LEVO un tiempo siendo especialmente quisquilloso con el comportamiento inadecuado que, a mi juicio, vengo observando en la praxis de determinados medios de comunicación. Me molesta, y mucho, la pérdida de los valores deontológicos que las denominadas empresas periodísticas serias están evidenciando desde que la globalización de unas redes sociales sin filtros contaminan todo el espacio comunicativo. A menudo da la impresión de que los medios de comunicación tradicionales se ven en la obligación de competir con el impacto, la inmediatez y el efectismo de quienes libremente, sin controles de ningún tipo, desarrollan un efecto propagador de la información -la real, la contaminada y hasta la inventada- en un escenario líquido, sin responsabilidad ni sentido de servicio público. En esa disputa, la opinión publicada ha admitido con total naturalidad la venta de mercancía defectuosa.

Cada persona, sea periodista o no, tiene derecho a expresarse individualmente y bajo la autenticidad de su firma como desee. Normalmente, los periódicos -aquí me ciño a la prensa escrita- presentan sus posiciones en apuntes editoriales o en cartas del editor o de la dirección correspondiente. Los editoriales son como la expresión genuina de lo que el periódico representa, su pensamiento, sus querencias y preocupaciones.

Dicho esto, me gustaría reproducir aquí -ya sé que no es algo habitual- un editorial publicado por la competencia, por El Correo, el pasado lunes, día 9. Se titulaba "Nacionalismo conseguidor" y en él se deja constancia de la distancia y el grado de contrariedad que dicha cabecera profesa con el nacionalismo vasco gobernante. Una enemistad que se exterioriza de manera expresa en muy contadas ocasiones en los espacios de "opinión" pero que alimenta el prejuicio de quienes pensamos que también en el espacio puramente informativo existe un poso de intencionalidad crítica.

El editorial publicado por El Correo -no por El Diario Vasco- decía lo siguiente:

"Los dos grandes partidos que, junto a la extinta UCD, se han alternado en la gobernación de España desde el inicio de la Transición han visto reducido de forma notable su peso político en Euskadi en las últimas décadas en favor del nacionalismo, que hoy controla con holgura feudos históricos socialistas y ha ensanchado su base de votantes también en bastiones del PP. Detrás de ese proceso existen múltiples causas, que abarcan desde profundos cambios en el tejido social a los efectos del terrorismo de ETA, sin olvidar los errores acumulados por el PSOE y los populares ni la habilidad del nacionalismo para crecer a su costa con el viento a favor.

No convendría despreciar entre ellas la falta de entusiasmo y el nulo éxito con los que los sucesivos gobiernos centrales han publicitado sus actuaciones en favor del progreso y bienestar de los vascos, cuando no han cedido su rentabilización al PNV a cambio de sus votos en Madrid. Esa actitud, unida a la amplísima autonomía de Euskadi y a su inteligente explotación por parte de los jeltzales, ha limitado al máximo la presencia en Euskadi del Estado, del que el nacionalismo ha labrado durante décadas una imagen ajena a los intereses de los ciudadanos que se ha impuesto en amplios sectores de la sociedad.

No es inocuo en términos políticos que el Ministerio de Transportes delegue en el Gobierno vasco las obras de los accesos del TAV a Bilbao y Vitoria, como antes hizo con el tramo guipuzcoano. El proyecto será financiado por la Administración central y el dinero que adelante Lakua descontado del Cupo. La medida es inobjetable y bienvenida, ya que beneficia a Euskadi al acercar la llegada de la alta velocidad, que acumula un injustificable retraso. Pero no cabe obviar que con ella el PNV se apropia ante la opinión pública de la mayor inversión del Estado en Euskadi en las últimas décadas. Y, de paso, refuerza su imagen de defensor exclusivo de los vascos, que en este caso, además, corrige la inacción de Madrid en una obra estratégica.

En definitiva, el mismo papel de conseguidor que tantos réditos le aporta y que ha escenificado con el acuerdo para completar el Estatuto tras su apoyo a la investidura de Pedro Sánchez. Una imagen que, junto a la del desarraigo de los poderes del Estado, forma parte de una persistente lluvia fina que ha calado en Euskadi, con consecuencias ya visibles en las urnas y posibles efectos futuros que merecen una reflexión antes de que sea demasiado tarde".

