La tienda El Equipo de Viaje de la familia de Alberto Gómez estaba en primera línea de la ría y el agua llegó hasta el primer piso dejando el negocio totalmente destrozado y cubierto de una manta de barro y de suciedad. Alberto tenía 17 años y cuando habla de lo que vivió, la emoción le deja sin voz. "Me cuesta hablar de ello porque fue muy duro lo que vivimos. Una cosa así no se olvida", asegura. Tuvieron que tirarlo todo. Nada de lo que tenían en la tienda les sirvió. El resurgir fue lento, muy lento. "Nosotros conseguimos abrir en Navidad con las cosas que nos fueron prestando la gente. Un mostrador, una caja registradora, baldas.. Salimos en precario, pero logramos abrir gracias a la solidaridad de la gente", dice.
Alberto se enfada cuando recuerda la falta de empatía que tuvieron los seguros en aquella situación de desolación. El único beneficio que tuvieron fue una rebaja en el tipo de intereses que por aquel entonces se situaba en el 15% y "nos lo dejaron en el 4,5% para pedir créditos".
"Nosotros teníamos un seguro y llegamos a cobrar 9 millones de pesetas, pero una parte la llegamos a cobrar seis años después, cuando ya era tarde. Al de seis meses nos abonaron cuatro millones, pero el seguro alegó que había sido culpa de la subida de la marea y nos llevaron a juicio y tardamos otros seis años en cobrar el resto cuando ya no los necesitábamos. Penoso y triste. Fue dramático el verte sin nada, con una mano delante y la otra detrás", recuerda.
La ayuda de instituciones, seguros, políticos fue, según cuenta Alberto "nefasta". Para Alberto quienes estuvieron a la altura fueron, al igual que en Valencia, los ciudadanos que no dudaron en calzarse las botas y ayudar en las labores de limpieza. "No había edad y desde diferentes sitios la gente se acercó hasta el Casco Viejo de Bilbao para ayudarnos. Eso no se puede olvidar. Al igual que no lo olvidarán jamás los valencianos", cuenta emocionado.