De hecho, quien la mandó construir en el siglo XIX vivió en Perú, país en el que se hizo rico. Según la Oficina de Turismo de la villa también se conoce este monumento como la Fuente del Amor, aunque el argumento de esta designación suena más a mensaje de márketing turístico que a una posible realidad. De hecho, nadie en la zona la conoce o recuerda con tal denominación.

La solemne fuente, además de realizada para que las personas de los caseríos de Berriozabaleta pudieran limpiar sus vestimentas, también se construyó como lugar de encuentro para las importantes reuniones vecinales, y para ello son los bancos que hay cimentados en su contorno. El barrio -en la carretera que une Elorrio y Berriz, conocida popularmente como Vuelta a Miota-, con unas vistas espectaculares al inigualable cresterío de la pequeña Suiza que es Durangaldea, cuenta además con mesas para una buena merienda con fuente y dos columpios colgados de árboles que harán las delicias de los txikis de la casa.

"El suministro de agua ha sido una de las mayores preocupaciones del ser humano desde las épocas más remotas. Sin embargo, es a partir del siglo XVIII, cuando la necesidad de abastecimiento aumenta por una nueva sensibilidad higienista", afirma la investigadora Felicitas Lorenzo.

En aquel momento se efectuaron numerosas obras para la traída de aguas y la construcción de fuentes en la villa de Elorrio. El siglo XIX asistió a una intensificación de la ideología del aseo, cuyos frutos se plasman en la construcción de nuevos lavaderos y fuentes en toda Bizkaia.

Pero, en el caso de la fuente elorriarra, la obra no fue asumida por el ayuntamiento o la vecindad reunida en auzolan; fue el encargo de un particular que quiso ser recordado -y de hecho lo consiguió- por el "magnífico regalo que hace a su barriada natal", añade Felicitas.

El personaje

Manuel Plácido de Berriozabalbeitia (Elorrio 1775 - Madrid 1850) nació en el caserío Berriozabalbeitia. Tras sus estudios consiguió una plaza en la Administración de Perú, donde realizó una exitosa carrera que "culminó con la negociación de la independencia del país", agrega la investigadora. Tras su vuelta a Bizkaia, en 1828, se dedicó a administrar sus bienes y ayudar a su familia. Entre 1832 y 1833 realizó uno de los palacios del bonito barrio rural.

Después del palacio, decidió la construcción de la fuente y el lavadero con su camino de enlace, y el traslado de la vieja ermita de Santa Catalina, que fue reedificada desde los cimientos. Manuel Plácido no solo pagó los trabajos, sino que hizo generosas aportaciones posteriores para que no cayesen en el abandono. "Es patente el interés y el espíritu culto e ilustrado del indiano, deseoso de mejorar las condiciones de vida de sus paisanos, dignificar el aspecto formal de la barriada que le vio nacer y perpetuar la buena memoria de su figura. El arquitecto elegido es un elorriano con vínculos familiares con el promotor", apostilla Felicitas.

Se trata de Miguel de Elcoro Bereceybar, de ascendencia guipuzcoana, que estudió en la Real Academia de San Fernando. "Esta es su obra más interesante, equiparable a las de cualquiera de sus colegas más conocidos. A la luz de este proyecto, se nos presenta como un arquitecto neoclásico estricto, fiel seguidor de la norma académica basada en la simetría y las figuras geométricas puras".

El emplazamiento elegido para la fuente es la parte baja del barrio, en una vaguada, y en su ubicación se palpa el objetivo de revalorizar el paisaje. La vista que se nos ofrece desde el inicio del camino es impresionante. El trecho desciende flanqueado por pilares cada cinco metros. El manantial se halla hacia la mitad del camino a la derecha y un poco más abajo se encuentra el depósito.

Donde muere la calzada se abre una terraza artificial semicircular, que con razón ha sido relacionada con un teatro griego, abierta a las moles de Anboto, Alluitz y Udalatx. La fuente es el motivo central del monumento. El frente lo plantea mimetizando el modelo de volúmenes yuxtapuestos que también utiliza en el palacio y la ermita.

Son volúmenes rotundos, simples y armónicos, cuya única decoración se reduce a paneles lisos y un caño metálico en forma de cabeza de león. Este vierte el agua a un pilón rectangular que se adelanta. Los dos cuerpos laterales poseen sendos vanos termales a los que se accede por medio de tres escalones. Apoyado en esta primera pantalla, y de espaldas a él, se despliega en abanico un lavadero semicircular, excusa que da todo su sentido al conjunto.

En torno a esta figura gira un hemiciclo resguardado por un muro donde se apoyan siete bancos. Se crea así un espacio escénico, consagrado como auténtico ámbito de reunión del barrio. Por ende, el arquitecto no solo buscó un marco refinado, culto y moderno para su época, sino que además aportó detalles que permitían una mayor comodidad y un uso más racional del espacio por parte de los usuarios.

La fuente fue ideada únicamente para el uso humano, entorpeciendo la posible entrada de animales por el frente con cuatro pivotes en cada extremo enlazados por un murete que resguarda los tres primeros escalones. Complementos como los sillares ubicados alternativamente alrededor del lavadero para arrodillarse, también delante del caño para recoger agua, o el respaldo de los bancos inciso en el muro de cierre, nos remiten a una filiación neoclásica, que contempla la belleza a través de lo racional, la proporción y la armonía. El indudable valor que posee y el interés que suscita la fuente, impulsó a la Diputación Foral de Bizkaia a acometer su restauración entre 1992 y 1993.

A juicio de la Oficina de Turismo de Elorrio, el hecho de que Berriozabaleitia la ordenara construir "al llegar de América hizo que mucha gente pensara que es de estilo inca e, incluso, que fue trasladada piedra a piedra desde Perú para consolar la añoranza que su mujer tenía de su tierra natal. ¡Todo un acto de amor!", concluyen.