El pollo Mike es la prueba científica de que se puede seguir corriendo durante mucho tiempo sin tener una cabeza visible. Sobrevivió 18 meses decapitado porque el hachazo que le propinó su dueño dejó intacto el tronco encefálico y no le alcanzó la yugular; caminaba y se mantenía erguido, e incluso hacía el amago de picotear, pero todo era un acto reflejo.

Mike no pensaba, no decidía, pero avanzaba mientras alguien le diese de comer a través de una pipeta. Y en esta épica absurda hay algo profundamente familiar para quien observe la vida política y social en la que estamos inmersos. La maquinaria sigue funcionando. Seguimos caminando —o eso creemos— mientras la cabeza va por un lado, el cuerpo por otro y el ruido ocupa el espacio que antes llenaban las ideas. Se patalea y se cacarea mucho. No hay plan a largo plazo, pero sí una capacidad admirable para seguir en pie sin saber muy bien a dónde ir. La dirección da igual, la clave es no caer delante del público. La sensación es la de sobrevivir, más que construir. 

Necesitamos cuidados constantes para no morir, como Mike. Pero aquí la pipeta no la sostiene el granjero, sino una mezcla de propaganda, consignas recicladas y titulares indignados. La cabeza es la que debería pensar, planificar y anticipar, pero yace en algún lado entre el cansancio ciudadano y el descrédito institucional. 

No desfallezcamos. Miremos hacia delante y sigamos andando, aunque sea en círculos, porque detenernos sería mirarnos el cuello cercenado y hacernos preguntas incómodas. Mejor no pensar demasiado. Como Mike, que nunca se preguntó por el sentido de su existencia. La diferencia es que el pollo no tenía elección. Entre sobrevivir sin cabeza y el miedo a recuperarla, hemos aprendido que vivir no siempre significa razonar, y avanzar no siempre implica progreso. 

LA GOTA QUE COLMA

Fe, márketing y pop blandito

Misterios de la Navidad. La moda navideña ya no es el suéter hortera, sino el pop cristiano con barniz de fenómeno juvenil. Hakuna Group Music vienen a salvaguardar la fe cristiana y a empujar a los jóvenes a seguir el camino de Dios. Lo que no saben es que pueden conseguir todo lo contrario. Con estribillos facilones, melodías de guardería y una estética 'cayetana' que produce urticaria han logrado, al menos, unir a Isabel Díaz Ayuso y Alberto Núñez Feijoó al calor de los villancicos. La espiritualidad ya no necesita de milagros, basta con unas letras pachangueras, una buena madrina y un claim ad hoc. Amén. 

Mike murió por asfixia porque sus dueños olvidaron la jeringa con la que le limpiaban la mucosidad de la tráquea. Nosotros todavía estamos a tiempo de respirar hondo. Aunque para eso haga falta algo revolucionario: volver a usar la cabeza.