El análisis y la valoración de lo visto en Praga se convierte en un ejercicio de riesgo. Hay una poderosa razón para ello: es fácil que tanto las reflexiones como las conclusiones le suenen al lector puesto que, debe admitirse, se han repetido mucho. No una, dos o cinco veces, sino con una elevada frecuencia; en concreto, después de la mayoría de las actuaciones del equipo en la presente temporada. Por todo ello, podría darse el caso de que el firmante fuese catalogado de pesado. Una consideración que se suele aplicar a quien insiste en decir lo mismo o casi sobre el comportamiento de los jugadores partido tras partido. Y así lleva siendo durante semanas que ya suman casi tres meses.
Es mucho tiempo sin la opción real de modificar el registro, profundizando en unos contenidos que se exponen en un tono básicamente decaído, monótono, al igual que el lenguaje se llena de términos poco agradecidos. Pero sucede que los resultados y la imagen del Athletic no experimentan una mejora. La mitad de los 18 compromisos disputados han acabado en derrota; en la mitad de los partidos no ha habido un gol que llevarse a la boca para ser cantado. Detalles que a cualquiera le ponen en situación.
Cuando diciembre queda ahí cerquita, sigue sin producirse el impulso que altere la decepcionante dinámica. Hace falta una reacción enérgica, aunque sea gradual, o será inviable emitir juicios amables, adornados con adjetivos que esperan encerrados en el tintero. Hace falta un golpe de timón porque la ausencia de recursos para jugar un fútbol semejante al que se degustaba antes del verano empieza a pesar como una losa en la moral de todos. Y a los primeros que hay que citar en esta cuestión es a los futbolistas. En septiembre y octubre, todavía había unos cuantos que transmitían buenas vibraciones, pero esa dinámica en vez de arrastrar al resto ha cedido ante el influjo de aquellos que ni estaban ni están finos pues no han cogido la forma a causa de las lesiones, el cansancio mental o una combinación de ambas cuestiones.
El resultado de este declive generalizado en las aportaciones, del que se desmarcan unos pocos nada más, se plasma en una imagen de debilidad de lo más chocante. Si algo caracterizaba al Athletic de los últimos cursos, eran virtudes como fortaleza (de cabeza y de piernas), valentía y fiabilidad defensiva. Por encima de la pegada, que en la 2023-24 alcanzó un nivel propio de los asiduos a plaza continental y se mantuvo unos meses más, la clave del éxito residía en la forma en que protegía su área, tarea que comenzaba en el lado opuesto del campo. Así se entienden los logros del pasado ejercicio, cuando la puntería menguó. Desde luego, no bajando a los límites de ahora, es evidente, pero lo que está concediendo el equipo de Valverde da una idea ajustada de la profundidad de la crisis. No se olvide que defender es más sencillo que marcar.
No recibir gol contra el Slavia era la parte más llevadera del trabajo. Lo otro, pues volvió a retratar a los protagonistas. Ya se ha dicho que Navarro no es un especialista en la culminación, su carrera es elocuente al respecto, pero los demás ni asomaron, delanteros, extremos, laterales (Areso, de nuevo inoperante), ni centrocampistas (Sancet duró un cuarto de hora); ni titulares ni suplentes, la nulidad de NW fue impresionante. Y mira que el rival era torpe. Pegajoso, sí, pero vulgar.
En fin. Es lo que hay. Quien quiera leer una crónica que le levante el ánimo y le alegre el día, puede hacerlo entrando sin remilgos en la página web del club. Ahí se sopesan con cariño las bondades del fútbol expuesto por el Athletic bajo un manto de aguanieve, el gran avance que experimentó “en competitividad y juego”, su neta superioridad sobre los checos y lo valioso que sin duda resultó el partido “para crecer” en las siguientes citas de liga y Champions. Eso sí, para sentir su efecto balsámico se requiere una condición: no haber visto el partido.