OTRO iceberg a la vista y el capitán del buque vuelve a poner en alerta a la tripulación para evitar la colisión y, al mismo tiempo, para preparar las labores de rescate. El Banco Central Europeo (BCE) anuncia un nuevo plan mediante el que reactivar la economía de la eurozona, pero no está nada claro que profundizar en la actual política monetaria -en definitiva, mantener todavía más tiempo del previsto la época de bajos tipos de interés que tiene de uñas a los bancos- sea la receta más acertada. Y sobre todo, nadie puede asegurar que esta vez sí que vaya a haber botes salvavidas para todos si llega otra recesión, que ningún hogar se quede a la deriva, que los de tercera también se salven. Suena de nuevo la melodía con la que la orquesta del Titanic cerró su última actuación e inmediatamente no se puede evitar pensar que tal vez se construyó un gigante demasiado pesado para reaccionar ante los obstáculos que surgen en la singladura. Aunque las circunstancias son diferentes, la supervivencia del euro vuelve a estar cuando menos en entredicho. Con el añadido de que en esta ocasión el inquilino de la Casa Blanca no oculta su animadversión y está dispuesto a desestabilizar más el barco si está en su mano. Y, mientras suena el eco de la llamada al rescate, resulta todavía más inexplicable la incapacidad de algunos políticos a la hora de alcanzar acuerdos.