Nos referimos a ella, a una vida de perros, para señalar una existencia que se queda corta. Ya sea porque el dinero no da para grandes alegrías o simplemente no da o porque la jornada laboral es un agujero negro que absorbe toda la energía y, tras bajar la persiana, el único objetivo es echarse a pastar.

Pero en esta época en la que el lenguaje tiene un valor incalculable y hay que pensárselo dos veces antes de hablar -ya no hay sordos, sino personas sordas o con problemas de audición y así con casi todo lo que puede adjetivarse-, hay que cambiar también este cliché. ¿Viven mal los perros en este siglo lleno de sobresaltos para los bípedos? No lo parece. Comen pura ambrosía, algunos van por la calle en carrito, se pasean altivos por los parques infantiles y dan menos palos al agua que un adolescente en las tareas domésticas.

Te puede interesar:

El debate es denso, tanto como la espesura de la formidable caterva perruna que pulula por Bilbao, y la nueva ordenanza del Ayuntamiento, que busca precisamente poner orden en la ciudad ante la desidia de parte de los dueños, viene con mano dura. Correas de menos de dos metros y obligación de limpiar las meadas caninas que vemos por todas las esquinas de la lustrosa capital del universo. Dicen los dueños de perros responsables que los animales no tienen la culpa, que el problema es la insensatez de los dueños. A ver si tocándoles el bolsillo se consigue que la ciudad sea para todos.