Más que empate sin goles bajo el agua nieve que empapó la superficie del Fortuna Arena de Praga, cabría hablar de empate a nada en el sentido de que, en la práctica, dicho resultado minimiza las opciones de continuar en la Champions a Athletic y Slavia. Solo un milagro, un pleno en las tres jornadas que restan de la actual fase, que a la fuerza incluiría alguna victoria impensable, modificaría el destino de ambos clubes. En el caso de los hombres de Ernesto Valverde, la hazaña debería consistir en derrotar al vigente campeón del torneo, el Paris Saint Germain. Elucubrar con un objetivo de semejante envergadura no merece que se le dedique ni un segundo en vista del momento que viven los rojiblancos. El partido de anoche se limita a certificar la previsión que se manejaba, la más extendida después de lo ocurrido en las últimas semanas: el Athletic brindó una nueva decepción, ante un adversario menor, de lo más débil que puede hallarse en esta competición. Confirmó su incapacidad para reaccionar y gestionar con un mínimo de fuste un pulso tan feo como asequible.

Fue un chasco ver en acción a unos y otros. Quien retenga en la memoria el cruce del pasado otoño se frotaría los ojos viendo evolucionar a estos dos conjuntos en la actualidad. Son una sombra de lo que fueron o eran. El técnico del Slavia apuntó la víspera que el marcador registrado en San Mamés le había sentado mal, lo dijo como si el recuerdo de aquella injusta derrota pudiera servir para espolear a sus jugadores. Trece meses después y en un escenario sin punto de comparación, los checos recibieron a un Athletic muy alejado de aquel que entonces atravesaba un momento dulce: fiable por su fútbol, tenía además la suerte precisa para ganar hasta cuando no lo merecía. Aunque el paso del tiempo tampoco le ha sentado demasiado bien al Slavia. Al menos por lo presenciado ayer, nada que ver con aquel bloque valiente y dinámico que maniató a los rojiblancos y les superó en aquellos aspectos donde se creían especialmente poderosos: la presión, el ritmo elevado y el afán ofensivo.

En esta oportunidad, el espectáculo resultó muy poco sugerente. Desde luego no faltó intensidad e implicación para ir con todo a las disputas, empuje para ganar metros, pero apenas existió elaboración, precisión o recursos para romper líneas y avanzar sin necesidad de pegarse con el rival más próximo. El árbitro tuvo gran responsabilidad en que el partido derivase en una especie de guerra de guerrillas, donde abundaron las interrupciones por faltas señaladas, golpes que atender, protestas y demás circunstancias que vinieron a cubrir las deficiencias de los protagonistas, de todos ellos, para generar algo de fútbol que no pareciese propio de un choque de conjuntos de divisiones inferiores.

SLAVIA PRAGA: Stanek; Moses, Chaloupek, Zima; Doudera (Min. 55, Holes), Sadilek, Zafeiris (Min. 79, Chytil), Mbodji (Min. 55, Boril); Provod, Chory y Sanyang (Min. 55, Kusej).

ATHLETIC: Unai Simón; Areso (Min. 79, Lekue), Vivian, Paredes, Adama; Galarreta (Min. 64, Jauregizar), Rego; Berenguer (Min. 58, Nico Williams), Sancet (Min. 58, Selton), Robert Navarro; y Guruzeta (Min. 79, Unai Gómez).

Árbitro: Donatas Rumsas (Lituania). Mostró tarjeta amarilla a los locales Provod, Chory, el técnico Trpisovsky, y a los visitantes Guruzeta, Galarreta, Ernesto Valverde y Paredes.

Incidencias: Partido correspondiente a la quinta jornada de la fase de liga de la Champions League disputado en el Fortuna Arena, donde hubo algo más de un millar de seguidores del Athletic.

De entrada, se asistió a varias llegadas en las dos áreas, las más nítidas quizá fueran las del Athletic, sobre todo una de Sancet nacida en una contra de Guruzeta, que tuvo su réplica en un disparo a cargo de Provod que se marchó cruzado. Eran alternativas que poco a poco se difuminaron en un quiero y no puedo. Las áreas se convirtieron en zonas vedadas, durante muchísimos minutos nadie conseguía imponer su ley, choques y más choques para no llegar a ningún destino. El Slavia recurría al balón largo, mientras el Athletic probaba a ras de césped, pero ninguno progresaba con fundamento. Mucho desgaste sin recompensa y los futbolistas excesivamente calientes, explotando la permisividad y el errático criterio de un juez con deseos de llamar la atención. Hasta amonestó a los dos entrenadores, hecho poco común, reflejo de la tensión que se mascaba.

Cambiar aquel erial por un escenario donde se apreciase siquiera un grado de intencionalidad para crear algo reconocible como una jugada ligada y culminada, parecía imposible. Sin embargo, se produjo una respuesta interesante y corrió por cuenta del Athletic. Por fin entró bien a la vuelta del descanso y en cuestión de tres minutos entre Berenguer, que puso los centros, y Navarro, que ejerció de rematador, fabricaron tres situaciones ideales para cobrar ventaja. En las dos primeras Navarro no estuvo muy sutil y permitió que Stanek repeliese sendos disparos ejecutados sin oposición. En la tercera, el meta se estiró como un gato para desviar un cabezazo realmente venenoso.

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La promesa de una transformación radical careció de continuidad. Ahí se agotó el cupo del peligro que hizo el Athletic, en adelante no volvió a asomar por los dominios de Stanek, no de modo amenazante. Luego y hasta la conclusión el Athletic fue cediendo, dio la impresión de que los cambios le sentaron mejor al Slavia, que fue una nulidad en el capítulo ofensivo, pero pudo frenar el súbito impulso de los de Valverde y, a ratos, trasladar el juego a posiciones más próximas al área de Simón, cuyo trabajo se redujo a los balones aéreos colgados hacia los dos metros de Chory, el ariete local.

Pese a que por el cansancio se abrieron espacios para poder saltarse las estrechas vigilancias que presidían el recio combate, faltó calidad y convencimiento. Ni Athletic ni Slavia opositaron con fundamento a una victoria que necesitaban imperiosamente. Carecieron de ingenio y de piernas en el tramo final. Fueron dos conjuntos tan voluntariosos como ineficaces que, eso sí, no regatearon un empujón o una patada. Y el repeinado señor Rumsas, a lo suyo, mucha charla con el que se pusiera tiro y una manga ancha que pudo haber provocado algún disgusto. Hubiese tenido triste gracia que habida cuenta la inoperancia de los jugadores, el árbitro se hubiese arrogado el papel estelar en una noche de perros, por debajo de los cero grados en el ambiente y en aptitud futbolística.