Voy a evitar hacer comentarios a un texto tan clarificador. Lo publicado por la cabecera de Vocento lo dice todo. Se asocia "autogobierno" con "desaparición del Estado" y se identifica al PNV como el rentista que extorsiona con sus votos al gobierno de turno a cambio de presentarse ante el electorado vasco como el único garante de su bienestar. Una sensación social de amplio calado y comprensión que es preciso "remediar" "antes de que sea demasiado tarde", es decir antes de que la ciudadanía se haya expresado y, supuestamente, haya revalidado el liderazgo del PNV en las urnas.

Ahí lo dejo. Para que cuando compremos o leamos dicho tabloide seamos conscientes de cuál es su intencionalidad íntima respecto al PNV. Y para no perder de perspectiva el hecho de que en este país hay muchos agentes activos que desearían la derrota del nacionalismo gobernante.

La significativa advertencia solo se podía entender en clave electoral. Pero hoy el país no está para hablar de elecciones ni para alimentar una confrontación ideológica que desemboque en las urnas. Lo importante es lo que nos debe centrar a todos: la seguridad y la salud de las personas. La crisis sanitaria provocada por el coronavirus nos ha reportado una nueva situación inédita en Euskadi. La pandemia se ha extendido sin posibilidad de evitar su paso. Sin vacuna y en un mundo globalizado en el que personas y mercancías circulan libremente por todo el planeta, la propagación de una enfermedad contagiosa como la del covid-19 nos ha vuelto a situar en un desafío insospechado. Una amenaza que incide en la salud de millones de personas y cuyas consecuencias económicas se dejarán notar en todas las sociedades desarrolladas a modo de caída del empleo y recesión productiva.

Fue la canciller Angela Merkel quien se atrevió el otro día a poner cifras a la afección previsible de la enfermedad. Habló de que hasta un 60% o 70% de la población alemana se vería afectada. Si se aplicara tal porcentaje en la Comunidad Autónoma Vasca, hablaríamos de un millón trescientos mil vascos potencialmente contagiados. Euskadi dispone de un servicio público de salud de reconocido prestigio y solvencia. Pese a ello, si el período cumbre de contagio se concentrase en unas pocas fechas, el número de pacientes a ser atendidos en hospitales sería disparatado y no habría solución mágica que dispusiera de recursos humanos y materiales suficientes para hacer frente a una situación descontrolada. De ahí las medidas de "contención reforzada" recomendadas por las autoridades sanitarias. Normas incómodas, gravosas, que interrumpen el ritmo cotidiano de las personas, pero al mismo tiempo indispensables para hacer frente a lo que se nos viene encima. Lo peor no ha pasado aún y, previsiblemente, la población vasca deberá asumir pruebas de estrés social aún más duras. Nadie lo ha ocultado.

Lo único que importa en estos días es esto; afrontar eficazmente esta prueba. Y en su acertada gestión todos deberemos apoyar a las autoridades que hacen frente a la alarma que nos aflige. Superarla dependerá de una gestión rigurosa pero, fundamentalmente, del comportamiento individual e intransferible de cada persona ante la responsabilidad que debe acometer en esta situación. En este sentido, cada ciudadano, cada persona, es una vacuna en potencia. De nuestro comportamiento depende la evolución de un panorama cuyas consecuencias no alcanzamos aún a conocer.

Que las elecciones autonómicas, previstas para el 5 de abril, se celebren o, si se encuentra vía legal, se aplacen, es cuestión de segundo orden. Importante, sí, pero de un nivel de relevancia de distinto plano. Estoy convencido de que el lehendakari Iñigo Urkullu, tras escuchar a las formaciones políticas el próximo lunes, sabrá determinar cuál es la mejor decisión para todos. Aunque a algunos penalice la decisión definitiva. Otros, como los del editorial de marras, no dudarán en instrumentalizar la nueva coyuntura. Su objetivo es claro; socavar el respaldo social del nacionalismo antes de que sea "demasiado tarde".

* Miembro del EBB de EAJ-PNV