La familia de Boni García regentaba en el Casco Viejo de Bilbao cuatro bares en los que trabajaban 48 personas en las calles Correo, Artecalle y calle La Cruz. Tras la riada del 83 lograron reabrir dos de los cuatro negocios. Uno de ellos fue el Café Lago, ubicado en la calle Correo. Aquella fatídica tarde en la que el agua y el barro engulló el Casco Viejo, Boni se encontraba sentado en la barra del bar junto a su padre y el encargado.
"Nos avisaron del riesgo y pudimos alertar a trabajadores y clientes y cerramos todos los locales. Bilbao celebraba sus fiestas", pero ellos siguieron en el local cuando de repente, –relata Boni– el agua empezó a subir y "vimos pasar el coche de calzado Muro". Después todo pasó rápido.
Un golpe seco rompió la cristalera de local. "Fue como un tsunami y el agua entró en el bar y llegó hasta el techo. Mi padre me agarró del pelo y me tiró escaleras arriba. Gracias a que había comprado el piso de arriba pudimos resguardarnos del agua. De no ser así, no habríamos sobrevivido, recuerda.
Pasaron horas atrapados en el piso superior del bar, sin luz, preocupados por lo que estaba pasando fuera y sin poder ponerse en contacto con sus familiares. "Yo llevaba un año casado y aquello me partió por la mitad. Estábamos creciendo, estábamos en un momento muy bueno, dulce y de repente lo perdimos todo", recuerda Boni García.
Cuando lograron bajar vieron el estado en el que había quedado el local y el corazón se le encogió. De repente la vida se les paró de golpe: "Todo estaba destrozado".
"Las máquinas estaban inservibles, las mesas, sillas, los vasos... Los productos que tenían estaba todos cubiertos de barro. Nada, nada valía", cuenta. Cuando salió a la calle recuerda a 30 personas en el interior de una joyería que estaba al lado del bar haciendo pillaje. "A las cuatro de la mañana se lo estaban llevando todo. Los cristales estaban destrozados y la gente se estaba aprovechando de la situación. La imagen no se me borrará en la vida", explica.
Trabajando sin descanso
Con el barro hasta la cintura junto a su padre, Boni inició una dura carrera que se alargó durante meses y en la que apenas tuvieron descanso porque querían conseguir un único objetivo: abrir y recuperar la actividad en el menor tiempo posible. No estuvieron solos. Los trabajadores, amigos, familiares se calzaron también las botas y se pusieron a limpiar todo. "El sustento de la familia estaba ahí, no tuvimos tiempo para lamentarnos, ni para llorar. Recuerdo que mi suegro se vino con unos amigos desde la Rioja a Bilbao y se trajo un tractor para retirar todo lo que sacamos de los locales. Gracias a aquella ayuda El Café Lago retomó su actividad al de tres meses y más tarde abrimos otro de los locales", explica Boni.
12 días sin agua y sin luz
Para el hostelero Boni García aquella riada supuso un antes y un después en su vida. Allí comprendió lo importante que es el apoyo de la gente y que la vida puede dar un giro en cuestión de segundos, en un simple suspiro. Sin embargo, la vida siguió y gracias a la ayuda y el trabajo de vecinos, hosteleros, comerciantes y gentes llegadas de diferentes puntos el Casco Viejo logró resurgir de aquella riada que lo cubrió todo de barro.
"Caímos en el abismo, pero salimos a flote gracias a la ayuda y eso fue lo que nos dio el empujón. Estuvimos 12 días sin agua y sin luz. Nos limpiábamos en las fuentes y recuerdo que nos vacunaron del tétano en el puente de San Antón".
Lo más emocionante fue cuando tres meses después de aquel 26 de agosto de 1983 abrieron el bar Lago y los clientes empezaron a entrar. "Me saltaban las lágrimas. La gente respondió, se volcaron con los negocios del Casco Viejo.Venían a consumir para ayudarnos. Eso no lo olvidaré mientras viva. Siempre lo he dicho que he sido un afortunado por tener tan buena clientela. A ellos les debemos haber podido superar aquella catástrofe", concluye Boni García.