En 2026 se cumplirá un siglo de la muerte de Alfredo de Echave (1868-1926), dramaturgo, libretista y periodista bilbaino cuya figura, pese a su decisiva aportación a la cultura vasca, ha permanecido durante décadas en un discreto segundo plano. El inminente centenario es una oportunidad para devolverlo a la memoria colectiva y redescubrir a un creador que supo unir talento literario, compromiso con su tierra y una visión moderna de la identidad vasca. Echave no fue únicamente un autor prolífico: fue también un agitador cultural, un estratega de la vida musical de su ciudad y un mediador entre tradición y modernidad atento a las profundas transformaciones económicas y culturales que estaban redefiniendo Bilbao.
La vida de Echave transcurrió en un Bilbao que, a finales del siglo XIX, vivía un intenso proceso de industrialización. La villa crecía, la burguesía comercial y financiera prosperaba y, en paralelo, se consolidaba un ambiente cultural cada vez más rico. En este contexto de transformación –y, entre la nostalgia de la tradición rural y el vértigo de la modernidad– Echave encontró su territorio creativo. Su obra se alimenta de ese contraste: el paisaje vasco, las costumbres, la lengua y la música popular se convierten en materia prima para un teatro que, sin ser costumbrista en el sentido más superficial, aspiraba a ofrecer una imagen idealizada y entrañable de su patria.
El “idilio vasco”: una política de identidad
Los estudiosos han denominado “idilio vasco” a esa corriente artística que, entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX, buscó fijar en escena y en partitura una visión idealizada de la vida vasca. Aquella corriente no pretendía reproducir la realidad tal cual, sino presentar una síntesis emocional: una visión de Euskadi en la que convivían la memoria rural, la fortaleza de la comunidad y un horizonte de modernidad. Echave fue uno de sus protagonistas más eficaces. En sus libretos líricos y en su teatro se combinan paisajes reconocibles –montes, caseríos, puertos– con un repertorio de valores que la sociedad urbana bilbaina quería preservar: la solidaridad vecinal, la fortaleza de la familia, el apego a las raíces y una religiosidad serena.
En sus piezas teatrales y en los textos para zarzuela o para las incipientes “óperas vascas”, los personajes hablan un castellano rico en giros locales, y la música –gracias a la colaboración con compositores de la talla de Jesús Guridi o Santos Inchausti– aporta un contrapunto emocional que eleva la anécdota costumbrista a la categoría de símbolo. Su escritura combina naturalidad con un cuidado formal que permite integrar hablas populares sin perder pulso literario. Esa capacidad para transformar lo cotidiano en materia poética, sin artificio, es una de las claves de su vigencia.
Echave escribió tanto teatro dramático como libretos para obras musicales. Su producción incluye comedias de ambiente bilbaino, sainetes de sabor popular y dramas en los que el paisaje vasco es mucho más que un decorado. En colaboración con compositores vascos de su tiempo, firmó libretos que dieron cuerpo a un género lírico que pretendía situar a Euskadi en el mapa de la gran música europea sin renunciar a su identidad, siendo Mirentxu su obra más destacada (con música de Jesús Guridi), pero también destacó en otros títulos: la zarzuela en tres actos Bide Onera (Aureliano Valle), el cuento lírico infantil Lide ta Ixidor (Santos Inchausti), la comedia costumbrista Peru Gixon –considerada por muchos su pieza teatral más lograda– o el melodrama en cuatro actos Pedro Mari, basado en la novela de Arturo Campión y ejemplo de su interés por llevar la literatura popular vasca al escenario.
Y es que la escritura de Echave destaca por encima de todo por el uso de un lenguaje claro y rítmico, capaz de emocionar sin caer en sentimentalismos. Supo recoger hablas populares y expresiones autóctonas, pero siempre con un pulido sentido literario. Esa habilidad le permitió convertirse en un puente entre el mundo rural que evocaba y la sociedad urbana a la que se dirigía, que encontraba en sus obras un espejo amable de sus raíces y en sintonía con las corrientes europeas del momento, como el verismo y las nuevas sensibilidades simbolistas.
Al aproximarse el centenario de su muerte, su figura invita a reflexionar sobre el poder de la cultura para construir identidad sin excluir
Su contribución más profunda quizá se dio desde la Sociedad Coral de Bilbao, donde asumió diversos cargos de relevancia hasta ocupar su presidencia en 1908 y 1909. Desde ese puesto y con la experiencia adquirida en Juventud Vasca de Bilbao, donde tuvo una intensa actividad estrenando varias obras, ejerció una labor decisiva en la vida musical de la villa. Comprendió que el desarrollo de una escuela lírica vasca requería no solo compositores, sino también libretistas, intérpretes y un público formado en el gusto por la música escénica. Desde la Coral impulsó una política de encargos y estrenos que fomentó la creación de un repertorio propio, uniendo el talento de los músicos locales con la proyección artística que una ciudad educada en el gusto por la ópera y la zarzuela reclamaba. Esa visión estratégica, expresada años más tarde en sus artículos, marcaría el rumbo de la música vasca en el siglo XX.
