TRAS un episodio tan lamentable como el vivido en el estadio de Las Gaunas se tiende a pasar página a toda velocidad. Dado que el Athletic acabó logrando la clasificación, lo fácil es hacer como si no hubiera ocurrido. Se adopta una postura que podría catalogarse como amnésica y listo. O, siendo menos drásticos, el análisis se realiza en un tono generoso, pasando de puntillas sobre cuanto dieron de sí 120 minutos globalmente infumables.

Criticar a un equipo avalado por unos números que desbordan las previsiones más optimistas, no es plato de gusto; señalar con el dedo a un entrenador y a unos futbolistas que han devuelto al club a niveles competitivos que se antojaban inalcanzables, no solo resulta difícil, sino que puede ser mal interpretado, impopular y habrá quien sostenga que evitable.

En efecto, el contexto favorece enterrar cuanto antes el estreno copero y, además, el argumento de que los patinazos están a la orden del día siempre resulta muy tentador. Que sí, que todo el mundo está expuesto a sufrir un susto; basta con mirar alrededor y repasar los equipos de Primera que las han pasado canutas o ya han sido eliminados del torneo. De modo que por qué no centrarse en lo que viene, la Supercopa y dejarse de gaitas. El problema es que la impresión que dejó lo del sábado fue que Valverde, pese a lo que comentó del “pánico” que le producía la ronda, de antemano ya tenía en mente el inminente cuadrangular que acoge Yeda, segunda ciudad de Arabia Saudí.

Qué otra cosa cabe deducir de la alineación que diseñó para visitar a la UD Logroñés. Para empezar, no hay forma de encontrar una que se le parezca en los 25 partidos oficiales celebrados desde agosto. Lo cual significa, lisa y llanamente, que apostó por una formación de circunstancias justo en el estreno de una competición cuya relevancia para la entidad no es preciso mentar. Todos sabemos que la liga es la prioridad, lo que da de comer al equipo, pero es en la Copa donde se vuelca la ilusión de la totalidad de los estamentos del club y donde, en la práctica, se concentran las opciones de opositar a la gloria.

Sin embargo, a Valverde le pareció adecuado reunir en el césped a los Nuñez, Adama, Herrera, Vesga, Serrano y Djaló, gente infrautilizada por diferentes razones que, como se comprobó, no tardó en acusarlo. No es que los demás titulares estuviesen inspirados, ni siquiera quienes entraron en la segunda mitad, pero experimentos radicales de salida estando en juego la continuidad en el torneo no son de recibo. Menos todavía si, como manifestó el día anterior, la cita le infundía temor. Y las consecuencias de ello, a la vista están: aparte del agobio vivido, aquellos jugadores que prefirió reservar de inicio tuvieron que gestionar una hora larga de partido y fracasaron en su intento de enchufarse a una dinámica desfavorable, con el rival crecido, la obligación de reactivar el bloque y la amenaza de los penaltis planeando sobre sus cabezas.

En definitiva, si la idea era no desgastar, física y mentalmente, al núcleo de hombres que presuntamente se medirá el miércoles al Barcelona, el tiro salió por la culata. Y se entiende peor el criterio del técnico cuando la plantilla venía de quince días exentos de compromisos, margen de sobra para recargar las pilas y volver a conectarse en condiciones a la competición. Nunca se sabrá cómo hubiese discurrido el encuentro con una alineación más semejante a lo habitual, pero en situaciones así, con un adversario que pone el acento en el trabajo defensivo y va corto de pegada, conviene encarrilar el marcador lo antes posible. Ya se comprobó qué sucede si el gol no llega.

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Descontada la continuidad en la Copa, el viaje a la capital riojana deja una conclusión interesante, que versaría sobre las expectativas. Antes del sábado, la proyección de lo que deparará el futuro venía marcada por la elevada altura del listón, el Athletic lucía un estado de forma y un grado de eficacia envidiables, que invitaban a esperar lo máximo. Se trataba de una reflexión en clave positiva que, de repente, se tambalea o, si se prefiere, aconseja mirar al porvenir con una pizca de calma y otra de humildad. El aprieto recién padecido llega oportuno para recordar que al mínimo desvío del camino trazado, ganar se convierte en una empresa muy costosa.