El volantazo que dio el Barcelona con el fichaje de un Hansi Flick sin vínculo alguno con el club, interrumpió una inercia en el apartado técnico, rompía una cadena cuyo último eslabón fue Xavi Hernández. Necesitaba Joan Laporta un revulsivo, alguien con un librillo distinto, capaz de devolver al equipo su carácter competitivo en una época mediatizada por los graves problemas económicos de la entidad. El alemán ha demostrado tener personalidad, mano izquierda y también serenidad para aplicar su método sin que le afecte el molesto y constante ruido que genera la actualidad azulgrana.
Flick no se queja, ni la plaga de lesiones que afecta a la plantilla desde el inicio de curso le ha alterado el pulso. Ha tirado del producto de la cantera sin dudarlo, pero también ha logrado que los veteranos asuman el liderazgo y alcancen un nivel óptimo. Hay tres casos paradigmáticos que acreditan el éxito del entrenador: Lewandowski, autor de 25 goles hasta la fecha; Raphinha, un extremo reciclado en media punta que, además de brillar como nunca, porta el brazalete de capitán; e Iñigo Martínez, erigido en la pieza que sostiene el entramado defensivo.
El rol del vizcaino entraña una enorme dificultad porque Flick apuesta por un tipo de fútbol que deja a la zaga muy expuesta, aunque el equipo procura presionar con gran intensidad en terreno rival. La consigna básica consiste en ubicar a los defensas prácticamente sobre la raya central del campo a fin de provocar el fuera de juego de los delanteros rivales. Una modalidad que requiere concentración y coordinación máximas, además de criterio o lectura del juego para evitar ponerse en evidencia con los casi cuarenta metros libres que dejan a su espalda. Bueno, pues el responsable de dirigir esa operación que se repite montones de veces en cada partido es Iñigo Martínez.
Nadie debe quedar descolgado, todos miran a la posición de Iñigo e intentan aguantar lo que haga falta sin recular. El éxito de esta fórmula ha permitido que el equipo acapare la iniciativa con el balón y pueda desplegar sus múltiples argumentos ofensivos en la mayoría de sus compromisos. Incluso así ha ocurrido en varios saldados con marcador negativo, ante el Atlético de Madrid, por ejemplo. A Flick le obsesiona ganar la batalla táctica, en la idea de exprimir su arsenal rematador, pero para ello resulta imprescindible que los de atrás permanezcan muy atentos y minimicen errores.
La función de Iñigo, que acaba de disputar su vigésimo quinto partido del curso, todos de inicio y la inmensa mayoría completos (estadísticas que superan las de Cubarsí, su pareja de baile, Koundé, Pedri, Raphinha o Lewandowski, los más empleados), posee asimismo una vertiente relacionada con la creación. A él le corresponde dar salida de campo propio al balón. A menudo, cuenta con la colaboración cercana de los centrocampistas, cuando no es así debe buscar una asociación que implica romper líneas del conjunto rival por abajo o cambiar el juego con un desplazamiento largo orientado a la banda donde Lamine Yamal espera. A su bagaje ha añadido dos goles y otras tantas asistencias.
Después de un primer año marcado por los problemas físicos, el rendimiento de Iñigo Martínez ha dado la razón a Mateu Alemany, el director deportivo que avaló su contratación hace dos veranos: “El nombre de Iñigo es el primero que salió cuando nos pusimos el reto de encontrar un perfil similar al de Piqué”. Sin duda que las circunstancias han influido en el salto cualitativo del ondarrés, dado que la nómina de centrales ha estado bajo mínimos a causa de las lesiones de larga duración de Andreas Christensen y Ronald Araújo. No obstante, las bajas citadas han quedado en un segundo plano, Flick ha podido plasmar sus conceptos apoyándose en el oficio y el carácter de Iñigo Martínez, que hoy figura entre los favoritos de una afición que le reconoce el liderazgo que ejerce.