Como ocurre tantas veces, el pasado sábado quiso el fútbol regalarnos una sorpresa. Y de signo positivo. En esta oportunidad lo inesperado, aparte de resultar agradable, desbordó expectativas, incluso las más osadas. Aunque a estas horas se celebre el resultado sobre todas las cosas, pero también la imagen del equipo de Ernesto Valverde y el espectáculo que ofreció, siendo sinceros era difícil creer que pudiese actuar como el Athletic bueno, ese que apenas ha comparecido en los cuatro primeros meses de la temporada. No cabía confiar en que fuese a aguantar al Atlético de Madrid durante noventa minutos, que le amenazase y, menos aún, que acabase dándole la puntilla.
Aquí impera la costumbre, que quizás merezca ser considerada como un vicio, de olvidar fácilmente, de perdonar o dejar pasar las debilidades y reveses del equipo. Hábito que se completa con la tendencia a magnificar cualquier hecho positivo, aprovechando la más mínima excusa para enaltecer el escudo y ponerse reivindicativos. Es decir, si de repente el equipo sale de la cueva, da la talla y obtiene un marcador favorable, ya está, no hay más que añadir. Es el Athletic en la versión que la afición reclama y todo lo anterior, aunque haya sido una castaña, queda amortizado, pertenece al pasado, no merece la pena que se le dé más vueltas.
Sería estupendo que estos esquemas tan interiorizados entre la afición cobrasen sentido tras el triunfo sobre el Atlético de Madrid. Sería una gran noticia que adquiriesen vigencia y en adelante el equipo continuase mostrando su mejor perfil, con el que se posa para las fotos, dando buena cuenta de los siguientes rivales, Celta y Espanyol. Ello se traduciría en un salto en la clasificación. El Athletic volvería a ocupar plaza continental, las penalidades vividas quedarían aparcadas, dejaríamos de aludir al déficit de competitividad, de puntería, de solidez, etc.
Competición europea
A ver, meterse de nuevo en la pomada continental es algo muy importante para el club. No se trata de una cuestión interesante desde una perspectiva exclusivamente económica, aunque llegados a este punto y a tenor de los números que maneja la directiva pudiera decirse lo contrario. Hay que admitir que figurar en el cuadro de honor a la conclusión del campeonato liguero conviene atendiendo a parámetros como el prestigio, colectivo e individual de los jugadores, y el nivel de satisfacción de la masa social, del pueblo en general.
Si echamos la vista atrás, comprobaremos que los dos años anteriores pasaron como un suspiro gracias a que el equipo tuvo los arrestos y la constancia suficientes para codearse con los mejores de la liga, y acabó quinto y cuarto. Pero estos logros no salen gratis, se ha comprobado del verano para acá. El precio del éxito se abona en forma de desgaste mental y físico, al igual que en el apartado de las lesiones, al menos algunas, inevitablemente conectadas a la dureza del itinerario recorrido. Compaginar dos frentes a lo largo de medio año como mínimo, que es la realidad que impone inscribirse en Europa, resulta una experiencia dura para los profesionales, especialmente si no están habituados a semejantes obligaciones. Se olvida fácilmente que los torneos continentales están montados para los clubes poderosos o que el Athletic llevaba seis años sin asomar la cabeza en Europa, dos ideas que convergen en una única conclusión.
Y tampoco se repara en que participar en la Europa League es una cosa y hacerlo en la Champions, otra muy distinta. Y encadenar ambos torneos en años consecutivos equivale a asumir un desgaste tremendo. La inminente visita del PSG abundará en las ideas expuestas. El Athletic debe esforzarse en aquello que realmente tiene a su alcance y si no, planificar la temporada con seriedad. Así evitaría, por ejemplo, ser único en el mundo gracias a decisiones tan alucinantes como diseñar una plantilla con solo tres centrales.