El sueño de Joaquín Sabina se complica en este Bilbao de los inviernos, donde el ocio se retira a los cuarteles de las lonjas, los pisos propios o los parques públicos. Se diría incluso que el Bilbao nocturno duerme entre sábanas, que la vida alegre languidece. ¿Cuál era el sueño de Joaquín Sabina...? Envejecer sin dignidad. “Seré uno de esos viejos ridículos que se tiñen el pelo y van a las discotecas a corretear jovencitas...”. No podrá hacerlo en la sala de fiestas Garden, uno de los legendarios locales del Bilbao de ayer que hoy yace entre tinieblas: el Bilbao tan dispar del Citroën, el Yoko, Distrito 9, el Variedades, allá en las Cortes, el Gaueko, el Oboe y un sinfín de garitos que cayeron en desgracia; el Bilbao de La Otxoa, sí. Pero antes, también el de Los Mitos, Los Velas, Los Cuervos, Mocedades o Radio Juventud, entre otros cientos que escribieron la historia de tres décadas, los setenta, ochenta y noventa. Tantos y tantos Bilbaos...
La Casa Vasca, el restaurante-cafetería, echó a andar en 1970 de la mano de Vicente Bilbao, poco tiempo después de la mítica sala de fiestas Garden, también propiedad de la familia Bilbao. Pegada al local, la discoteca, donde actuaron algunos de los mejores artistas nacionales y extranjeros de los setenta y ochenta. La Casa Vasca vivió días de esplendor con la celebración de bautizos y primeras comuniones, además de reuniones de empresas, hasta que, con el cambio de siglo, empezó a mostrar los primeros signos de declive. En sus mejores tiempos sus comedores llegaron a albergar a 1.200 comensales diarios. Los camareros tenían que sudar la gota gorda para poder atender a todos los clientes. Hubo ocasiones en que tuvieron que acomodarlos en mesas instaladas en las aceras del principal eje de Deusto, cuando las terrazas no se estilaban todavía en las calles bilbainas.
Al echar la vista atrás, Tomás Sánchez, la mano derecha de Vicente Bilbao, el hombre milagro del histórico local, evoca los comienzos, cuando en 1963 se abre el café restaurante Garden. “Con el tiempo se hizo una ampliación y ahí nació Casa Vasca, en 1970. Garden se convirtió entonces en una sala, estrenada con la boda de Julián Millán, hermano del guitarrista de Los Mitos, Ignacio Millán”. Queda tan atrás la historia, que el grupo que estrenó, en aquel mismo año, el escenario, Las Superindonesias, apenas cuenta con una reseña en internet: la venta de un recorte de periódico con la imagen de las cuatro chicas que lo componían, por treinta céntimos.
Pasó el tiempo y la segunda reforma, la que le dio el mismo aspecto a la sala con el que se cerró, se produjo en 1975. Aquel año sí, aquel año estalló la sala con la revolucionaria visita del Tigre de Gales, Tom Jones, y, poco después, de Rita Pavone. Una lámpara de cristales descomunal era el santo y seña ornamental de aquel nuevo decorado que pronto comenzó a coger vuelo en la villa.
Ring, ring, ring... “¿Quieres que Cicciolina actúe en vuestra sala?”. Tomás aún abre los ojos cuando recuerda aquella llamada desde Madrid. “Vicente estaba en París y me tocaba decidir: dije que no. Pero nada más colgar pensé en la publicidad que acarreaba su presencia y acepté el contrato a cambio de que diese una rueda de prensa de vísperas. Un día antes de la fecha llamaron para avisar que la rueda de prensa se cancelaba; que no llegaba a tiempo. Me negué y tras varios tira y aflojas aceptó venir.
Van y vienen los recuerdos. Como el de 1979, cuando se cubren todas las paredes con espejuelos para potenciar el efecto del rayo láser, el primero que se vio en Bizkaia en una discoteca o el día en que soltaron una vaquilla, ocurrencia con la que se armó parda.
Son anécdotas de una sala multiusos que pronto cogió fama. Por ella han pasado voces como las de Nino Bravo, Rocío Jurado, José Luis Perales, Mike Kennedy, Juan Pardo, Victor Manuel, Tino Casal, Teddy Bautista con Los Canarios, Rafaella Carrá o un grupo norteamericano que organizada el musical Hair en EE.UU. Casi un mes estuvo también el ballet de Natxo Arrieta, que traía a Norma Duval como vedette”. Los últimos nombres propios que acuden a su memoria son los de Enrique Iglesias y Ricky Martin. “Los últimos grandes nombres”, musita con nostalgia Tomás.
Desde las celebraciones de bodas –Casa Vasca fue un templo del buen casar (llegaron a servir en la calle, desbordados por la demanda) y el Garden, su pista de desfogues en las celebraciones– hasta las fiestas privadas. Colocaron cuatro videntes escalonados, tratando de adivinar el futuro; hubo peleas en barro, la instalación de una piscina portátil en la que había que sumergirse para sacar monedas con la boca, las fiestas del cencerro o aquella otra organizada por la productora de Cabaret, el musical de Bob Fosse; los cotillones de fin de año, congresos de viudas, desfiles de novias, exhibiciones de los más afamados disc jockeys, y más tarde, ya en los últimos tiempos, las fiestas para los profesionales de la hostelería, las tardenoches latinas o los bailes para personas adultas. Todo ello desapareció con este adiós, que se abrochó con una fiesta de la nostalgia, un último baile en el salón, el día 31, y la llegada de una cadena de supermercados Simply. Otros tiempos.
En los 1.800 metros cuadrados que componían la cafetería, una pastelería, un restaurante y la sala de fiestas con el nombre Garden había objetos de incalculable valor sentimental, pero a los que una subasta puso un precio.