde un principio, no quiso tomar parte en la 'carrera' con Edurne Pasaban y Miss Oh.

Para mí esa competición la construyó la prensa. Creo que realmente nunca existió. De todas maneras, yo no soy una persona que busca la competición. Siempre he buscado hacer las ascensiones con mi estilo, sin ningún sherpa, sin oxígeno, sin grandes ayudas, en equipos pequeños... nunca fue importante ser la primera, la segunda o la quinta, solo seguir mis sueños personales con mi estilo.

¿Qué le pareció la gran repercusión que tuvo aquello, las polémicas...?

Siempre he evitado leer las novedades de esa competición construida, nunca he leído en internet sobre ello, tampoco en las revistas. Ralf hablaba de ello con amigos y he escuchado cosas, pero directamente nunca he querido saber nada. Fue mi protección para no entrar en esa competición. Yo me centré en mis escaladas.

Usted mantiene una buena relación con Edurne Pasaban.

Sí, somos buenas amigas desde que nos conocimos en la montaña hace unos años.

Practica un alpinismo muy valorado, dificultoso, incluso romántico. ¿Qué busca en la montaña? ¿Qué necesita sentir?

Lo más importante es estar fuera, sentir la naturaleza, experimentar una vida salvaje. Me gusta compartir esa pasión, no con un grupo grande, sino con un número reducido de personas. Sentir el silencio de la montaña al lado de un grupo pequeño de alpinistas o solo con una o dos personas al lado.

Hay quien la compara con Wanda Rutkiewicz, para muchos la mejor alpinista de todos los tiempos. ¿Cómo se lo toma?

También hay gente que me critica negativamente (risas). Wanda fue una mujer muy fuerte, todo lo preparaba a la perfección. Fue la primera mujer que vivió de manera profesional de la alta montaña. Ella hizo mucho por las mujeres, pudo entrar en un mundo que estaba destinado a los hombres, las mujeres hasta ese momento no tenían cabida. Aunque es verdad que hoy en día, a las mujeres nos sigue costando entrar en ese mundo.

De todas las expediciones, ¿con cuál se queda?

Es muy difícil seleccionar solo una montaña porque cada uno de los catorce ochomiles ha sido muy importantes para mí. Pero ahora, al final, con todas las energías que he puesto en el K2, con toda la preparación, los entrenamientos físicos, el tiempo en el campo base... todo eso hace que me quede de entre todas las expediciones con el K2.

Es la cima que más se le ha resistido...

Hasta conseguirlo ahora, había hecho seis intentos antes y cada vez me quedaba más arriba superando los 8.000 metros y ahora, con este séptimo intento todo funcionaba perfectamente, hasta el parte del tiempo, y al conseguir hacer cima sentí una alegría inmensa.

¿Cómo es escalar con su marido al lado?

Lo llevamos muy bien (risas). Hemos pasado por muchos momentos muy emocionantes, con muchas alegrías porque compartimos nuestra pasión. Pero lo más exitoso fue en dos momentos, cuando hemos tomado decisiones diferentes. Por ejemplo, esta vez en el K2, con peligro de avalanchas decidí seguir y Ralf optó por bajar. Esos son momentos difíciles porque tomar una decisión entre una pareja que lleva a caminos diferentes nunca es fácil. Pero también es importante asumir que no siempre vamos a pensar igual.

Ralf, ¿usted piensa lo mismo?

Sí, sí (risas). En nuestra vida hemos pasado por muchas situaciones así. Recuerdo también en el Lhotse, que lo intentamos tres veces. Una vez fuimos muy tarde, con condiciones muy difíciles, con nieve fresca sobre hielo azul y seguir era un riesgo muy grande. Yo tomé la decisión de regresar y Gerlinde siguió, pero veinte minutos más tarde cambió el chip y por fin dio la vuelta. Esos dos han sido dos momentos muy emocionantes que se quedan para siempre en la cabeza.

¿Cuáles son sus próximos proyectos?

Hay unos seismiles y sietemiles que hemos visto durante nuestras ascensiones que son superbonitos y que todavía tienen rutas sin ascender. Para la primavera que viene queremos ir a la arista este del Nuptse, donde hay una cumbre a la que nunca han llegado montañeros.

¿Se echa en falta en el alpinismo actual a montañeros que abran nuevas rutas, que escalen cimas vírgenes...?

Sí, es así. Nosotros defendemos la idea de no tan alto, más bajo, pero rutas más difíciles, más interesantes, más solitarias.