Cruzada Santa para unos, sacrilegio para otros y seguramente un brindis al sol de la indiferencia para otros tantos, la Zona de Bajas Emisiones de Bilbao gana terreno en la batalla por mejorar la calidad del aire de la capital vizcaina y aportar su grano de arena en el frente contra las emisiones de gases de efecto invernadero. El hexágono ZBE que delimitan las calles Sabino Arana, Avenida del Ferrocarril, Autonomía, San Francisco, Bailén y la frontera natural y simiente de la ciudad que es la ría cumple un año. Como no solo de multas viven las grandes iniciativas públicas, hay que poner el foco en cuestiones menos tangibles, casi espirituales. Ahí brilla con fuerza que la dinámica haya roto el efecto frontera y se haya extendido por inercia a otras calles de la ciudad. Poner trabas al acceso de coches que contaminan un par de escalones por detrás de una central térmica al centro de la ciudad hace que el personal se lo mire mucho antes de coger el vehículo, buscar aparcamiento a medio kilómetro largo de la Gran Vía y caminar hasta el destino un trecho más que la distancia que lo separa de la estación de metro más cercana. Y los que viven en Bilbao ni se lo deben plantear. De forma que poliki-poliki se avanza en una ciudad más amable para el peatón y, ojo, para el habitante. Pasar de los malos humos a los buenos aires es la oportunidad que brinda el desarrollo de la red pública de transporte. Aprovecharla es la mejor forma de amortizar la familia numerosa que acompañará en poco tiempo la línea 1 de metro, esa treintañera que fue hija única demasiado tiempo.