Cuando se anuncia el calendario liguero se le presta especial atención a lo inminente por aquello de los buenos principios. A tomar carrerilla se le concede gran importancia. El Athletic puede dar fe de ello esta temporada porque, en teoría, el azar le deparó un primer mes y medio muy favorable para sumar puntos; de hecho, en octubre aún se mantenía tercero en la tabla. También se suele echar un vistazo al tramo final, más que nada para especular, pues en agosto resulta imposible realizar una proyección con garantías de dónde estará el equipo nueve meses después, por qué estará peleando.

Ello no es óbice para que se establezca una meta concreta, que en este caso consistía en clasificarse para Europa. Era idéntica a la de los años precedentes, en que siempre faltaron un puñado de puntos para que se hiciese realidad. Y en la hipótesis, razonable, de que albergar opciones ciertas de aspirar a premio, desplazarse el último día al Santiago Bernabéu se antojaba mal negocio. Convenía tener el tema resuelto previamente hubiese opinado todo el mundo, incluso si se diese la circunstancia de que el Madrid tuviese sus deberes hechos con antelación. Pero sucede que necesita ganar para acabar segundo y que el Atlético no le adelante. Es una cuestión de prestigio y económica.

Los alicientes de los hombres de Carlo Ancelotti, despedida de su afición al margen, se completan con el deseo de amparar y dar realce a la figura de Vinicius tras los diversos episodios en que se ha visto inmerso y que culminaron con el bochornoso espectáculo de Mestalla. Y en medio de todo este batiburrillo de factores que auguran el do de pecho de un Madrid que solo ha cedido una derrota como local, asoma un Athletic que hace tiempo extravió el norte. Como ayer recordaba Ernesto Valverde, fue quien tuvo más a mano el objetivo; sin embargo, fue incapaz de rendir como corresponde a un candidato al cuadro de honor de la competición de la regularidad. ¿Por qué? Pues, muy sencillo: porque ha sido demasiado irregular y en plena fase decisiva se ha desinflado.

Consecuencia de ese déficit de consistencia, ni ganando hoy al Madrid asegura la plaza de Conference League. Osasuna es mano en esta ronda y tampoco debe descartarse que otros, como Girona o Rayo (dando por sentado que el Sevilla estará con resaca y ya ha certificado su participación en la Champions), terminen con mejor puntuación que los rojiblancos. Y es que cuesta un montón visualizar la hazaña del Bernabéu, no se intuye al Athletic en condiciones de plantear un cara a cara con el anfitrión y que, encima, lo incline de su lado.

En el fútbol se han visto cosas increíbles, esta sin duda entraría en ese apartado de milagros, pero cómo creer en un conjunto que viene de caer en su campo ante el colista, que permitió que Osasuna le superase con holgura en la jornada anterior y que únicamente posee un triunfo, a costa de un Celta deprimente, en sus siete actuaciones más recientes, vaya a rayar la perfección y asalte el estadio blindado que visita esta tarde. Ni siquiera la estadística, ese elemento moldeable que no gana partidos, acompaña al Athletic al cabo de casi dos décadas regresando de la capital castellana con las orejas gachas.

Nico Williams

Todo lo anterior no quita para que el Athletic se deje el alma en el intento. Seguro que echa el resto, como cada jornada, pero la moral de sus integrantes malamente resistirá si, como se presume, el Madrid golpea en primer lugar. Valverde dispone de 23 hombres, son novedad en la lista Nico Williams y Herrera. Uno tras superar una indisposición pasajera y el otro después de participar en dos sesiones grupales, como indicó el técnico, a la vuelta de su sexta lesión muscular. La alineación del menor de los Williams, acaso en detrimento de Guruzeta, será uno de los cambios en el once.

Las incógnitas se centran en la línea de medios. Los candidatos para las tres posiciones son, además del citado Herrera, Vesga, Sancet, Muniain y Zarraga. Si el catálogo de recursos del adversario infunde respeto, qué decir en la delicada circunstancia del Athletic. La ausencia de Yeray, Iñigo Martínez y Dani García, agrava la sensación de fragilidad de un equipo que cuando se supo el calendario no podía ni imaginar que lo cerraría tan acuciado por las urgencias y tan mediatizado por los síntomas de debilidad que emite.