HA sido este un largo ciclo electoral que arrancó no oficialmente según nos comíamos las uvas de 2019 y que ha terminado cuando casi hemos perdido la cuenta de votar y de contar. Las constataciones, más allá de los resultados, siguen estando en la sociología del electorado a la hora de acercarse a las urnas: algunos viven el día y la noche como una Champions, otros se resignan como el que oye hablar de Juego de Tronos sin haber paladeado siquiera el primer episodio. Un cuatro por dos, cuatro comicios en dos días y en el plazo de un mes, es como para no pasar un control de alcoholemia o para desestabilizarle a uno el cerebro. Solo hay que ver en el día después quién gobernará Madrid para saber que esta etapa ha tenido mucho de psicodelia. Tras un mes esperando, llega el momento de dejar en el suelo las caretas y subir arriba las jetas, que no son pocas. Vox, irrumpiendo contenidamente y desdibujándose este fin de semana, será determinante en algunas autonomías y ayuntamientos mientras Sánchez, más que a los propios partidos, deberá mirar a las regiones: valencianos, vascos, cántabros, catalanes, canarios... La España deshilachada que los hijos de Covadonga querían remendar a base de disparates ha acabado por dejar un Congreso federal donde la geometría variable, si Rivera no acaba ejercitando su travestismo pactista, discurrirá con fuerza centrífuga hacia la territorialidad. Gracias Don Pelayo.

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