El debut copero del Athletic en Ourense deja una enseñanza que va más allá del marcador y del trámite inevitable que suelen ser estas primeras rondas. La Copa, en su esencia más primitiva, es un ejercicio de memoria: recuerda a los grandes quiénes son, de dónde vienen y por qué no deberían tomarse demasiado en serio a sí mismos.

San Mamés no viaja a O Couto en forma de catedral, sino de camiseta, historia y una forma de entender el fútbol que se defiende mejor cuando no se proclama. El Athletic comparecerá como lo que es: un club con un peso simbólico descomunal y una costumbre casi genética de no despreciar el torneo que durante décadas fue su refugio emocional. En Bilbao, la Copa no es un accidente del calendario; es una tradición familiar.

Por eso resulta llamativo –y en cierto modo revelador– el comentario del alcalde de la localidad gallega, que reduce la visita rojiblanca a una cuestión menor, casi decorativa, como si el Athletic fuera un invitado prescindible, un grande de nombre pero no de presencia. El menosprecio, cuando nace de la ingenuidad o del exceso de entusiasmo local, suele ser un error estratégico: despierta al dormido, activa al orgulloso y ordena las ideas del que no necesitaba demasiados estímulos.

El Athletic no responde con palabras. Lo hace como mejor sabe: con una seriedad casi antigua, sin aspavientos, sin la soberbia que a menudo acompaña a los equipos de mayor presupuesto cuando pisan campos modestos. Jugará, es de esperar, el partido como se juegan estas eliminatorias cuando se entienden de verdad: con respeto al rival y disciplina hacia el oficio. Nada extraordinario, nada espectacular. Lo justo. Lo necesario.

Ourense pondrá el entusiasmo, el ruido, la ilusión que convierte a la Copa en un territorio imprevisible. El Athletic pondrá el oficio, esa cualidad intangible que no siempre se entrena pero que se transmite de generación en generación. En cada control, en cada disputa aérea, en cada decisión sobria, se percibirá algo que no figura en los análisis tácticos: la convicción de que este torneo importa.

Hay clubes que necesitan ganar la Copa para justificar su grandeza. El Athletic la necesita para reconocerse. Por eso nunca le sienta bien el desdén ajeno: porque ataca el núcleo de su identidad. Quizá el alcalde no lo sabía, o quizá lo sabía demasiado bien y decidió jugar al ruido. En cualquier caso, la respuesta tiene que ser la misma: fútbol sin alardes y una clasificación sin debate.

La Copa seguirá su curso y vendrán noches más exigentes, campos más incómodos, rivales con mayor jerarquía. Pero este debut en Ourense recuerda algo esencial: al Athletic no se le entiende desde el chascarrillo ni desde el prejuicio. Se le entiende desde el respeto a un equipo que ama esta competición.