Además de su actividad relacionada con el teatro y la música, Alfredo de Echave destacó por su intensa labor periodística. Fue jefe de redacción del diario Euzkadi, donde firmó numerosos artículos como El de Iturribide. Desde 1913 publicó la sección Titirimundi bilbaino, en la que, mediante el personaje Josetxu el de Iturribide, retrató con humor y ternura la vida cotidiana: los barrios, los cafés, los tipos populares y esa ironía bilbaina que aún hoy resulta reconocible. Sus textos permiten asomarse a un Bilbao que convivía con la modernización industrial sin perder su carácter, y muestran a un autor atento al detalle y al pulso de la calle. También colaboró en La Tarde y en El Sol de Madrid, mostrando siempre una mirada cercana y humana.
Echave concebía la cultura como una construcción colectiva. En sus escritos defendía que la fuerza de Bilbao y de Euskadi residía en su capacidad para convertir la tradición en estímulo creativo. En 1920, en la revista Hermes, expuso su visión más madura: la necesidad de un arte vasco moderno, profundamente enraizado, pero abierto a Europa. A su juicio, la cultura no debía ser un refugio del pasado, sino una forma de afirmación serena en el presente. Sus reflexiones, alejadas de cualquier radicalismo, anticiparon debates sobre identidad cultural que siguen vigentes en nuestra sociedad.
Un bilbaino comprometido con su tiempo
Echave pertenecía a una generación de intelectuales que entendió la cultura como un instrumento de cohesión social y de afirmación identitaria. Siempre atento a las inquietudes de su época, defendió un vasquismo integrador: mostrar lo propio como una riqueza compatible con la modernidad. En sus obras se respira el orgullo de ser bilbaino y vizcaino, pero también una apertura a las corrientes europeas que llegaban a la ría a través del comercio y la industria.
Participó activamente en círculos como Juventud Vasca de Bilbao, donde coincidían artistas, músicos y escritores empeñados en dar al País Vasco una voz propia. Echave fue un ejemplo de esa generación que hizo de la cultura un espacio de encuentro y de afirmación compartida. Sus iniciativas contribuyeron a que el “idilio vasco” no fuera solo un gesto nostálgico, sino un verdadero movimiento de creación que dejó una huella profunda en el teatro y la música de su tiempo. En sus artículos insistió en la importancia de fortalecer las instituciones culturales vascas, promover la educación artística y dotar a Bilbao de una vida cultural acorde con su pujanza económica.
Un legado a redescubrir
La muerte de Alfredo de Echave en 1926 cerró una etapa de extraordinaria efervescencia cultural en Bilbao. Su nombre quedó asociado a un momento en que la ciudad, en pleno crecimiento, supo mirarse en el espejo de su tradición para proyectarse hacia el futuro. Hoy, cuando se aproxima el centenario de su fallecimiento, su figura invita a reflexionar sobre el poder de la cultura para construir identidad sin excluir, para celebrar lo propio sin levantar fronteras.
Sus reflexiones, alejadas de cualquier radicalismo, anticiparon debates sobre identidad cultural que siguen vigentes en nuestra sociedad
Ese interés por comprender mejor su aportación me ha llevado a profundizar en su vida y su obra. Soy barítono lírico y bisnieto de Alfredo de Echave. A lo largo de mi carrera he interpretado diversas óperas y zarzuelas, entre ellas Mendi Mendiyan, idilio vasco representado en 2019 en el Teatro Arriaga y el Palacio Kursaal. Precisamente aquella producción –vinculada a los encargos que mi bisabuelo impulsó desde la presidencia de la Sociedad Coral de Bilbao– despertó en mí la inquietud de investigar su legado y recuperar su figura para nuestro tiempo.
Ese camino ha desembocado en la creación de la Asociación Cultural Alfredo de Echave, desde la que compagino mi actividad artística, familiar, empresarial y universitaria con una labor de estudio y divulgación orientada a poner en valor la memoria musical y teatral de Euskadi. Redescubrir a Echave es, en definitiva, volver a una de las claves de la cultura vasca contemporánea: la convicción de que arte, música y teatro pueden ser –como él demostró– un idilio entre el pasado y el porvenir.
El autor: Gexan Etxabe (Bilbao, 1984), barítono lírico y bisnieto de Alfredo de Echave. Creador de la Asociación Cultural que lleva su nombre.