En el ciclismo de hoy en día, ese deporte de 2023 en el que todas las carreras se televisan y cualquier victoria vale su peso en oro, el Txomin Perurena ciclista estaría mucho mejor considerado que lo que le tocó serlo en su día. No es que durante aquella exitosa década de los 70 se le hiciera de menos. Sí sucede, más bien, que en la actualidad los corredores como el oiartzuarra rivalizan en grandeza y popularidad con los capos del pelotón, cuando hace cuatro décadas casi todo el prestigio recaía en los aspirantes a las grandes vueltas. Perurena fue, así, un adelantado a su tiempo, una moderna muestra de lo que estaba por venir en el mundo de las dos ruedas. Lástima para él que brillase durante una era mucho menos globalizada, con opciones limitadas a la hora de disputar determinadas carreras: Txomin nunca estuvo en la salida de Flandes, Roubaix y Lieja. Habría dado guerra.

Las características de Perurena sobre una bicicleta resultaban muy claras: se trataba de un ciclista rápido, rapidísimo, que sin embargo agradecía algo de pendiente en los últimos metros de las carreras para poder explotar su velocidad. ¿Y en los finales llanos? El mítico Jaume Mir, aquel auxiliar de gorra y bigote que esperaba a los ciclistas al concluir las etapas y chupaba cámara a más no poder, le definió de forma muy significativa respecto a los esprints masivos. “Txomin era tan buena persona y tan buen velocista que ambas cosas juntas no podían funcionar”, dijo en su día sobre el oiartzuarra. Una volata exige explosividad, pero también capacidad previa para meter manillar, codos y lo que haga falta. Cuando la carretera se empina, mientras, ese trabajo de colocación no resulta tan necesario.

Expuesto todo ello, no debe parecer extraño que varios de los que vieron en acción al ciclista guipuzcoano hablen de él como del Valverde de los 70. Al fin y al cabo, el corredor murciano, recién retirado, es el único estatal que resiste la comparación estadística con los triunfos de Perurena, 156 en total. El portal especializado Procyclingstats elabora sus propios rankings basándose en los resultados históricos de cada deportista, y a Txomin le sitúa sexto en la clasificación de los mejores ciclistas de nacionalidad española: solo le superan, por este orden, el citado Valverde, Miguel Indurain, Alberto Contador, Miguel Poblet y Luis Ocaña, quedando el guipuzcoano, obviamente, como mejor exponente vasco. Si aquella Vuelta con final en Donostia no se le llega a resistir, habría sumado una general de quilates a su palmarés y posiblemente habría ascendido algún que otro peldaño en el escalafón.

Sucedió el 11 de mayo de 1975. Tras un primer sector matinal que unió Miranda de Ebro y Beasain, la ronda española se cerraba en las calles de Donostia mediante una contrarreloj individual de 32 kilómetros que Perurena encaraba de amarillo. La entrada de este en el Velódromo, sin embargo, no provocaría ningún estruendo, siendo acogida desde un silencio “inolvidable” para Txomin. Por aquel entonces se corría sin pinganillos y sin casi referencias. Pero llegar a la pista y ver a la afición local completamente callada supuso una pista infalible: Agustín Tamames le había arrebatado la victoria, por catorce segundos.

Perurena, casado y padre de dos hijas, falleció ayer jueves a los 79 años, a escasas tres semanas del desembarco en Euskadi del Tour de Francia, prueba con la que mantuvo una relación de amor-odio y que le deparó a su vez la gran “espina” de su trayectoria, no haber levantado los brazos en la ronda gala. La “mejor oportunidad” para hacerlo, según él mismo confesó, le llegó en el año de su debut allí, 1966, durante una etapa con final en Saint-Étienne que el de Oiartzun acabó 35º a más de cuatro minutos del ganador, el luxemburgués Edy Schutz. Antes, se habían escapado juntos, pero el vasco no pudo aguantar el ritmo de la fuga debido a unas molestias de rodilla que le dejaron para siempre con esa duda eterna: ¿qué habría sucedido en igualdad de condiciones? El maillot de la montaña conquistado en el Tour de 1974, a base de puntuar continuamente en los puertos menos exigentes de la prueba, tampoco supuso un consuelo, hasta el punto de que Perurena contestaba siempre lo mismo cuando le recordaban aquel logro. “¡Oye! Y también gané alguna cosita más, ¿no?”.

Tenía razón. Ganó un montón de carreras, incluidas doce etapas de la Vuelta a España, once en la Vuelta al País Vasco y dos en el Giro, forjando así una leyenda a lomos de la bicicleta que tuvo luego continuidad al volante de un coche. Retirado y convertido en director deportivo, manejó las riendas de los equipos Teka, Orbea, Artiach y Euskadi, venciendo en dos ocasiones esa Vuelta a España que se le había resistido como ciclista. Marino Lejarreta y Perico Delgado fueron quienes le proporcionaron aquellas alegrías, resultando especialmente recordada la que implicó para el segoviano desbancar a David Millar en 1985, entre la niebla de la sierra de Madrid.

Cuando el período a los mandos de equipos profesionales llegó a su fin, Perurena se desvinculó del pelotón profesional pero no del ciclismo. Siempre permaneció ligado al mundillo en calidad de aficionado, de comentarista y de colaborador en prensa, convirtiéndose en fuente inagotable de divertidas anécdotas y manteniendo a su vez un acertado ojo clínico a la hora de analizar las carreras. Sus columnas en El Diario Vasco durante la última edición de la Itzulia, a comienzos de abril, significaron la última aportación de un hombre cuyo legado, vistos los actuales tiempos de dificultad para el ciclismo vasco, resultará difícilmente superable.