Más que despejar posibles dudas generadas por sus últimas actuaciones, anoche el Athletic dio un paso al frente que puede resultar clave en el tramo decisivo del calendario. No solo pensando en la defensa de la cuarta plaza liguera, sino también por la influencia positiva que debería traer aparejada en la aventura continental. Necesitaba el equipo de Ernesto Valverde algo así, ganar con solvencia un partido que se le complicó en exceso y hacerlo además con un alarde de intensidad y pegada que se empezaba a añorar. La espectacular remontada que brindó acredita que el equipo mantiene intactas sus elevadas pretensiones. Una cosa es reafirmarse de palabra, como ha ocurrido en diversas declaraciones salidas del vestuario, y otra, bien distinta, plasmarlo sobre la hierba.
La concluyente victoria, liderada por un Sancet que revolucionó el juego, zanjó la polémica creada en torno a los lanzamientos de penalti y luego anotó un golazo para dejar la contienda liquidada, tuvo un carácter reivindicativo. El Athletic transmitió que sigue estando muy vivo, en condiciones de asumir el reto que ha ido amasando a lo largo de muchos meses, ahora que solo los más fuertes son capaces de no ceder. Lo que realizó frente a un Rayo que acertó a buscarle las cosquillas durante el primer tiempo no es broma. Al grupo que dirige Iñigo Pérez no le quedó más remedio que ceder porque embridar al Athletic cuando coge la onda y eleva las revoluciones cuesta una barbaridad.
San Mamés presenció dos mitades sin punto de comparación. De sufrir y verse impotente, tanto para aguantar el dinamismo que proponía el rival como para hacer daño arriba, se pasó a un monólogo rojiblanco. Una oleada de fútbol vertical que terminó por agotar las reservas físicas y el orden táctico del Rayo. Esa transformación obedeció claramente a los cambios introducidos. Sancet, Maroan, Nico Williams y Galarreta tuvieron una participación estelar en la génesis de los tres goles que invalidaron el que logró Pathé Ciss cerca del descanso.
La previsible rotación para afrontar el partido insertado en mitad de los cuartos de final de la Europa League quedó ampliamente superada: solo repitieron dos de los titulares en Glasgow. Nunca antes, salvo con ocasión de la ronda copera con el Logroñés, había Valverde cambiado más de ocho hombres de golpe. El motivo de la decisión parece obvio, tanto como el efecto que tuvo, que tampoco podía extrañar. Al Athletic le costó amoldarse a la propuesta de un Rayo que no esperó más que unos segundos para advertir de sus intenciones. Díaz falló un gol cantado en la primera jugada de la noche y seguido Álvaro dio un segundo susto, este anulado por fuera de juego.
Quiso reaccionar el Athletic tratando de llegar arriba por la vía rápida, emulando a los madrileños, y pese a que no generó situaciones claras, durante un rato llevó la iniciativa. Djaló, que reaparecía después de un largo período amarrado al banquillo tras obtener el alta médica, se erigió en el mayor incordio para el Rayo. Buscó la internada o el centro en cada balón que recibió, pero la fortuna no le acompañó. Estuvo un tanto acelerado, pero al menos trató de ser incisivo y exhibió parte de un repertorio que permanecía inédito desde su llegada a Bilbao. El inconveniente principal radicó en que el conjunto como tal no funcionó, apurado ante el agresivo estilo del Rayo en ataque.
La velocidad de Álvaro, De Frutos o Chavarría para explotar los balones largos impidió que el Athletic mantuviese el equilibrio y el tomase el mando. El Rayo saltaba líneas con facilidad y no tardó en provocar otro sobresalto, resuelto al límite por Paredes. Antes, Guruzeta cabeceó sin la dirección precisa una falta y Espino despejó un chut de Unai que Batalla no hubiese alcanzado. Poco bagaje para intimidar a un rival que, consumida la media hora, dispuso de su tercera llegada peligrosa. Álvaro empalmó fuera, pero el VAR advirtió que justo después de rematar fue víctima de una dura entrada de Vivian, que llegó muy forzado a tapar.
Lanzó el penalti Díaz, Simón repelió con la mala fortuna de que el balón fue a parar a Ciss, cuyo zurdazo resultó imparable. En la reanudación, Djaló rozó el empate en un lance individual instantes antes de dejar su plaza a Iñaki Williams, que salió junto a Galarreta. Sancet y Maroan ya se habían dejado sentir desde el inicio del segundo acto. El encuentro había tomado ya un rumbo muy distinto y los frutos no se hicieron esperar. Espino derribó a Maroan con un placaje en toda regla que el VAR mandó revisar al árbitro. Penalti. Sancet tomó la pelota para clavarla engañando a Batalla.
Todavía tuvo arrestos el Rayo para visitar a Simón dos veces, en la segunda Simón anduvo listo ante el eléctrico Álvaro. Pero la inercia no admitía cuestionamiento. El Athletic salía vencedor de las disputas y se proyectaba sin pausa. En un córner, Iñaki Williams la tuvo tras peinada de un Maroan que fundió a los centrales y se llevó todos los balones aéreos. Nuevo córner. Ahora en corto para que Galarreta se la devolviese a Nico Williams que, según recibió, trazó una rosca de zurda que Batalla se limitó a seguir con la mirada.
Conseguida la voltereta, el Athletic no se conformó. Mordió, robó y profundizó. Aparte de no permitir ni una sola licencia más al Rayo, buscaba rubricar el triunfo que tanto esfuerzo le había exigido. Jauregizar se la birló a Aridane, Maroan prolongó para Sancet y este, desde la frontal, la clavó junto a un palo, con el portero haciendo la estatua. Broche de lujo para un meritorio ejercicio de superación que se antoja de lo más oportuno. Para recargar de ilusión las expectativas de la afición y por el gustazo que se dieron los futbolistas.