"Solo les falta hablar”, dicen con orgullo muchos dueños de sus mascotas. Si lo hicieran, algunas se quejarían de que las disfracen en Halloween, las paseen en carrito o les hagan posar para Instagram como si fueran humanos. De hecho, hay quienes las llaman hijos peludos. ¿Por qué? ¿Es preocupante? Urge consultar a expertos.
Para Igor Fernández Romero, psicólogo psicoterapeuta del Colegio Oficial de Psicología de Bizkaia, la humanización de un animal o un objeto “tiene mucho que ver con las necesidad que tenemos las personas de tener relaciones y de expresar amor, incluso aunque el otro no esté dispuesto a recibirlo”. Cubrir esta necesidad les resulta más fácil con un animal, ya que “las relaciones requieren esfuerzo, hay que trabajarlas”, y en este caso es el dueño o dueña quien tiene el control, sin necesidad de “plegarse” a otra persona.
“A la mascota con cuidarla ya es suficiente, por lo que hay más libertad para expresar libremente el afecto, hacerle cosas, vestirla... Es como si fuera una proyección de uno mismo en un objeto, igual que hacen los niños con una muñeca. Es como dotarle de una vida que no tiene por una necesidad propia, no sé si por una carencia. A veces pienso que sí y otras que no, según la radicalidad del asunto”, explica este profesional.
“La humanización tiene que ver con la necesidad que tenemos las personas de tener relaciones y expresar amor”
Los perros, además, “toman la iniciativa” y reciben a sus propietarios cada día en la puerta. “Cuando uno llega a casa y el perro viene a saludarle incondicionalmente y a mostrar afecto y la necesidad que tiene de contacto con él, a uno eso le da valor: Alguien me espera en casa”, expone.
De “forma reactiva”, añade, “si a alguien le resulto importante e imprescindible, voy a generar un tipo de apego con esa figura por cómo me hace sentir que alguien me necesite y me eche de menos”. Algo que a veces no sucede, dice, en otras relaciones entre personas, en las que “uno no tiene quien le espere con una sonrisa y con ganas de saber cómo le ha ido el día. La soledad para mucha gente es una experiencia a evitar y muchas mascotas también cumplen esa función”.
Reflexionando sobre el hecho de vestir o llevar en carrito a las mascotas, “esa parte de humanización en lo estético”, a Fernández Romero se le viene a la cabeza la película Náufrago y “cómo aquel hombre necesitaba humanizar a un balón por no sentirse solo”.
En este sentido, plantea, “hay mucha gente que desea tener hijos o relaciones de pareja o familiares más íntimas, en las que desplegar toda su capacidad para expresar afecto, y cuando le faltan no es extraño que necesiten proyectar eso” en otros objetos o en sus mascotas, generando “una fantasía de que ese perro o ese gato también se siente humano” y “negando a veces las necesidades propias del animal, como salir a correr, mostrar su agresividad, explorar y, en definitiva, alejarse”.
Una extensión de ellos mismos
Consciente de que “quizá para quienes tienen esas necesidades satisfechas de otras maneras esto no tiene sentido”, el psicólogo considera “fabuloso que gente mayor que está sola, sin nadie que le visite, pueda tener un perro que le mire con afecto. Qué dice eso de nuestra sociedad es otra cuestión”, lanza y recuerda una anécdota que vivió en una terraza un amigo suyo. ”Le asustó un perro que le ladró inesperadamente y su dueño le defendía argumentando que los perros también son personas. Creo que protegen eso porque es como una extensión de ellos mismos. Lo que mucha gente defiende es su derecho o necesidad de poner su afecto donde quiera y que nadie se lo cuestione”, explica.
“Cuánta exageración hay, cuánta negación de la realidad de que es un animal hay y hasta qué punto eso es un precio quizá es diferente en cada caso. A los que tienen las necesidades cubiertas de otro modo les sorprende, como les sorprende ver que alguien está inmerso en el mundo de los coches, los videojuegos, la moda o la lectura cuando él o ella vive su mundo ajeno a todo eso”, concluye.
“Lazos afectivos más fuertes”
En los doce años que lleva trabajando en su despacho especializado en Derecho Animal en Getxo, la abogada María González Lacabex no ha conocido “a nadie que considere que su animal es como un ser humano en cuanto a trato”, pero sí ha detectado “que la gente muestra unos lazos afectivos cada vez más fuertes por sus animales y esto les hace ser cada vez más reivindicativos con respecto a sus derechos, por ejemplo, frente a negligencias, limitaciones a la hora de poder moverse o de accesibilidad, y más reivindicativos también respecto a que quieren seguir manteniendo el vínculo con ellos cuando tienen situaciones de conflicto en un contexto doméstico”.
La mascota, ahonda esta abogada, “ya no es quizás el animal al que se le tiene cariño, sino que es un miembro más de la familia, que tiene una relación de dependencia conmigo y que se integra en mi vida . Esto supone que quiero llevármelo de viaje, que pueda estar en mis dinámicas diarias y que si un día tengo un conflicto familiar o una separación de pareja, su destino se va a poner sobre la mesa”. De hecho, señala, “en la reforma del Código Civil de 2021 hay un reconocimiento del derecho de esas relaciones de afecto que hay”.
En los casos de separación, afirma, “lo que vemos no es tanto una equiparación a los hijos, aunque puede haber aspectos comunes que el derecho puede resolver de manera parecida, porque al final las herramientas son las mismas, sino unos vínculos de afecto muy fuertes”.
“Ya no es un animal al que se le tiene cariño, es un miembro más de la familia que depende de mí y se integra en mi vida”
Asimismo recuerda que los animales deben ser atendidos por ley según las necesidades físicas y de comportamiento propias de su especie y raza. “Dentro de eso habrá actitudes o maneras de trato hacia el animal que quizás puedan ser calificados como humanizadoras. En la medida en la que sean inocuas para él y no le estén suponiendo forzar un comportamiento antinatural o reprimir un comportamiento que necesita desarrollar por instinto no habría ninguna vulneración de ninguna norma ni, en principio, con la ley en la mano, ningún tipo de maltrato”.
Sí lo es, denuncia, “tener permanentemente atados o solos a los perros, que necesitan compañía y ejercicio físico. Nadie calificaría esto de humanización y, sin embargo, es una vulneración clarísima de sus necesidades de comportamiento. Lo menciono porque es superrecurrente, nos lo encontramos muchísimo en el despacho”, comenta esta abogada que, por su experiencia, confía en que la humanización de mascotas sea algo “más bien anecdótico”.